Lorenzo Ramírez destapa el plan de EE.UU. tras la guerra en Ucrania
En una entrevista reciente con Negocios TV, el periodista económico Lorenzo Ramírez ofrece una lectura crítica de la guerra en Ucrania y del papel de Estados Unidos. A partir de un supuesto plan de 28 puntos que, según su análisis, responde más a intereses estratégicos que a la búsqueda de paz, Ramírez describe un entramado de presión política, condicionamiento económico y operaciones digitales que se extiende también a Latinoamérica. Su diagnóstico apunta a un uso coordinado de la diplomacia, las finanzas y la tecnología como instrumentos de poder capaces de limitar la soberanía de los Estados y moldear un nuevo orden internacional cada vez más inestable.
Lejos de las versiones oficiales, el periodista subraya que el conflicto ucraniano, las tensiones en el Caribe y la influencia sobre economías como las de Argentina o El Salvador responden a un mismo patrón de actuación. Bajo la retórica de la democracia, la seguridad y la estabilidad, se desplegarían mecanismos de chantaje político, dependencia financiera y control digital que afectan tanto a la arquitectura institucional como a la vida cotidiana de millones de personas.
Chantaje en el frente ucraniano
En el caso de la guerra en Ucrania, Ramírez sostiene que Washington habría impuesto condiciones claras al presidente Volodímir Zelensky en el marco de las negociaciones. La convocatoria de elecciones, la posible aceptación de cesiones territoriales o la obligación de contener la influencia rusa formarían parte de un guion que, en su opinión, es más estratégico que diplomático. El resultado sería un proceso de paz condicionado, donde las prioridades de la potencia estadounidense pesan más que las demandas del propio país en guerra.
La participación europea también aparece, según este análisis, como limitada y subordinada. La presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, es descrita como una figura con escaso margen de maniobra real en una partida dominada por Estados Unidos y Rusia. Para Ramírez, esta imagen desmonta la idea de una Europa autónoma y revela una asimetría de poder que rara vez se reconoce en el discurso público.
El plan de 28 puntos
El denominado plan de 28 puntos, aún poco conocido, ocupa un lugar central en la lectura de Ramírez. Este documento, más que un esquema neutral de paz, reflejaría una agenda donde los hilos los sigue moviendo Washington, fijando líneas rojas y condicionando las decisiones políticas que se anuncian como propias de Kiev. Bajo esta óptica, la negociación se convierte en un instrumento para consolidar intereses geoestratégicos antes que para cerrar un conflicto.
La influencia de la estrategia asociada a Donald Trump seguiría proyectándose, según el periodista, sobre buena parte de la política exterior estadounidense. La sombra de esta doctrina, centrada en la defensa agresiva de la primacía nacional, se haría visible en muchas de las presiones que limitan la soberanía efectiva de Ucrania en plena guerra, hasta el punto de dejar en segundo plano la capacidad de decisión de sus autoridades.
Latinoamérica bajo presión
El análisis de Ramírez se extiende más allá de Europa del Este y se detiene en Latinoamérica, donde detecta un patrón similar de actuación. La intensificación de la presencia militar en el Caribe y la intervención reiterada en economías como las de Argentina o El Salvador se enmarcarían en una estrategia de extensión del poder estadounidense sobre la región. Se trataría de reconfigurar equilibrios internos bajo la promesa de seguridad y estabilidad macroeconómica.
En este contexto, la política exterior se combina con instrumentos económicos y diplomáticos que condicionan a gobiernos y parlamentos. La narrativa de defensa de la democracia y de lucha contra el crimen organizado serviría, en parte, como justificación para reforzar posiciones de influencia en un espacio que sigue siendo clave para los intereses de Washington frente a otros actores globales.
Armas financieras y ‘guerra digital’
Junto a la dimensión militar, Ramírez subraya el uso de herramientas financieras de alto impacto. Sanciones, bloqueos y restricciones de acceso a los mercados se convierten en mecanismos de presión que pueden ahogar economías enteras. Esta forma de intervención, aunque no recurre a la fuerza convencional, tiene efectos directos sobre la inversión, el empleo y el nivel de vida de la población.
El periodista introduce además el concepto de «guerra digital», que incluiría lo que denomina «asesinatos digitales» contra jueces y fiscales internacionales. Bajo esta expresión agrupa campañas de descrédito, filtraciones selectivas y operaciones en el entorno online que, según su visión, buscan neutralizar o intimidar a determinados actores institucionales. La batalla por el control de la información y de la reputación se convierte así en otro frente de la geopolítica contemporánea.
Wall Street, Tesoro y tecnológicas
Otro de los pilares de este entramado es el papel de Wall Street, el Departamento del Tesoro y las grandes tecnológicas estadounidenses. Ramírez sostiene que muchas decisiones políticas en distintos países responden, en parte, a los intereses de estas élites financieras y corporativas, cuya influencia se ejerce de forma indirecta y poco visible para el público. La capacidad de orientar flujos de capital o de controlar infraestructuras digitales críticas se traduce en poder político.
Este fenómeno, recalca, no se limita a América Latina. Tiene reflejo en Europa, Asia y otras regiones, reforzando la idea de un sistema globalizado donde unas pocas corporaciones pueden condicionar agendas nacionales. En este marco, la frontera entre poder económico y decisión política se vuelve difusa, debilitando la transparencia y la rendición de cuentas.
Un orden mundial más frágil
La conclusión de Ramírez es que existe una relación estrecha entre deuda, corrupción y manipulación de conflictos que agrava la fragilidad de la seguridad internacional. El caso de Ucrania, las tensiones en Latinoamérica y las maniobras financieras que atraviesan varios continentes convergen en un escenario de alta volatilidad, donde los incentivos para prolongar crisis o explotar inestabilidades pueden resultar mayores que los de alcanzar soluciones duraderas.
Este nuevo orden mundial no se decide sólo en las cancillerías o en los parqués bursátiles, sino que impacta en la vida diaria de millones de personas. Para el periodista, los intereses de unas élites financieras y políticas poco transparentes configuran un tablero en el que los actores menores apenas tienen voz o voto. El reto, concluye, pasa por desvelar estos mecanismos y cuestionar los relatos oficiales para entender qué hay realmente en juego en la geopolítica de Estados Unidos y sus aliados.