Polarización, diplomacia y desencuentros

La Casa Blanca acusa al Nobel: “Anteponen la política a la paz” tras dejar fuera a Trump del galardón

E P A / F R A N C I S C H U N G / PISCINA
El portavoz de la Casa Blanca, Steven Cheung, criticó con dureza la decisión del Comité Nobel de conceder el Premio de la Paz 2025 a la líder opositora venezolana María Corina Machado, afirmando que el comité privilegia intereses políticos por encima de los esfuerzos por la paz. La reacción se produce en un momento de fricción simbólica entre EE. UU. y el galardón más prestigioso del mundo.

El discurso del Estado como actor diplomático no suele estar marcado por confrontaciones directas contra instancias simbólicas como el Comité Nobel. Pero esta vez, la Casa Blanca optó por la confrontación: el director de comunicaciones, Steven Cheung, arremetió contra el órgano noruego tras la omisión de Donald Trump en la lista de galardonados en 2025. “El comité ha demostrado que pone la política por delante de la paz”, afirmó en una publicación en X (antiguo Twitter). El funcionario defendió la figura del mandatario, señalando que “seguirá firmando acuerdos de paz, poniendo fin a guerras y salvando vidas”.

La decisión del comité recayó en María Corina Machado, reconocida por su lucha por los derechos humanos y la democracia en Venezuela. El galardón generó controversia inmediata en Washington, donde Trump ha estado promocionando activamente su legado diplomático, especialmente tras los avances en Gaza y otros conflictos. La prensa internacional también recogió la reacción crítica del Gobierno. 

 

La respuesta oficial del Comité Nobel ha sido, hasta ahora, mantener la línea institucional: su decisión, sustentada en los méritos de Machado, “se basa únicamente en el trabajo y la voluntad de Alfred Nobel”, según declaraciones de su presidente Jørgen Watne Frydnes. 

El comité no se ha dejado arrastrar por presiones externas, reafirmando su independencia: aunque reconoce que recibe miles de cartas y propuestas cada año, insiste en que evalúa las candidaturas según criterios estrictos de mérito y no de interés político inmediato. 

 

¿Por qué tanta vehemencia desde Washington? En primer lugar, Trump ha buscado el Premio de la Paz durante años, presentando su gestión diplomática como pilar de su legado. No recibirlo en 2025 supone un golpe simbólico potente.

Por otro lado, el reconocimiento a Machado tiene un efecto político directo: refuerza la narrativa de la oposición venezolana y coloca en el centro del escenario mundial la lucha contra regímenes autoritarios. Ese posicionamiento puede leerse como un reproche implícito al gobierno estadounidense que respalda cambios de régimen en Caracas.

La Casa Blanca, al denunciar que el comité “antepone la política a la paz”, intenta desacreditar el galardón y reivindicar que sus propias gestiones diplomáticas merecían el reconocimiento. Además, al hablar del “corazón humanitario” del presidente Trump, busca reforzar la imagen de líder mundial en materia de paz.

 

La pugna entre EE. UU. y el Nobel podría tener costes simbólicos: desacreditar la legitimidad del premio, elevar la polarización global o detonar una escalada verbal entre Washington y Noruega. Además, podría exportarse al ámbito diplomático: países aliados observan esta disputa con atención, evaluando su propio posicionamiento frente al reconocimiento internacional.

También abre una reflexión sobre el papel del Nobel en conflictos contemporáneos: ¿será protagonista de polémicas políticas o seguirá fiel a su mandato pacifista? Las críticas históricas al comité lo acompañan desde hace décadas, con voces que lo acusan de discrecionalidad política. 

 

La elección de Machado como premio funciona como un mensaje global: que la resistencia democrática también merece visibilidad internacional. Para Washington, el rechazo es un golpe simbólico. Pero para muchos en América Latina y más allá, es un impulso moral para movimientos que operan bajo amenazas.

En este contexto, el debate no es únicamente quién merece un premio, sino quién define la frontera entre diplomacia y política simbólica. Si el Nobel es percibido como un instrumento más del poder, pierde autoridad moral. Pero si resiste presiones como las actuales, refuerza su razón de ser.