Un plan de paz de Trump y Rusia reabre la fractura ucraniana y tensiona el tablero global
En un contexto de tensiones diplomáticas crecientes, el plan de paz de 28 puntos impulsado por el expresidente estadounidense Donald Trump junto a Rusia para poner fin a la guerra en Ucrania ha desatado un intenso debate internacional. El politólogo Santiago Armesilla, director del instituto Beatriz Galindo-La Latina, define el acuerdo como una auténtica «capitulación» que podría dejar heridas profundas en la política y la sociedad ucraniana, evocando la posguerra europea del siglo XX, cuando pactos percibidos como mutilados marcaron el destino de países enteros. Mientras Kiev se enfrenta al coste político de aceptar recortes militares y concesiones territoriales, el tablero geopolítico se mueve a la vez en América Latina y en Irán, dibujando un escenario de incertidumbre encadenada.
La sensación compartida entre analistas es que el conflicto en el Este de Europa ya no puede leerse de manera aislada. Los movimientos de Colombia y Venezuela en el continente americano, o la retirada de Irán del llamado Acuerdo de El Cairo bajo presión del OIEA, encajan en una dinámica que combina ajustes de poder regional, sanciones económicas y carreras estratégicas que recuerdan, en algunos aspectos, a las lógicas de la Guerra Fría.
Ucrania ante la sombra de una paz mutilada
El plan de paz presentado por el entorno de Trump contempla reducciones sensibles del poder militar ucraniano y concesiones territoriales que suponen una ruptura evidente con los objetivos iniciales proclamados por el Gobierno de Volodímir Zelenski. Para Armesilla, el resultado se asemeja a una «paz mutilada», en la que el país se ve obligado a aceptar una arquitectura de seguridad que limita su margen de maniobra a largo plazo.
Este tipo de acuerdos, advierte el analista, pueden dejar una sensación de derrota política incluso cuando se detienen las hostilidades sobre el terreno. La percepción de que el desenlace no hace justicia al sacrificio realizado alimenta el riesgo de que el conflicto se transforme, de guerra abierta, en una batalla interna por el relato y por la legitimidad de las decisiones tomadas en nombre del país.
Tensiones políticas internas en Kiev
Las rebajas en las capacidades del ejército ucraniano no solo tienen implicaciones estratégicas, sino que amenazan con abrir una fractura política interna más profunda. La posibilidad de que parte de la sociedad perciba el acuerdo como una renuncia forzada puede incentivar el surgimiento de liderazgos alternativos, más radicales o más críticos con la línea de Zelenski.
En este clima, la confianza ciudadana se convierte en un recurso tan disputado como el territorio. Armesilla alerta de que el desgaste del presidente y de su entorno puede traducirse en tensiones entre facciones —militares, políticas y sociales— con agendas propias. El riesgo es que el país pase de una guerra de posiciones en el frente a una guerra de posiciones en el interior, con consecuencias imprevisibles para la gobernabilidad.
Un equilibrio precario en Europa del Este
Para la comunidad internacional, el plan de paz es un ejercicio de equilibrismo diplomático que se observa con una mezcla de cautela y preocupación. La estabilidad en Europa del Este se sostiene sobre un equilibrio precario: cualquier concesión que se perciba como excesiva puede ser interpretada como un precedente peligroso, mientras que la negativa a negociar prolonga un conflicto que ya ha transformado el mapa de seguridad del continente.
Los siguientes pasos deberán gestionarse con máxima delicadeza, tanto en los foros multilaterales como en las capitales europeas. El desafío radica en evitar que una paz cuestionada en Ucrania termine desestabilizando aún más la arquitectura de seguridad europea, ya sometida a presiones energéticas, militares y políticas sin precedentes recientes.
América Latina: transición en Venezuela bajo presión
Mientras Europa mira hacia el Este, el foco se desplaza también a América Latina, donde se juegan otras partidas que podrían redefinir el equilibrio regional. Colombia se ha posicionado abiertamente a favor de un plan negociado que impulse una transición política con nuevas elecciones en Venezuela, señal de que Bogotá busca proyectarse como actor clave en la estabilidad del área.
Al mismo tiempo, Estados Unidos mantiene una presión diplomática constante sobre Caracas, a través de sanciones y condicionamientos políticos. El presidente Nicolás Maduro explora múltiples alternativas para sortear las restricciones, desde reconfigurar alianzas hasta recalibrar su política interna, consciente de que se avecinan cambios significativos en las próximas semanas. El resultado es un clima de fragilidad y expectativas contenidas, en el que cualquier movimiento puede inclinar la balanza hacia la negociación o hacia una nueva fase de confrontación.
Irán, el OIEA y el riesgo de un aislamiento nuclear
En Oriente Medio, otro frente de tensión se abre con la decisión de Irán de abandonar el Acuerdo de El Cairo tras la presión del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) para lograr una cooperación nuclear total. Teherán presenta este paso como una defensa de su soberanía nacional y como una forma de fortalecer su capacidad disuasoria, en una trayectoria que algunos analistas comparan con el esquema estratégico de Corea del Norte.
La ruptura complica aún más los esfuerzos internacionales para mantener bajo control la proliferación nuclear en la región. La posibilidad de que Irán avance hacia una posición de aislamiento nuclear alimenta la inquietud de las potencias occidentales y de los países vecinos, que temen una alteración profunda de la arquitectura de seguridad en Oriente Medio y un nuevo ciclo de sanciones, represalias y negociaciones intermitentes.
Un tablero global atravesado por la incertidumbre
El hilo que une estos escenarios —el plan de paz en Ucrania, la transición pendiente en Venezuela y la deriva nuclear de Irán— es una sensación de inestabilidad estructural en el orden internacional. Cada movimiento busca, en teoría, cerrar un frente de conflicto, pero al mismo tiempo abre nuevas preguntas sobre la legitimidad de los acuerdos, la resistencia de las sociedades afectadas y la capacidad de los estados para sostenerlos en el tiempo.
El diagnóstico que se abre paso es que la gestión de la paz resulta, en muchos casos, tan compleja como la gestión de la guerra. Los próximos meses mostrarán si estos procesos derivan en pacificaciones frágiles y reversibles, o si son capaces de alumbrar un nuevo equilibrio en el que las heridas políticas y sociales no terminen por reabrir los conflictos que se pretende cerrar.