Feijóo fuerza el debate y exige cuentas al PSOE en crisis
El líder del PP aprovecha una comparecencia clave para acusar al Gobierno de bloquear las reformas y hundir la confianza institucional mientras se multiplica la presión política y social
La escena no podría ser más tensa: un país instalado en la crispación permanente, un Gobierno acosado por controversias y una oposición que decide dejar de esperar. Alberto Núñez Feijóo, al frente del Partido Popular, ha utilizado su última comparecencia para romper el guion y situar en primer plano la pregunta que sobrevuela desde hace meses: hasta qué punto el PSOE puede seguir pilotando la legislatura con una cadena de escándalos abiertos. El líder popular no se limitó a enumerar casos. Los conectó con la parálisis reformista, la erosión de la confianza ciudadana y el desgaste internacional de España. Y lanzó un aviso que sonó a ultimátum: “o se aclara todo o la crisis se enquista”. El mensaje es claro: el PP quiere dejar de ser mero espectador y pasar a ser actor central en la recomposición del tablero político.
Una comparecencia en plena tormenta política
La comparecencia de Feijóo no llega en un vacío institucional, sino en medio de una tormenta política casi ininterrumpida. En los últimos meses, el PSOE ha tenido que lidiar con polémicas sucesivas que han salpicado tanto a cargos orgánicos como a responsables gubernamentales. Aunque los casos son distintos, el relato que se fija en la opinión pública es uno: un Gobierno que avanza a golpe de crisis semanal.
Feijóo ha querido encapsular ese clima en una intervención cuidadosamente diseñada. Nada de tonos estridentes, pero sí un diagnóstico duro: deterioro de la imagen de España, dudas sobre la separación de poderes, reformas clave encalladas y una ciudadanía agotada por un debate público dominado por el escándalo. En su discurso se cruzaron dos planos. Por un lado, la exigencia de responsabilidades políticas inmediatas. Por otro, la idea de que esta situación no es coyuntural, sino síntoma de un problema más profundo: una arquitectura institucional tensionada al límite. En la escena, Alberto Núñez Feijóo aparecía no solo como jefe de la oposición, sino como candidato a gestionar la salida de una crisis que, a su juicio, el propio Gobierno ha alimentado.
Un diagnóstico severo sobre la deriva institucional
El núcleo del mensaje de Feijóo fue institucional, no solo partidista. El líder del PP subrayó que la actual crisis no puede reducirse a un intercambio de reproches entre bloques ideológicos. Habló de “deriva del sistema”, de pérdida de contrapesos y de un Ejecutivo que, según denunció, ha confundido mayoría parlamentaria con cheque en blanco.
En su intervención, Feijóo vinculó los escándalos con la parálisis de órganos clave: el bloqueo en la renovación de instituciones, la tensión con el Poder Judicial y el uso partidista de organismos que deberían operar con neutralidad. La consecuencia, sostuvo, es una erosión silenciosa de la calidad democrática, que no se mide en titulares diarios, sino en la acumulación de decisiones discutibles a lo largo de la legislatura.
Según distintos estudios de opinión recientes, la confianza de los ciudadanos en los partidos se mueve por debajo del 25%, y más de un 60% cree que los escándalos de corrupción o irregularidades “nunca se depuran del todo”. Esta cifra fue utilizada por el PP para reforzar la idea de que no estamos ante un episodio aislado, sino ante un patrón de impunidad percibida. El diagnóstico es inequívoco: si no se corrige la deriva, el desgaste será estructural.
La ofensiva del PP: transparencia o bloqueo
La comparecencia también sirvió para perfilar la estrategia del Partido Popular. Feijóo no solo enumeró las controversias que afectan al PSOE; las encuadró en un marco binario: “transparencia o bloqueo”. Según defendió, el Gobierno ha optado por ganar tiempo, fragmentar la información y politizar cualquier intento de control.
La respuesta del PP aspira a combinar presión y sentido institucional. Por un lado, anuncios de nuevas iniciativas parlamentarias, comisiones de investigación y peticiones formales de documentación. Por otro, el compromiso explícito de apoyar reformas de limpieza institucional si el Ejecutivo accede a abrir esa vía. Se trata de presentarse como la fuerza que está dispuesta a “levantar alfombras, también cuando no convenga”, pero sin dinamitar los puentes del todo.
No obstante, la ofensiva tiene riesgos. Si el Gobierno logra resistir y presentar la arremetida como una campaña de desgaste, el PP podría quedar atrapado en el papel de una oposición que solo denuncia, pero no construye alternativas. Por eso Feijóo insistió en ligar cada crítica a propuestas: reforzar órganos de control, blindar la independencia de ciertas instituciones y limitar por ley el uso partidista de recursos públicos.
La crisis de confianza: ciudadanos, empresas e inversores
Más allá del choque político, Feijóo subrayó el impacto económico y social de esta crisis. Recordó que España encadena más de cinco años con niveles de desconfianza política muy elevados, y que esta percepción termina afectando a la inversión, al consumo y a la capacidad del país para abordar transformaciones de calado.
En su discurso, el líder popular habló de empresarios que retrasan decisiones, de familias que perciben inestabilidad y de una economía que necesita previsibilidad para consolidar la recuperación. Los datos acompañan esa lectura: la inversión extranjera directa ha sufrido oscilaciones significativas en los últimos ejercicios, y distintos analistas alertan de que la inseguridad regulatoria y política puede restar hasta 0,5 puntos de PIB en escenarios prolongados de incertidumbre.
La clave, según la oposición, es que el Ejecutivo ha consumido buena parte de su capital político en “apagar fuegos” en lugar de construir consensos. “No es solo un problema de imagen; es un problema de crecimiento y de empleo”, afirmó Feijóo. Lo más grave, a su juicio, es que la ciudadanía percibe que la agenda pública no gira en torno a sus preocupaciones reales, sino alrededor de supervivencias partidistas.
Feijóo se examina como alternativa de Gobierno
Cada comparecencia de Feijóo es también un examen para su propio liderazgo. El presidente del PP es consciente de que no basta con señalar la crisis del adversario; debe demostrar que encarna una alternativa solvente y moderada, capaz de gobernar en un contexto de polarización extrema.
Por ello, su discurso evitó ciertos excesos retóricos y se apoyó en un tono más institucional que mitinero. Habló de pactos de Estado, de “reconstruir consensos básicos” y de la necesidad de rebajar el volumen del ruido político para centrarse en reformas tangibles. Sin embargo, la tarea no es sencilla. El PP gestiona internamente sus propias tensiones autonómicas y municipales, y Feijóo debe mantener cohesionada una organización poderosa, con barones territoriales influyentes y visiones diversas sobre cómo encarar la confrontación con el Gobierno.
La pregunta de fondo es si el líder popular logrará proyectar la imagen de estadista que reclama el momento o si quedará encajonado en el papel de opositor permanente. La comparecencia, con un mensaje más estructurado y ambicioso que en ocasiones anteriores, es un paso en esa dirección, pero el recorrido dependerá de su capacidad para convertir las palabras en agenda legislativa y acuerdos concretos.
El contraste con otras etapas de estabilidad
Feijóo jugó también la carta de la memoria reciente. Sin entrar en comparaciones directas, evocó periodos en los que, pese a las discrepancias políticas, existían reglas compartidas sobre el funcionamiento institucional. El mensaje implícito fue claro: España ha vivido etapas de mayor estabilidad, con marcos de consenso más amplios y menor sensación de provisionalidad.
La oposición insiste en que el número de crisis políticas relevantes, contabilizando cambios normativos polémicos, dimisiones y escándalos de impacto nacional, se ha duplicado en la última década. De hecho, en apenas ocho años se han celebrado tres elecciones generales, se han justificado decisiones clave en base a mayorías ajustadas y se ha normalizado un clima de confrontación en el que el adversario se percibe casi como enemigo.
Este contraste, subrayan en el PP, no es nostalgia, sino advertencia: cuando las reglas del juego dejan de percibirse como estables, el sistema pierde legitimidad y la polarización se radicaliza. “No se trata de volver a un pasado idealizado, sino de recuperar un mínimo común institucional que hoy parece roto”, fue uno de los mensajes que el entorno de Feijóo quiso transmitir tras la intervención.
Escenarios abiertos: negociación, desgaste o adelanto electoral
Tras la comparecencia, el tablero político se reordena en torno a tres posibles escenarios. El primero, negociación: que el Gobierno acepte abrir espacios de diálogo con la oposición, ya sea para abordar reformas institucionales o para clarificar las controversias más sensibles. Ello permitiría rebajar la tensión y enviar una señal de estabilidad a socios europeos y mercados.
El segundo escenario es el desgaste prolongado. El PSOE aguanta, minimiza los escándalos y los atribuye a una campaña organizada, mientras el PP intensifica su ofensiva parlamentaria. Este camino prolongaría el clima de confrontación, con un coste evidente en términos de confianza ciudadana y capacidad de acuerdo.
El tercero es el más drástico: un adelanto electoral si la crisis se vuelve ingobernable o si la aritmética parlamentaria se resquebraja. Aunque públicamente nadie lo admite, en los partidos se manejan simulaciones sobre qué ocurriría si hubiera urnas antes de tiempo. Las encuestas internas apuntan a una ventaja ajustada del PP, en torno a los 3-4 puntos, pero con un Parlamento igualmente fragmentado. Nada garantiza, por tanto, una salida rápida del bloqueo.
La comparecencia de Feijóo no cierra nada, pero sí abre un ciclo político distinto. Marca un punto a partir del cual la oposición deja claro que no aceptará que los escándalos se diluyan en el calendario ni que las reformas estructurales sigan aparcadas. El líder del PP ha decidido situarse en un terreno complejo: el de ejercer una presión firme sobre el Gobierno mientras se presenta como garante de la estabilidad que, según sostiene, hoy falta.
En las próximas semanas, la clave será comprobar si el Ejecutivo responde con gestos concretos de transparencia o se atrinchera en la idea de que todo es una operación política. También habrá que observar cómo reacciona la ciudadanía: si percibe en Feijóo a un dirigente que ofrece soluciones o a un actor más en una confrontación que parece no tener fin.
Lo que sí parece evidente es que la crisis ha entrado en una nueva fase. La foto de Alberto Núñez Feijóo, durante su comparecencia analizando la situación política de España, sintetiza el momento: un país que busca salida a un ciclo de desgaste acumulado, con un Gobierno en entredicho y una oposición que reclama el timón.