El déficit de EE. UU., la bomba de relojería que inquieta a Wall Street
El CEO de BlackRock señala que los inversores están ignorando el verdadero riesgo: una deuda que supera los 36 billones de dólares y que amenaza con convertirse en el mayor lastre de la economía estadounidense.
En un momento en el que los mercados celebran la caída de la inflación y la aparente distensión en la guerra comercial, surge un aviso que cambia la fotografía económica: el déficit y la deuda de Estados Unidos. Larry Fink, CEO de BlackRock, alertó desde Arabia Saudí de que el verdadero problema de la economía norteamericana no es tanto la geopolítica ni la política monetaria, sino el crecimiento insostenible de la deuda.
Los datos son contundentes. El 10 años americano, referencia clave para los mercados, se mantiene en torno al 4,5 %, a pesar de la mejora en los precios y la expectativa de tipos más bajos. ¿Por qué no cede? Porque los déficits proyectados alcanzarán los 1,9 billones de dólares en 2025, sobre una deuda total que ya roza los 36 billones. Este desequilibrio convierte el pago de intereses en la partida más pesada del presupuesto estadounidense.
Fink fue claro: la economía de EE. UU. necesita crecer al menos al 3 % para poder soportar semejante carga. Sin embargo, el último dato de crecimiento apunta a una contracción del 0,3 %, mientras que la proyección del GDPNow de la Fed de Atlanta apenas llega al 1 %. Una brecha que enciende todas las alarmas entre los gestores de fondos y que explica por qué el mercado de renta fija se resiste a bajar su rentabilidad.
La paradoja es evidente. La renta variable sigue volando al calor de la inteligencia artificial y de la relajación comercial impulsada por Donald Trump, pero en paralelo el mercado de bonos refleja la desconfianza estructural en la sostenibilidad de la deuda. Los inversores extranjeros, que poseen cerca del 35 % de los bonos del Tesoro, se preguntan si seguirán confiando en un activo que empieza a parecer un castillo de naipes.
El problema, subraya Fink, no es coyuntural, sino sistémico. Si la economía no logra ese crecimiento del 3 %, la deuda se convertirá en un freno global con riesgo de desencadenar una crisis mayor que la de 2008. Una “bomba de relojería” que, pese a la aparente calma de los mercados, late en el corazón de la mayor economía del mundo.
Para Trump, que insiste en presionar a la Reserva Federal para bajar tipos, la deuda no es solo un problema macroeconómico, sino también político. Mantener el diferencial del 10 años por debajo del 4 % se ha convertido en una prioridad. Pero la realidad es tozuda: lejos de aliviarse, la rentabilidad se mantiene en zona de tensión, anticipando que los inversores no olvidan el elefante en la sala.
El diagnóstico de Larry Fink devuelve el foco al riesgo real de la economía estadounidense. La inflación podrá bajar, las guerras comerciales podrán contenerse, pero mientras la deuda siga creciendo a este ritmo, la confianza de los inversores permanecerá bajo presión. Y es que, como recordó el CEO de BlackRock, Estados Unidos ya no es lo que era: es un gigante sobre pies de arena.