La clase media en EE. UU. afronta el mayor tropiezo de su historia
El pesimismo económico en Estados Unidos alcanza niveles históricos: solo el 25% de los ciudadanos cree que podrá mejorar su nivel de vida. La inflación, la deuda y la desconfianza en el futuro están golpeando de lleno a la clase media, mientras la confianza del consumidor se hunde y la percepción del “sueño americano” se desvanece.
Estados Unidos vive un momento de inflexión en su relato económico. Lo que durante décadas se vendió como “el sueño americano” se encuentra en entredicho: un 70% de la población afirma que nunca existió o que ya ha desaparecido, y los datos muestran un descontento social sin precedentes.
Según un informe publicado por The Wall Street Journal, solo uno de cada cuatro estadounidenses cree que podrá mejorar su nivel de vida, mientras que tres de cada cuatro desconfían incluso de que sus hijos logren superar su situación actual. Esta percepción refleja un pesimismo estructural que se extiende a todas las capas sociales y que tiene en la inflación a su principal catalizador.
La clase media, tradicional motor de estabilidad y consumo en la economía norteamericana, es la más castigada. Los precios elevados, la pérdida de poder adquisitivo y el endeudamiento creciente están generando un “tropezón histórico”, en palabras de los analistas. La confianza del consumidor se ha desplomado hasta su nivel más bajo en 15 años, lo que anticipa riesgos claros de recesión.
El problema, sin embargo, va más allá de la coyuntura. La percepción de declive se arrastra desde hace décadas y se intensificó con la pandemia de COVID-19. En paralelo, acontecimientos como la guerra en Ucrania han acentuado la sensación de que las grandes tensiones internacionales tienen un impacto directo sobre la vida cotidiana del ciudadano estadounidense.
Mientras tanto, las cifras macroeconómicas parecen enviar un mensaje distinto. El crecimiento del PIB, el dinamismo de la bolsa y los beneficios de las grandes tecnológicas dibujan un país en expansión. Pero esa prosperidad no se refleja en la vida diaria de la mayoría de los hogares. De hecho, el contraste alimenta la sensación de desconexión entre la economía oficial y la economía real.
El caso de Grecia, donde la caída de la natalidad ha obligado al cierre de miles de escuelas y jardines de infancia, se cita en el debate como un ejemplo de cómo los desequilibrios sociales y demográficos acaban teniendo consecuencias directas en la estructura del Estado. En Estados Unidos, la baja natalidad y la creciente precariedad apuntan hacia un futuro en el que la desigualdad podría convertirse en el principal freno del desarrollo.
El interrogante de fondo es evidente: ¿quién se beneficia realmente de este modelo económico? Para muchos, la respuesta apunta hacia las grandes corporaciones, especialmente las tecnológicas, que acumulan poder y beneficios en un sistema que no mejora la vida del ciudadano promedio.
Lo que está en juego no es solo la evolución del ciclo económico, sino la confianza en un modelo que durante décadas se presentó como aspiracional para el resto del mundo. Hoy, esa narrativa se tambalea y la clase media estadounidense —tradicionalmente símbolo de prosperidad— es la que acusa el golpe más duro.