La inteligencia artificial y su consumo eléctrico: ¿amenaza global que no podemos ignorar?

Gráfico ilustrativo del incremento en el consumo energético vinculado a la inteligencia artificial en el mundo para 2030.

Kate Mead analiza el crecimiento acelerado de la inteligencia artificial y sus riesgos energéticos para 2030, subrayando la importancia de la sostenibilidad y los retos para los inversores en un panorama tecnológico en plena transformación.

En pocos años, la inteligencia artificial ha pasado de ser una herramienta experimental a convertirse en el eje central del desarrollo empresarial. Modelos generativos, automatización avanzada, algoritmos predictivos y análisis masivo de datos están redefiniendo procesos económicos enteros. Sin embargo, este impulso tecnológico tiene una cara menos visible: el consumo energético.

La analista de AllianceBernstein Kate Mead advierte que el crecimiento de la IA es tan acelerado que podría alcanzar una demanda del 7% de la electricidad global en 2030. Una cifra que, en términos de impacto, obliga a reconsiderar qué significa avanzar en tecnología sin comprometer la estabilidad energética y climática del planeta.

Crecimiento “turboalimentado”: accesibilidad, nube y hardware barato

Mead afirma que la adopción masiva de IA se explica por una combinación de factores que se retroalimentan:

  • Herramientas avanzadas disponibles para el usuario medio, no solo para investigadores.

  • Reducción drástica en el coste de GPUs y hardware especializado.

  • Computación en la nube como estándar de infraestructura.

La IA no está creciendo; está explotando. Y ese ritmo implica que la huella energética del sector aumente igual de rápido.

El riesgo de un modelo energético insostenible

Cada modelo entrenado, cada consulta generada y cada almacenamiento de datos requiere electricidad. Los centros de datos ya consumen más energía que algunos países medianos, y el despliegue de IA acelera esa demanda.

Si el sector alcanza el 7% del consumo mundial:

  • La presión sobre las redes eléctricas será significativa.

  • Se incrementará la necesidad de energías renovables y sistemas de refrigeración eficientes.

  • Podría tensionarse la transición energética global.

El dilema es claro: la innovación digital no puede avanzar divorciada de la sostenibilidad.

Un desafío estratégico para los inversionistas

Mead también lanza una advertencia al mercado financiero:
no todo lo etiquetado como “IA” es realmente estratégico.

Para los inversores, la clave será distinguir entre:

IA con valor real IA como tendencia
Mejora procesos, crea eficiencia, aporta ventaja competitiva. Aparece en el discurso, pero no transforma el negocio.

Al mismo tiempo, los beneficios de esta revolución se están concentrando en grandes corporaciones capaces de asumir la inversión tecnológica, lo que podría aumentar la brecha entre gigantes y medianas empresas, así como provocar efectos laborales todavía inciertos.

Mirando hacia adelante

El reto no es detener el progreso de la inteligencia artificial.
El reto es gobernarlo.

  • Eficiencia energética.

  • Innovación en hardware sostenible.

  • Regulación equilibrada.

  • Transparencia en el uso de datos.

  • Estrategias corporativas claras de responsabilidad climática.

La pregunta no es si la IA seguirá avanzando —ya lo hace—, sino cómo evitamos que su desarrollo comprometa otros pilares fundamentales de la economía y del planeta.

Porque la revolución digital es inevitable.
Lo que todavía está por decidirse es si será sostenible.