Defensa europea en expansión: del radar diplomático al escudo tecnológico

Lituania propone que Reino Unido se una al proyecto europeo de “muro antidrón”

Lituania propone que Reino Unido se una al proyecto europeo de “muro antidrón” - EPA/SARAH YENESEL

Durante la cumbre de la Comunidad Política Europea (EPC) en Copenhague, el presidente de Lituania, Gitanas Nausėda, hizo un llamamiento para integrar al Reino Unido en la iniciativa europea del “drone wall” (muro antidrón), una ambiciosa red de defensa destinada a proteger el espacio aéreo del este de Europa frente a amenazas no tripuladas. La propuesta ganó apoyo inicial de los líderes de la Unión Europea, aunque su implementación exige coordinación política, técnica y financiera.

En un contexto de creciente tensión aérea y uso intensivo de drones —tanto en conflictos como en incursiones transfronterizas— la iniciativa de un “muro antidrón” europeo emerge como una respuesta estratégica que podría redefinir el paradigma de la defensa colectiva en el continente. Lituania, país situado en la primera línea geográfica del flanco oriental de la UE, no ha dudado en sostener que la colaboración de potencias como el Reino Unido sería un paso natural para fortalecer la arquitectura defensiva compartida.

La propuesta de Nausėda no es meramente simbólica. Durante la cumbre de la EPC, el presidente lituano enfatizó que la actual vulnerabilidad no solo concierne a los estados limítrofes con Rusia, sino que también puede alcanzar territorios más alejados, como el Reino Unido. De hecho, recientes actividades dronísticas detectadas en Dinamarca —país que no comparte frontera con Rusia— ilustran cómo el fenómeno puede afectar a estados pensados tradicionalmente como periféricos en este tipo de amenazas. Esta observación refuerza la lógica de una defensa multinacional compartida.

El “drone wall” es concebido como un sistema escalonado de sensores, radares, estaciones antidrones e interceptores automatizados que detecten, clasifiquen y neutralicen aeronaves no tripuladas hostiles antes de que penetren el espacio aéreo soberano. En su versión ideal, esta red abarcaría desde los estados del Báltico hasta Bulgaria, con fases de despliegue progresivas. La Comisión Europea y los Estados miembros ya han mostrado un respaldo amplio a la idea tras la cumbre de Copenhague, comprometiéndose a elaborar una hoja de ruta técnica y desplegar esquemas de financiación para llevarla a cabo.

Pero esa adopción no será sencilla. El proyecto suscita tensiones en cuanto a costos, jurisdicción, interoperabilidad —incluyendo coordinaciones con la OTAN— y plazos de despliegue. Algunos ministros de Defensa han manifestado reticencias, estimando que construir un sistema plenamente funcional podría llevar varios años.

Adicionalmente, el efecto multiplicador del conflicto en Ucrania y el aprendizaje práctico acumulado por ese país en operaciones antidrones refuerzan la urgencia de Europa para ponerse al día. Durante las deliberaciones recientes, se destacó que la innovación y los estándares técnicos impulsados por empresas europeas dedicadas al contrarresto de drones ya están en posición de competir para proveer componentes del sistema.

Un punto clave: Lituania ya decretó una ley para autorizar a sus fuerzas armadas a derribar drones que violen su espacio aéreo, incluso de forma preventiva. Este cambio legal, aprobado por una amplia mayoría parlamentaria, entra en vigor a partir de octubre de 2025, dotando al país de una mayor capacidad reaccionaria ante amenazas aéreas emergentes.

Para el Reino Unido, unirse formalmente a una iniciativa de defensa europea supone una decisión política delicada. Aunque mantiene vínculos estrechos con la UE en cooperación en seguridad y defensa, participar en un sistema tan simbólico como el “drone wall” implicaría un grado de integración que va más allá de los acuerdos habituales. Desde el punto de vista estratégico, sin embargo, un involucramiento británico potenciaría la legitimidad del proyecto y facilitaría una defensa más integrada entre el Atlántico y el mar Báltico.

Desde la óptica del tejido empresarial europeo, la puesta en marcha del muro antidrones abre múltiples oportunidades: fabricantes de sensores, sistemas de vigilancia, inteligencia artificial aplicada, interceptores autónomos o jammers (bloqueadores de señal), entre otros. Las contratas públicas a escala continental podrían estimular un ecosistema tecnológico estratégico, con efecto tractor para la innovación en defensa dual.

No obstante, Europa debe sortear desafíos institucionales: definir la hoja de ruta técnica, establecer criterios homogéneos de interoperabilidad, decidir mecanismos de coste y riesgo compartido, y articularlos con los compromisos en el seno de la OTAN. La urgencia no espera: en las últimas semanas se registraron múltiples incursiones en Polonia, Rumanía, Estonia y Dinamarca, lo que ha elevado el debate más allá del ámbito académico o puramente militar.

En última instancia, la apelación de Lituania al Reino Unido representa un movimiento tanto simbólico como pragmático: buscar una unión estratégica entre países con capacidad tecnológica, voluntades políticas y visión compartida de defensa. Si se logra, el “muro antidrones” podría convertirse en uno de los programas emblemáticos del nuevo ciclo de integración europea en materia de seguridad.