Rusia preocupada: eleva la alerta ante posibles acciones militares de EEUU contra Venezuela
El ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, expresa profunda preocupación ante la postura beligerante de EEUU hacia Venezuela, advirtiendo de posibles operaciones terrestres. Moscú denuncia además el silencio europeo, que considera cómplice en la crisis regional.
En un giro que vuelve a encender las alarmas geopolíticas, Rusia ha elevado el tono frente a la creciente presión de Estados Unidos sobre Venezuela. El ministro de Exteriores, Serguéi Lavrov, ha expresado una “profunda inquietud” por lo que considera una escalada peligrosa de amenazas procedentes de Washington, hasta el punto de advertir abiertamente sobre la posibilidad de una operación terrestre del Pentágono en territorio venezolano. Solo la mera hipótesis basta para sacudir la ya frágil estabilidad del Caribe.
La advertencia rusa no es un gesto retórico aislado. Llega tras años de sanciones, bloqueos navales e intentos de aislar al gobierno de Nicolás Maduro, en un contexto donde la presión económica ha ido de la mano de crecientes demostraciones de fuerza en la región. Lavrov sitúa este escenario un peldaño por encima: ya no se trataría solo de estrangular económicamente a Caracas, sino de preparar el terreno para un posible escenario de intervención directa, algo que Moscú presenta como una línea roja con implicaciones globales.
Según la lectura del Kremlin, el problema no es únicamente la seguridad de Venezuela, sino el precedente que supondría para América Latina: una región que arrastra un largo historial de injerencias externas, golpes blandos y operaciones encubiertas. La sola idea de ver tropas extranjeras operando en suelo venezolano reabre viejas heridas y coloca a todo el continente ante un debate incómodo sobre soberanía, seguridad y equilibrio de poder.
En este tablero, Europa tampoco sale indemne del análisis ruso. Lavrov acusa a los líderes europeos de mantener un silencio “cómplice” ante las maniobras de Washington, más preocupados —según Moscú— por conservar el apoyo político de Donald Trump en asuntos como la guerra en Ucrania que por defender principios de no injerencia y respeto al derecho internacional. La UE aparece así retratada como un actor atrapado entre su retórica sobre derechos humanos y su alineamiento práctico con la estrategia estadounidense.
La crisis venezolana, lejos de ser un asunto meramente interno, vuelve a colocarse en el centro del escenario internacional. Los bloqueos navales y las sanciones han deteriorado la economía del país hasta extremos dramáticos, pero la población sigue siendo, en buena medida, la gran ausente del debate: millones de personas atrapadas entre la asfixia económica, la polarización política y el riesgo —ahora más visible— de que el conflicto se militarice aún más.
A corto plazo, la clave estará en los gestos que lleguen desde Washington y sus aliados, y en la intensidad con la que Moscú decida sostener su advertencia. ¿Se quedará en una denuncia enérgica para consumo diplomático, o se traducirá en movimientos concretos de apoyo político, militar o logístico a Caracas? La respuesta marcará el tono de las próximas semanas.
Por ahora, la comunidad internacional observa con una mezcla de preocupación y cautela. Analistas y gobiernos coinciden en que conviene contener la escalada verbal antes de que se traduzca en hechos consumados. En un Caribe cada vez más militarizado, donde se superponen sanciones, despliegues navales y crisis internas, cualquier error de cálculo puede desencadenar una reacción en cadena difícil de frenar.