Tierras Raras

“Enfrentamiento por las Tierras Raras”: Cómo la nueva guerra de minerales entre EE. UU. y China marca el inicio de la próxima gran crisis energética global

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"Rare Earth Showdown": La nueva batalla por los minerales entre Estados Unidos y China que podría desatar la próxima crisis energética mundial

El 18 de octubre de 2025 podría pasar a la historia como el día en que comenzó una nueva era geopolítica centrada en algo menos espectacular que el petróleo o los chips, pero igual de crucial: los minerales raros. Lo que empezó con una caída de las exportaciones chinas en septiembre —apenas un 11% menos que el mes anterior— se ha transformado rápidamente en un terremoto político, económico y energético que pone en jaque la estabilidad de las cadenas de suministro globales. Detrás de esta crisis emergente se encuentra un hecho simple pero inquietante: China controla más del 80% del procesamiento mundial de tierras raras, y Estados Unidos depende casi totalmente de ese flujo.

El último movimiento de Pekín, anunciado en octubre, extiende los controles de exportación a cualquier producto —sin importar dónde se fabrique— que contenga más de un 0,1% de material con origen chino. Esta decisión, que replica la famosa Foreign Direct Product Rule de EE. UU., convierte a China en el árbitro de facto de buena parte de la economía verde y militar mundial. El gobierno chino argumenta que se trata de una medida de seguridad nacional y de cumplimiento de obligaciones internacionales, pero en Washington se interpreta como una respuesta directa a los aranceles y restricciones tecnológicas impulsadas primero por Biden y ahora reforzadas por Trump.

La consecuencia inmediata que se apunta, fue un desplome bursátil: el NASDAQ perdió 800 puntos en un solo día, y el Dow Jones cayó más de 400 puntos en la apertura del lunes siguiente. El pánico no solo tiene que ver con los minerales, sino con lo que representan: la dependencia estratégica de Occidente respecto a una sola nación para producir componentes esenciales de todo —desde un smartphone hasta un avión de combate F-35 o un generador eólico.

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Para comprender la magnitud del problema apuntan que hay que volver atrás. Desde los años noventa, China apostó por dominar la cadena de valor de las tierras raras. Deng Xiaoping lo predijo en 1992: “El Medio Oriente tiene petróleo; China tiene tierras raras.” Ese fue el punto de partida de una política industrial a largo plazo que combinó subsidios masivos, control estatal de minas y refinerías, y adquisición de tecnología extranjera. El resultado es un monopolio global construido pacientemente durante tres décadas. Hoy, el 99% del procesamiento de los tres tipos de tierras raras necesarias para imanes resistentes al calor ocurre en China. Ningún otro país puede replicar esa capacidad a corto plazo.

Estados Unidos, por su parte, se enfrenta a su mayor dilema energético desde el embargo petrolero de 1973. A pesar de las advertencias de expertos como Michael Froman, presidente del Council on Foreign Relations, la Casa Blanca ha reaccionado siempre tarde. Los intentos de reindustrializar el país y reducir la dependencia de China se han visto frenados por los altos costos, los años de tramitación y los efectos ambientales del refinado. En promedio, una mina estadounidense tarda 29 años en entrar en operación, y solo unas pocas empresas —como MP Materials— cuentan con respaldo federal.

La administración Trump ha acelerado este proceso con medidas más agresivas: inversión directa del Pentágono, establecimiento de precios mínimos, acuerdos de compra garantizados y negociaciones con Groenlandia y África para desarrollar minas de niobio, escandio, titanio y tierras raras. Pero la carrera es cuesta arriba. La reciente imposición de un arancel del 100% sobre productos chinos puede aumentar la presión política, pero no soluciona la raíz del problema: la falta de capacidad de procesamiento en territorio estadounidense.

Mientras tanto, China no ha desperdiciado la oportunidad de presentarse como el actor “responsable” que defiende el orden multilateral frente a un EE. UU. “revisionista”. Pero su estrategia tiene grietas. Los países en desarrollo, antaño seducidos por las promesas de la Belt and Road Initiative, ahora desconfían de los préstamos coercitivos y la dependencia que generaron. El endurecimiento de los controles de exportación podría erosionar aún más la reputación de China como socio comercial estable.

En este contexto se comenta que empresas como "NioCorp han ganado protagonismo". Su proyecto Elk Creek, en Nebraska, se posiciona como una de las piezas clave en la estrategia estadounidense para la independencia mineral. A diferencia de otros proyectos, Elk Creek combina extracción, procesamiento y reciclaje de niobio, titanio, escandio y tierras raras críticas (Nd, Pr, Dy, Tb). Según analistas, este proyecto podría cubrir una parte significativa —si no toda— de las necesidades domésticas de EE. UU. en niobio, además de aportar materiales esenciales para aeronáutica, defensa y energía limpia.

La empresa acaba de cerrar una ronda de financiación de 150 millones de dólares y ha anunciado tres presentaciones estratégicas este mes en Nueva York. Los primeros resultados de perforación confirman altas concentraciones de Nb₂O₅ y óxidos de tierras raras, reforzando su papel como sustituto potencial del suministro chino. Si el Estudio de Viabilidad Definitivo (DFS) confirma los pronósticos, Elk Creek podría convertirse en el núcleo de un nuevo ecosistema industrial americano alineado con las prioridades del Pentágono y el Departamento de Energía.

Sin embargo, los desafíos persisten. La transición hacia una economía libre de dependencias chinas requerirá décadas de inversión, cooperación internacional y voluntad política sostenida. La clave está en coordinar alianzas globales —como la que une a la U.S. International Development Finance Corporation con la Unión Europea y el Banco Africano de Desarrollo en el Lobito Corridor Project— que permitan crear corredores logísticos y de refinado fuera de la órbita china.

El gran interrogante es si Washington sabrá aprovechar la oportunidad. China, en su intento por reafirmar su hegemonía, podría haber abierto un frente que empuje a sus rivales a organizarse en bloque. Como señaló un funcionario estadounidense, “Los burócratas en Pekín no pueden dirigir la cadena de suministro mundial. Este es el momento de construir una alternativa.”

La historia demuestra que las crisis energéticas tienden a redefinir el poder global. El petróleo en los setenta cambió la geopolítica; los semiconductores lo hicieron en los noventa; ahora, los minerales críticos son el nuevo campo de batalla. Si Estados Unidos logra convertir su vulnerabilidad en una oportunidad de innovación industrial y colaboración aliada, esta podría ser la chispa de un renacimiento energético. Pero si fracasa, el siglo XXI podría quedar marcado por una dependencia mineral aún más profunda que la petrolera.

La contracción de las exportaciones chinas no es solo un dato de aduana: es una advertencia. Un recordatorio de que el equilibrio económico mundial se sostiene sobre materiales invisibles pero imprescindibles. Y como en toda guerra de recursos, el ganador no será quien tenga más minas, sino quien controle la capacidad de transformarlas. En este tablero, la partida apenas comienza —y la próxima gran crisis energética del mundo ya tiene nombre: las tierras raras.