Trump presiona a Netanyahu por Cisjordania y reabre la fractura con Washington

Benjamín Netanyahu y Donald Trump durante su reunión en Mar-a-Lago en 2025

El expresidente exige cambios en la política hacia los colonos mientras la violencia se dispara y crece el temor a una desestabilización regional de alto coste económico y diplomático

La quinta visita anual de Benjamín Netanyahu a Estados Unidos ha dejado una escena inédita: un Donald Trump que ya no se limita al apoyo incondicional, sino que presiona en público y en privado para un cambio de rumbo en Cisjordania. En una reunión celebrada en Mar-a-Lago, el expresidente republicano y su entorno trasladaron al primer ministro israelí su preocupación por la escalada de violencia en los territorios ocupados y por el impacto que esta deriva tiene en la imagen de Washington. La cita, presentada hacia fuera como un encuentro de plena sintonía, ha dejado tras de sí exigencias, advertencias y matices que cuestionan la fórmula tradicional de “cheque en blanco” a Israel.
Este giro se produce, además, en un momento de máxima tensión geopolítica: con otros focos abiertos —incluido un reciente ataque a un puerto venezolano, atribuido en algunos análisis a operaciones encubiertas de inteligencia— y una agenda internacional de Estados Unidos cada vez más sobrecargada. El resultado es un mensaje claro a Jerusalén: o se modera la situación en Cisjordania o el coste político y económico para todos los actores seguirá aumentando. Benjamín Netanyahu y Donald Trump, sonrientes en la foto de Mar-a-Lago de 2025, simbolizan hoy una alianza que entra en una fase mucho más incómoda.

Un encuentro que rompe la coreografía habitual

La reunión en Mar-a-Lago estaba pensada para enviar una señal de continuidad: Trump como principal valedor internacional de Netanyahu y la repetición de la narrativa de alianza férrea. Sin embargo, según distintas fuentes diplomáticas, el tono fue más áspero de lo habitual. En el entorno del expresidente se habla de “franqueza extrema” y de mensajes muy directos sobre el coste de mantener la actual política en Cisjordania.

Hasta ahora, la coreografía era simple: declaraciones de apoyo a la seguridad de Israel, silencio sobre los colonos y críticas genéricas a la violencia. Esta vez, el guion cambió. Trump habría planteado incluso que el 80% de las imágenes de violencia que circulan en televisión y redes procede de Cisjordania, y que ese factor está dañando su propio posicionamiento internacional de cara a un eventual regreso a la Casa Blanca.

Este hecho revela una realidad incómoda para Jerusalén: la relación personal entre ambos líderes sigue siendo sólida, pero el cálculo político de Trump ha cambiado. “La alianza con Israel sigue siendo estratégica, pero no puede convertirse en un lastre electoral ni diplomático”, fue, según las mismas fuentes, uno de los mensajes trasladados al primer ministro.

Cisjordania, el epicentro de la incomodidad

El foco central del debate fue Cisjordania, un territorio donde la violencia se ha intensificado de forma sostenida en los últimos años. Organismos internacionales y organizaciones locales documentan un aumento de los incidentes violentos de colonos contra población palestina superior al 30% en el último año, con ataques a aldeas, destrucción de cultivos y bloqueos de carreteras.

La ausencia de un plan robusto de seguridad y control —más allá de medidas puntuales del Ejército— preocupa a las cancillerías occidentales. La sensación es que el Gobierno israelí ha permitido, por acción u omisión, un clima de impunidad en determinadas áreas, con más de 500.000 colonos asentados ya en la zona y una red de infraestructuras que se expande año a año.

En Washington cunde la impresión de que, mientras se habla de “gestos de contención”, sobre el terreno las dinámicas son de consolidación y expansión. Este choque entre relato diplomático y realidad diaria es el que ha llevado a figuras tradicionalmente alineadas con Israel a reclamar un giro. “No se puede pedir estabilidad regional mientras se tolera una espiral de violencia casi diaria en Cisjordania”, resumen fuentes cercanas a los contactos.

Trump pasa del apoyo ciego a la presión condicionada

Uno de los elementos más significativos del episodio es el cambio de rol de Donald Trump. Durante su anterior etapa en la Casa Blanca, el mensaje era inequívoco: respaldo a Netanyahu, impulso a decisiones polémicas como el traslado de la embajada a Jerusalén y un silencio casi total sobre la política de asentamientos.

Ahora, sin embargo, el cálculo ha variado. El expresidente y su equipo consideran que una parte del electorado republicano moderado y del voto judío estadounidense observa con creciente preocupación la violencia en Cisjordania y el riesgo de una escalada fuera de control. Según sondeos internos manejados por consultores próximos a Trump, hasta un 45% de estos votantes vería con buenos ojos que Washington condicionase parte de su apoyo a cambios concretos sobre el terreno.

“La relación especial no puede justificar un silencio permanente ante la violencia en Cisjordania”, habría llegado a escucharse en las conversaciones preparatorias. La consecuencia es clara: el apoyo sigue ahí, pero empieza a tener precio y condiciones, algo que Netanyahu no había tenido que gestionar hasta ahora con su principal aliado personal en Estados Unidos.

Fricciones internas en el Gobierno israelí

La presión de Trump no solo tiene impacto externo; también agita la política interna israelí. La coalición que sostiene a Netanyahu descansa en buena parte en partidos que representan a los colonos y a sectores religiosos ultranacionalistas, que se oponen frontalmente a cualquier gesto de contención en Cisjordania.

Si el primer ministro atendiera siquiera parcialmente las demandas de Washington —por ejemplo, frenando nuevos permisos de construcción o reforzando la persecución penal de la violencia de colonos— podría enfrentarse a una rebelión interna. Varios analistas israelíes estiman que hasta tres formaciones clave de la coalición podrían amenazar con abandonar el Gobierno si perciben un giro real en la política de asentamientos.

Este hecho revela la trampa en la que se mueve Netanyahu: en el plano internacional se le exige moderación para garantizar apoyo diplomático y militar; en el doméstico, sus socios le exigen justo lo contrario. “Cada gesto hacia Estados Unidos puede traducirse en una factura política en el Parlamento israelí”, resume un ex asesor de seguridad israelí.

Una región al límite y el eco de otros conflictos

El episodio no puede entenderse al margen del contexto geopolítico más amplio. Mientras Washington discute con Jerusalén sobre Cisjordania, otros focos de tensión siguen activos: ataques a infraestructuras energéticas, incidentes en rutas marítimas y operaciones encubiertas que diversos analistas atribuyen a servicios de inteligencia, como el reciente incidente en un puerto venezolano.

La Administración estadounidense intenta evitar que estos conflictos se sincronicen y se retroalimenten, generando una sensación de pérdida de control. Oriente Próximo sigue siendo uno de los principales proveedores de energía del mundo y un error de cálculo en Cisjordania podría desencadenar disturbios regionales, alimentar movimientos radicales y elevar la prima de riesgo geopolítico en los mercados internacionales.

Los operadores financieros ya trabajan con escenarios donde una escalada en la zona podría suponer subidas de entre 5 y 10 dólares por barril de petróleo en pocas semanas, tensionando la inflación y obligando a bancos centrales a revisar hojas de ruta. En este tablero, la presión de Trump a Netanyahu se interpreta también como un intento de contener el riesgo antes de que la situación se desborde.

El coste para la imagen de Estados Unidos

Otro elemento central es el impacto en la imagen internacional de Estados Unidos. Durante décadas, Washington ha intentado combinar su papel de aliado clave de Israel con la pretensión de actuar como mediador en el conflicto palestino-israelí. Esa doble función es cada vez más difícil de sostener cuando las imágenes de violencia en Cisjordania se multiplican y la percepción en el mundo árabe es la de un apoyo sin fisuras a Jerusalén.

Al exigir cambios a Netanyahu, Trump intenta reducir el coste reputacional y demostrar que incluso los aliados más cercanos pueden recibir mensajes duros cuando se cruzan determinadas líneas. La cuestión es si este giro será percibido como un auténtico cambio de política o como un gesto táctico de cara a la opinión pública internacional.

En muchas capitales de la región existe escepticismo. “Hemos visto otras veces gestos de presión que luego se diluyen en la práctica”, señalan diplomáticos árabes veteranos. Sin embargo, el hecho de que proceda del dirigente que encarnó el apoyo más explícito a Israel no pasa desapercibido: la barra libre parece, al menos, discutida.

Lecciones de otros choques entre Washington y Jerusalén

La historia ofrece al menos dos precedentes relevantes: los choques entre Estados Unidos e Israel por la construcción de asentamientos durante las administraciones de George H. W. Bush y Barack Obama. En ambos casos, la Casa Blanca intentó utilizar herramientas como la presión sobre garantías de préstamos o los vetos diplomáticos para forzar cambios en la política israelí.

Los resultados fueron limitados. Israel cedió de forma parcial en algunos momentos, pero la tendencia de fondo en Cisjordania continuó: más colonos, más infraestructuras, más fragmentación territorial. La lección es clara: sin incentivos positivos y sin un marco político más amplio —que incluya una perspectiva creíble de solución al conflicto— la presión puntual suele terminar diluyéndose.

El contraste con la situación actual resulta evidente. Trump no habla de un proceso de paz, sino de gestionar el riesgo y el coste de la violencia. Es una aproximación más transaccional, menos ideológica, pero también más limitada. “Se trata de reducir daños, no de rediseñar la región”, resumen fuentes conocedoras de la lógica del expresidente.

A partir de este episodio, se abren tres grandes escenarios. El primero, el más optimista, implicaría que Netanyahu adopte algunas medidas visibles en Cisjordania: refuerzo de la persecución de la violencia de colonos, congelación temporal de ciertos proyectos de asentamientos y un discurso público más moderado. Esto permitiría a Trump presentar la reunión como un éxito y aliviar parte de la presión internacional.

El segundo escenario es el de la resistencia silenciosa: gestos mínimos hacia el exterior, pero continuidad de las dinámicas sobre el terreno. En ese caso, el choque entre la retórica de moderación y la realidad diaria podría alimentar aún más el descrédito de la diplomacia estadounidense en la región.

El tercer escenario, más inestable, es el de una ruptura parcial en la sintonía Trump-Netanyahu, con mensajes cada vez más críticos desde el entorno del expresidente y una utilización creciente de Cisjordania como herramienta de batalla política también en la escena interna estadounidense.

En cualquier caso, el episodio de Mar-a-Lago deja una conclusión inequívoca: la alianza entre Washington y Jerusalén entra en una fase de mayor condicionalidad y menor automatismo. La foto de complicidad entre Netanyahu y Trump sigue ahí, pero detrás se percibe un tablero mucho más áspero, en el que la política hacia Cisjordania se ha convertido en una variable de riesgo geopolítico, económico y electoral de primer orden.