La guerra en Ucrania entra en un punto crítico

Occidente fracasa en presionar a Rusia: la escalada militar abre un nuevo escenario global

Las sanciones europeas no han doblegado al Kremlin, mientras Estados Unidos apuesta por intensificar la presión a través de inteligencia y misiles de largo alcance. Trump busca capitalizar un posible alto el fuego, pero el riesgo de una respuesta rusa directa mantiene al mundo en vilo.

El pulso geopolítico entre Occidente y Rusia vuelve a tensarse tras meses de intentos fallidos por forzar una negociación de paz. El Kremlin ha mostrado con claridad sus condiciones y, pese a las sanciones económicas y la presión diplomática, la maquinaria energética y el apoyo de los BRICS le han permitido resistir. La conclusión es clara: las medidas aplicadas hasta ahora han sido insuficientes.

Europa, que ha confiado en el poder de las sanciones, enfrenta un escenario incómodo. Los bloqueos financieros y comerciales no han alterado sustancialmente la estrategia de Moscú. La dependencia de sus recursos naturales, sumada a la cobertura de sus aliados, le da margen de maniobra. “Absolutamente insuficientes” es el calificativo que los analistas aplican a la acción europea, que parece más preocupada en demostrar fuerza frente a Oriente que en encontrar salidas reales al conflicto.

Estados Unidos, por su parte, opta por una vía más agresiva: proporcionar inteligencia satelital y armamento avanzado a Ucrania, entre ellos misiles Tomahawk. El objetivo, según fuentes de defensa, es atacar infraestructuras energéticas críticas de Rusia y forzar así una posición negociadora. Sin embargo, este movimiento implica una escalada que aumenta el riesgo de represalias directas contra intereses occidentales.

Donald Trump, que había mantenido una postura ambivalente respecto al envío de armamento, ha dado un giro. El expresidente, en su estilo característico, ha lanzado mensajes contradictorios: primero rechazó el suministro directo, luego abrió la puerta a que los aliados los proporcionaran y finalmente dejó entrever que Washington podría involucrarse. Detrás de esa estrategia, señalan expertos, está su deseo de presentar un eventual alto el fuego como una victoria personal: “parar otra guerra” y capitalizarlo políticamente.

El problema es logístico y táctico. Ucrania no dispone de la infraestructura ni del conocimiento para operar este tipo de armamento con efectividad. Los Tomahawk requieren formación especializada y coordinación directa con sistemas de inteligencia avanzados. Sin esa asistencia, los misiles “no sirven para nada”. De ahí que la implicación de militares estadounidenses o de la OTAN se presente como condición inevitable si se busca impacto inmediato en el campo de batalla.

La respuesta rusa no tardaría. Los analistas coinciden en que Moscú reaccionaría con contundencia si se bombardean instalaciones energéticas. La incógnita es dónde fijaría su represalia: si la limitaría al frente ucraniano o si expandiría los ataques hacia otros objetivos de interés occidental.

En este tablero, la retórica también pesa. Santiago, otro de los analistas consultados, lo define como un “penúltimo nivel” de escalada, donde aún quedan márgenes antes de un choque directo, pero donde los riesgos crecen exponencialmente. Además, recuerda que este rearme debe entenderse dentro de la dinámica interna de Estados Unidos. El reciente correctivo público del Secretario de Defensa, Peter Hexet, a los altos mandos militares busca acelerar la modernización del ejército y reafirmar su rol global. El rearme ucraniano podría funcionar como moneda de cambio: el ejército muestra compromiso con el discurso oficial a cambio de más respaldo político y presupuestario.

La guerra en Ucrania, lejos de acercarse a su final, entra en una fase donde la presión militar sustituye a la diplomática. Occidente busca demostrar su capacidad de imponerse, pero Rusia mantiene su resistencia. La pregunta ya no es si habrá negociación, sino qué precio estará dispuesto a pagar cada bloque antes de sentarse en la mesa.