Rusia intensifica su ofensiva con más de 600 drones sobre Ucrania; China acelera su rearme nuclear
Un final de año marcado por la fuerza bruta: drones sobre Ucrania y misiles en el tablero global
El cierre de 2025 está dejando un mensaje incómodo: la fuerza militar vuelve a imponerse como lenguaje prioritario en la política internacional. En los días previos a Navidad, Rusia lanzó una de sus ofensivas más contundentes desde el inicio de la guerra, mientras China acelera de forma visible la modernización de su arsenal nuclear. Dos movimientos distintos, pero conectados por la misma idea: presionar el orden global y testar los límites de la respuesta occidental.
Rusia intensifica la guerra de desgaste contra Ucrania
Durante la noche y la madrugada, Moscú ejecutó un ataque masivo contra Ucrania utilizando más de 600 drones y decenas de misiles. El objetivo principal no fueron posiciones militares de primera línea, sino la infraestructura energética: estaciones eléctricas, redes de distribución y nodos clave que mantienen funcionando ciudades enteras. El mensaje es claro: golpear la capacidad del país para sostener su vida diaria y su economía en pleno invierno.
La primera ministra ucraniana, Yulia Sviridenko, denunció el ataque como “deliberado y cínico”, subrayando que no se trata de daños colaterales, sino de una estrategia calculada para dejar a millones de personas sin luz ni calefacción. Estos ataques combinados –drones baratos y misiles mucho más sofisticados– forman parte de una guerra de desgaste que no solo erosiona la infraestructura, sino también la moral y la resistencia social.
El impacto no se limita a Ucrania. Polonia reaccionó desplegando aviones de combate para vigilar y proteger su espacio aéreo ante el riesgo de incursiones o desviaciones de proyectiles. Es un recordatorio de que el conflicto tiene un potencial real de desbordarse más allá de sus fronteras actuales. Cada nuevo ataque masivo aumenta la probabilidad de incidentes no deseados en territorio aliado y obliga a los países de la OTAN a mantener un nivel constante de alerta.
La ofensiva rusa también refleja cómo se ha transformado la naturaleza de la guerra: menos tanques visibles cruzando fronteras y más enjambres de drones, ataques a sistemas críticos y golpes quirúrgicos destinados a paralizar sociedades enteras. El mensaje estratégico es brutal: si no pueden doblegar a Ucrania en el campo de batalla, intentarán hacerlo apagando el país.
China acelera en silencio la carrera nuclear
Mientras Europa mira hacia el este preocupada por los drones rusos, en Asia se consolida otro vector de inestabilidad. Un informe preliminar del Pentágono apunta a que China ha desplegado más de 100 misiles balísticos intercontinentales DF-31 en nuevos campos de silos, un salto cualitativo en su capacidad de segundo golpe y en la credibilidad de su disuasión nuclear.
Este movimiento encaja en un plan más amplio: ampliar el arsenal hasta superar las 1.000 ojivas nucleares alrededor de 2030. Aunque Pekín mantiene oficialmente su doctrina de “no primer uso”, el ritmo de expansión y la ausencia de mecanismos de verificación alimentan dudas significativas entre analistas y gobiernos. No se trata solo del número de armas, sino del contexto: una China cada vez más asertiva en el estrecho de Taiwán y en el mar de China Meridional, con evaluaciones estratégicas que sitúan el riesgo de conflicto abierto en torno a 2027.
La combinación de rearme nuclear acelerado y presión militar convencional sobre Taiwán obliga a replantear todos los equilibrios de seguridad en la región Indo-Pacífica. Además, la posible expiración del tratado Nuevo START sin un marco alternativo eficaz deja el tablero sin un andamiaje de control de armas robusto. Dicho de otra forma: el mundo se acerca a una fase en la que tres grandes potencias nucleares –Estados Unidos, Rusia y China– ajustan sus posiciones con menos reglas y más desconfianza.
Un mapa geopolítico más inestable y menos predecible
Tomados en conjunto, los ataques masivos rusos contra Ucrania y la modernización nuclear china envían un mensaje inequívoco: las potencias revisionistas están dispuestas a tensar al máximo los márgenes del sistema internacional. La guerra en Ucrania demuestra que los conflictos de alta intensidad en suelo europeo ya no son un escenario teórico; la expansión nuclear china confirma que la era de la “disuasión mínima” ha quedado atrás.
Para Europa, el reto es doble. Por un lado, sostener el apoyo a Ucrania sin provocar una escalada incontrolable; por otro, asumir que la atención estratégica de Estados Unidos tendrá que repartirse entre Europa y Asia, lo que obliga al continente a ganar peso en su propia defensa. Para el resto del mundo, el panorama es igualmente incómodo: rutas comerciales, precios de la energía, cadenas de suministro y estabilidad financiera se ven cada vez más condicionados por decisiones militares.
El cierre de 2025 no deja una sensación de tregua, sino de transición hacia una etapa más dura, donde la tecnología militar –drones, misiles hipersónicos, silos nucleares– se combina con vulnerabilidades civiles muy concretas: redes eléctricas, infraestructuras críticas y percepción pública de seguridad. El tablero se está reconfigurando, y lo hace con un mensaje claro: quien no piense en términos de poder, acabará siendo condicionado por quienes sí lo hacen.