Vuelve el servicio militar en Europa, China se hunde en lo económico y la derecha gana fuerza en Latinoamérica
Europa se rearma, China naufraga y Latinoamérica gira a Kast
El cierre de 2025 llega con un triple giro que reconfigura el tablero global: Europa recupera el fantasma del servicio militar obligatorio, China exhibe cifras que apuntan a una desaceleración severa, y Latinoamérica asiste a la victoria rotunda de José Antonio Kast, nuevo referente de una derecha de mano dura celebrada desde Washington.
La combinación es explosiva: más gasto en defensa, más incertidumbre económica y más polarización política. En Alemania se discute abiertamente la vuelta a la conscripción en un contexto marcado por la guerra de Ucrania y el pulso con Rusia, mientras Kiev sopesa renunciar a la OTAN a cambio de garantías de seguridad y una integración acelerada en la UE.
Al mismo tiempo, los datos que llegan de Pekín —caída del 2,6% en inversión en activos fijos, desplome de casi el 16% en el sector inmobiliario— agitan los mercados.
Y al sur del hemisferio, Chile se convierte en laboratorio de un nuevo ciclo político: Kast gana con un 58% de los votos y promete un “gobierno de emergencia” contra la delincuencia y la inmigración ilegal.
La consecuencia es clara: el mundo entra en 2026 más fragmentado, más nervioso y con menos espacio para errores de cálculo.
Servicio militar: el síntoma de un continente en alerta
El debate sobre la reintroducción del servicio militar obligatorio en Europa no es un capricho nostálgico, sino la respuesta a una percepción de amenaza en rápido aumento. La guerra en Ucrania, lejos de congelarse en una línea de frente estable, ha demostrado que el continente no puede seguir confiando solo en ejércitos profesionales reducidos y en la inercia de la paz posterior a 1989.
En este contexto, la discusión en Alemania actúa como termómetro. Si la primera potencia económica europea se plantea volver a llamar a filas a sus jóvenes, el mensaje es inequívoco: las reservas militares actuales se perciben insuficientes ante un escenario de conflicto prolongado con Rusia o de múltiples crisis simultáneas en el flanco oriental. Las estructuras de la OTAN llevan años advirtiendo de la necesidad de reforzar efectivos; ahora, esa advertencia se traduce en debates parlamentarios y propuestas concretas.
El giro no está exento de resistencias. Verdaderos tabúes generacionales emergen en sociedades que daban por enterrada la conscripción. Pero el diagnóstico que se impone en ciertos círculos de defensa es directo: “sin más soldados, la disuasión se queda en papel mojado”. Y esa frase resume la tensión entre un pasado que muchos querían dejar atrás y una realidad bélica que se impone a golpe de artillería.
Alemania en el centro de la nueva defensa europea
Que la discusión se abra precisamente en Alemania no es un detalle menor. Berlín ha sido durante años el símbolo de la “rentabilidad de la paz”: bajo gasto en defensa, alta dependencia energética de Rusia y apuesta por el comercio como antídoto geopolítico. Ese modelo ha saltado por los aires.
Hoy, la preocupación se centra en la falta de capacidad real de despliegue. Informes internos llevan tiempo alertando de carencias de material, retrasos en modernización de equipos y dificultades para cubrir plantillas. La reintroducción del servicio militar se plantea como forma de ensanchar la base humana de las Fuerzas Armadas y de enviar una señal doble: hacia Moscú —la voluntad de resistencia— y hacia los socios europeos —el compromiso de asumir un mayor peso en la defensa común—.
Sin embargo, el riesgo de una militarización social es una preocupación tangible. Sectores civiles temen que la ampliación de obligaciones castrenses vaya acompañada de recortes en libertades, aumento del presupuesto militar —hasta el 2% del PIB o más— y una priorización de la lógica de seguridad sobre la social. La clave estará en cómo se articule esa transición: si como un modelo de defensa integral con participación ciudadana, o como una respuesta reactiva que alimenta la espiral de tensión.
Ucrania entre la OTAN y la UE: pragmatismo forzado
En paralelo, el epicentro del conflicto sigue siendo Ucrania. Las negociaciones mediadas por Estados Unidos, con emisarios que tratan de cuadrar las aspiraciones de Volodímir Zelensky con las líneas rojas de la OTAN y la UE, avanzan a trompicones. Lo más significativo es la disposición, filtrada en distintas conversaciones, de Kiev a revisar su aspiración formal de integrarse en la Alianza Atlántica a cambio de garantías de seguridad robustas y una vía rápida hacia Bruselas.
Se trataría de un ejercicio de pragmatismo bajo presión: renunciar al paraguas militar más sólido del planeta a cambio de una integración acelerada en el mercado y el marco jurídico europeos, con promesas de reconstrucción, fondos y acceso preferente a inversiones. La idea de fijar 2027 como horizonte de adhesión plena —aunque sea más política que técnica— ilustra hasta qué punto la guerra ha reescrito el calendario europeo.
Sin embargo, la cesión no está exenta de dudas. ¿Qué valen las “garantías de seguridad” si no implican la cláusula de defensa colectiva del artículo 5 de la OTAN? ¿Hasta dónde estarán dispuestos los Estados miembros a asumir compromisos militares bilaterales o multilaterales extraparlamentarios? El riesgo es que Ucrania quede atrapada en una especie de limbo: demasiado expuesta para considerarse segura, demasiado integrada como para que la UE pueda mirar hacia otro lado.
China se enfría: los datos que inquietan al planeta
Mientras Europa mira al frente oriental, China envía señales preocupantes desde el corazón de su economía. Una caída del 2,6% en la inversión en activos fijos, unido a un desplome de casi el 16% en el sector inmobiliario, dibuja un cuadro muy alejado del crecimiento robusto que durante décadas sostuvo la expansión global. El frenazo en las ventas minoristas —con un crecimiento reducido a casi la mitad en apenas un mes— añade otro indicio de malestar interno.
Lo más inquietante no son las cifras aisladas, sino el patrón estructural. El modelo de desarrollo chino, basado en construcción masiva, crédito barato y exportaciones, muestra síntomas de agotamiento. La crisis inmobiliaria no es solo un problema de promotores: afecta al ahorro de millones de familias, a los balances de gobiernos locales y al sistema bancario en su conjunto.
Los mercados asiáticos han reaccionado con volatilidad, y las bolsas internacionales empiezan a descontar que el “milagro chino” entra en una fase mucho menos brillante. La pregunta que nadie quiere responder con rotundidad es si se trata de un “aterrizaje suave” controlado por Pekín o del preludio de una crisis más profunda que podría contagiar a proveedores, socios comerciales y cadenas de suministro críticas.
La onda expansiva del frenazo chino
La desaceleración china tiene efectos que van mucho más allá de Shanghái o Shenzhen. Países dependientes de la exportación de materias primas —desde cobre y litio hasta soja y petróleo— se encuentran de repente con precios menos boyantes y menor demanda, justo cuando sus propios compromisos de gasto social y de inversión pública están en máximos.
Para Europa, el golpe llega por varias vías: menor dinamismo en el comercio, mayor incertidumbre sobre proyectos de inversión en sectores como el automóvil eléctrico y una presión adicional sobre cadenas industriales ya tensionadas por la transición energética. Para Estados Unidos, el frenazo chino es una espada de doble filo: reduce la amenaza de un rival económico desbocado, pero también elimina uno de los motores que han amortiguado otras crisis globales desde 2008.
Lo más grave es el componente psicológico. Durante años, los inversores asumieron que China actuaría como “seguro de crecimiento” mundial. Hoy, esa premisa se deshace. Analistas empiezan a ajustar a la baja sus previsiones de expansión global para 2026 y 2027, al tiempo que recalculan riesgos de deuda en economías expuestas al ciclo asiático. La consecuencia es una atmósfera de cautela que ya se refleja en primas de riesgo y en la demanda de activos refugio.
Kast, Chile y el giro de Latinoamérica a la derecha dura
En el otro extremo del mapa, Latinoamérica ofrece un giro político de signo muy distinto, pero igual de relevante. La victoria de José Antonio Kast en Chile, con un 58% de los votos, marca el regreso de una derecha ultraconservadora al poder en uno de los países que durante años fue presentado como modelo de transición y estabilidad.
Kast llega a La Moneda con un discurso claro: gobierno de emergencia, mano dura contra la delincuencia, tolerancia cero con la inmigración ilegal y un programa económico orientado a reactivar inversión y crecimiento en un país castigado por la inflación, el estancamiento y el malestar social de los últimos años. Su narrativa conecta con una parte importante de la ciudadanía que percibe que la agenda progresista no ha resuelto problemas básicos de seguridad y empleo.
El dato político clave es la sintonía con Donald Trump, que ha celebrado abiertamente el resultado. La alineación en temas como fronteras, orden público y valores culturales apuntala la idea de una “nueva internacional conservadora” que conecta Washington con determinados gobiernos latinoamericanos. Chile, tradicionalmente visto como laboratorio económico, vuelve a serlo ahora en el terreno ideológico.
Trump, Kast y la nueva ola ultraconservadora
La llegada de Kast al poder no es un fenómeno aislado. Es el síntoma de una región en la que el péndulo político se mueve con violencia: del ciclo de izquierdas que dominó la década pasada a una derecha renovada, más dura en el discurso social, más alineada con la agenda de seguridad estadounidense y más escéptica con ciertas agendas globalistas.
Para la administración Trump, contar con un aliado como Kast tiene valor estratégico. Chile es pieza clave en el mapa de recursos críticos, desde el cobre hasta el litio, y en la arquitectura de acuerdos comerciales del Pacífico. Un gobierno que comparte prioridades y lenguaje facilita la construcción de bloques políticos en foros internacionales y refuerza el relato de que el “modelo Trump” tiene eco más allá de las fronteras de Estados Unidos.
El riesgo, sin embargo, es que esta ola conservadora profundice la polarización interna en países con instituciones frágiles. Políticas de choque en inmigración, orden público o recortes de programas sociales pueden alimentar tensiones que, si no se gestionan con cuidado, terminen en nuevas explosiones de protesta. El laboratorio chileno vuelve a abrir, pero esta vez el experimento se juega tanto en la calle como en los mercados.
Un mundo más armado, más frágil y menos predecible
La fotografía de final de 2025 es la de un mundo que combina rearme, frenazo económico y giro ideológico. Europa se prepara para escenarios de conflicto prolongado reabriendo debates que creía superados; China abandona su papel de garante automático de crecimiento; Latinoamérica explora nuevas derechas que miran sin complejos a Washington.
En ese entorno, los riesgos de mal cálculo crecen. Un error en la gestión de la adhesión ucraniana a la UE puede fracturar la unidad europea; una mala lectura de la crisis china puede precipitar decisiones de política monetaria equivocadas; un exceso de confianza en el efecto orden de Kast y sus homólogos puede pasar por alto las grietas sociales que ya se intuyen.
El diagnóstico es inequívoco: 2026 no será un año de calma, sino de ajuste a un nuevo equilibrio global en el que nadie puede dar por sentado su posición. Para gobiernos, empresas e inversores, la lección es clara: ya no basta con mirar a un solo bloque o a un solo indicador. La realidad se decide a la vez en Berlín, Pekín y Santiago.