Claudia Sheinbaum reafirma postura de México frente a la crisis en Venezuela

Claudia Sheinbaum en conferencia de prensa, expresando la postura oficial de México sobre la crisis en Venezuela.

La presidenta de México, Claudia Sheinbaum, reafirma la defensa de la autodeterminación de los pueblos y rechaza cualquier tipo de intervención extranjera en Venezuela. México mantiene una posición firme por el diálogo y las soluciones pacíficas en medio de la tensión con EE.UU. tras la incautación de un buque petrolero.

En medio de la creciente tensión internacional y la controversia por la incautación de un buque petrolero, la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, ha dejado claro que el país sostiene una línea inquebrantable en cuanto a la política exterior. No es novedad que México opte por la defensa férrea de la soberanía y de la autodeterminación de los pueblos, pero, ¿qué implica esto exactamente en el contexto actual?

La postura mexicana ante la crisis venezolana


Sheinbaum no ha andado con rodeos. En declaraciones recientes, confirmó que México se opone rotundamente a cualquier tipo de invasión o injerencia extranjera en Venezuela, recordando que la decisión debe siempre residir en los propios pueblos afectados. Es decir, nada de intervenciones militares o presiones externas que rompan con los principios constitucionales que rigen la política exterior mexicana. La presidenta retoma así una línea histórica de la diplomacia del país, basada en la no intervención y el respeto a la soberanía, que ha marcado la posición mexicana frente a múltiples crisis regionales.

Esto cobra particular importancia ahora, tras la incautación del buque petrolero —una medida que Estados Unidos ha justificado en el marco de sanciones y control regional— pero que México ve como un ejemplo claro de actos que complican el escenario diplomático y ponen en riesgo la estabilidad en América Latina. Para el Gobierno mexicano, este tipo de decisiones unilaterales endurece las posiciones, reduce los márgenes para el diálogo y puede terminar afectando directamente a la población venezolana, ya de por sí golpeada por años de crisis económica y política.

Desde esta óptica, México intenta situarse como un actor que no pretende tomar partido en las pugnas internas de Venezuela, sino defender una regla general: los cambios de gobierno y los procesos de transición deben surgir desde dentro, sin imposiciones externas, sin bloqueos que asfixien economías ni operaciones que se perciban como castigos colectivos.

El principio de autodeterminación


La autodeterminación, más que un concepto diplomático, es un derecho consagrado que define la libertad de los pueblos para decidir sobre su propio destino. En el marco mexicano, no se trata solo de una postura coyuntural frente a Venezuela, sino de un principio inscrito en la Constitución y repetido en cada gobierno como pilar de la política exterior. Para Sheinbaum, sostenerlo significa también enviar un mensaje contundente a actores internacionales para que respeten esas decisiones sin imponer agendas externas bajo el riesgo de generar más conflictos.

En la práctica, defender la autodeterminación implica rechazar golpes de Estado promovidos desde fuera, operaciones militares “quirúrgicas” y sanciones que afecten principalmente a la población civil. México insiste en que cualquier solución duradera a la crisis venezolana debe surgir del consenso interno: negociación entre fuerzas políticas, acuerdos electorales, garantías institucionales y mecanismos de verificación aceptados por todas las partes involucradas.

¿No es acaso esta una postura sensata en un mundo tan enredado en intereses geopolíticos? En un contexto donde las grandes potencias suelen utilizar las crisis internas de otros países como piezas en un tablero estratégico más amplio, la apuesta mexicana se presenta como un intento de frenar esa inercia. México opta, al menos en el plano discursivo, por una vía basada en el respeto y el diálogo, aunque esto suponga ir en contra de presiones o expectativas de aliados tradicionales.

Diálogo y soluciones pacíficas


Tanto en discursos oficiales como en foros internacionales, la presidenta ha abogado por el diálogo como herramienta para resolver cualquier controversia. Frente a la tensión generada, insistió en que las disputas se deben enfrentar de manera pacífica, sin recurrir a intervenciones militares o medidas coercitivas que puedan escalar la conflictividad. La idea de fondo es clara: las salidas negociadas pueden ser lentas, frustrantes y llenas de obstáculos, pero evitan el costo humano y material que suelen dejar las soluciones impuestas por la fuerza.

México ha defendido la idea de espacios de encuentro, ya sea a través de organismos regionales o de mecanismos ad hoc, donde gobierno, oposición y actores sociales puedan sentarse a negociar condiciones mínimas: liberación de presos políticos, garantías electorales, respeto a los derechos humanos y reconocimiento de resultados. En este marco, la diplomacia mexicana se presenta como facilitador, no como juez, evitando etiquetas simplistas que encasillen a una de las partes como “legítima” y a la otra como “ilegítima” desde el inicio.

Esta invitación a la calma y la negociación no solo es un llamado a la prudencia, sino también un recordatorio de que la política exterior mexicana sigue firmemente anclada en principios constitucionales que priorizan la estabilidad regional. Para México, la paz no se construye con ultimátums ni sanciones unilaterales, sino con procesos graduales que reduzcan el riesgo de un conflicto mayor, ya sea interno o entre Estados.

Implicaciones regionales y tensiones con otras potencias


La posición de Sheinbaum llega en un momento en el que América Latina se encuentra fragmentada en cuanto a la lectura de la crisis venezolana. Algunos gobiernos respaldan abiertamente las sanciones y las medidas de presión, mientras que otros, como México, prefieren mantener una distancia crítica respecto de cualquier mecanismo que huela a intervención. Esta diversidad de enfoques complica la construcción de una postura común a nivel regional.

Al marcar su desacuerdo con acciones como la incautación del buque petrolero, México envía un mensaje doble: por un lado, reafirma su desacuerdo con estrategias de castigo económico; por otro, se expone a tensiones con Washington y otros aliados que ven las sanciones como herramientas legítimas para forzar cambios políticos. El reto para la diplomacia mexicana será sostener esta línea sin romper puentes con socios clave ni aparecer como defensora incondicional de un gobierno u otro en Venezuela.

Críticas, desafíos y coherencia interna


La postura mexicana tampoco está exenta de críticas. Algunos sectores consideran que insistir tanto en la no intervención puede interpretarse como una forma de tolerar o minimizar violaciones de derechos humanos o prácticas autoritarias. Otros, en cambio, ven en esta política una forma de coherencia histórica que evita que México se convierta en instrumento de agendas ajenas a la región.

El desafío, para Sheinbaum, será demostrar que la defensa de la autodeterminación no implica indiferencia ante el sufrimiento de la población venezolana. Es decir, que se puede al mismo tiempo rechazar intervenciones militares y sanciones indiscriminadas, y a la vez exigir respeto a los derechos fundamentales, procesos electorales creíbles y apertura al escrutinio internacional.

En suma, la postura mexicana ante la crisis venezolana combina rechazo a la injerencia, defensa del principio de autodeterminación y apuesta por el diálogo como única vía legítima para resolver el conflicto. En un entorno marcado por sanciones, incautaciones y amenazas veladas, México intenta mantener una línea que privilegia la estabilidad regional y el respeto a las decisiones internas de cada país. La gran incógnita es si esa estrategia, basada en principios de largo recorrido, será suficiente para influir realmente en el rumbo de la crisis o si quedará como una voz disonante en medio de un escenario dominado por lógicas de presión y confrontación.