19 de octubre de 1987

El Dow Jones se desploma un 22.6% en un día. Reagan a los reporteros: “No hay nada fundamentalmente mal con la economía”, 19 de octubre de 1987

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El Dow Jones se desploma un increíble 22.6% en un solo día y Reagan, con calma, asegura que no hay nada fundamentalmente mal con la economía ¿Qué pasó realmente en ese histórico 19 de octubre?

“19 de octubre de 1987: el Dow se desploma un 22,6% en un día. Reagan les dice a los reporteros: ‘No hay nada fundamentalmente mal con la economía’. ¿Cómo ven hoy ese momento en r/Presidents?”

Treinta y ocho años después, el “Lunes Negro” sigue siendo un espejo incómodo para comprender la fragilidad —y la resiliencia— de los mercados. Aquel 19 de octubre de 1987, el Dow Jones cayó 508 puntos, un 22,6% en una sola sesión, la mayor caída porcentual diaria de su historia. A la salida, Ronald Reagan, abordado por periodistas, dejó una frase que hoy resuena por su serenidad en mitad del caos: “No hay nada mal con la economía” (“There is nothing wrong with the economy”). No fue una reconstrucción periodística, está en acta: así figura en la transcripción oficial del intercambio informal con reporteros de ese mismo día, alojada en la biblioteca presidencial.

La pregunta de fondo es si aquella lectura era negacionista o, por el contrario, captaba una distinción crucial: un shock de mercado no equivale automáticamente a un colapso macroeconómico. Con la perspectiva que da el tiempo, la evidencia sugiere que Reagan no se equivocaba en lo esencial. La Reserva Federal, con Alan Greenspan estrenándose como presidente, actuó al día siguiente con un mensaje que se haría célebre: “el Sistema de la Reserva Federal… está preparado para actuar como proveedor de liquidez para sostener el sistema económico y financiero”. Fue una declaración breve, pero decisiva, respaldada por la operativa del banco central y la instrucción a la banca para que mantuviera el crédito a los intermediarios. El objetivo era evitar que un pánico de mercado se transformara en crisis de pagos. Esa táctica, inspirada en los errores de 1929-32 —cuando la contracción monetaria agravó la depresión—, es hoy un caso de estudio en la propia historia de la Fed.

 

¿Por qué se desplomó la bolsa si la economía “estaba bien”? El informe Brady —la investigación oficial que encargó la Casa Blanca— y la literatura académica posterior señalan un cóctel de sobrevaloración tras un rally de cinco años, noticias macro negativas (déficit comercial, caída del dólar), y, sobre todo, dinámicas de venta mecánica asociadas al “portfolio insurance”, una estrategia de cobertura que, aplicada de forma masiva y coordinada vía futuros, convirtió una corrección en avalancha. La retroalimentación entre ventas en derivados y contado, ejecutadas por sistemas programados, amplificó la caída. Robert Shiller lo llamó, sin rodeos, “efecto cascada”. Ningún factor por sí solo “explica” el 22,6%, pero el consenso es que el componente microestructural fue determinante.

La reacción política y regulatoria también fue diferente a la de los años treinta. De 1929 aprendimos dos lecciones: 1) sostener la liquidez del sistema es vital; 2) proteger al pequeño ahorrador reduce el riesgo de pánicos bancarios. La primera la aplicó la Fed en 1987; la segunda ya llevaba medio siglo en marcha: la creación de la FDIC en 1933 blindó a los depositantes y cortó la dinámica de corridas bancarias que había sido devastadora en 1930-33. Por eso, a diferencia de la Gran Depresión —cuando el Dow tardó años en encontrar suelo y la economía colapsó—, en 1987 el shock bursátil no derivó en una depresión bancaria. El diseño institucional importó.

De aquella crisis nació otra pieza hoy cotidiana: los “circuit breakers”. El Brady Report recomendó introducir frenos automáticos a la negociación para atemperar episodios de venta en cascada. En 1988 la NYSE implementó las primeras reglas (curbs por puntos del Dow, luego transformadas en porcentajes y referenciadas al S&P 500), y desde entonces han sido activadas en distintos episodios, con el recuerdo del 27 de octubre de 1997 como primer gran test. La idea de fondo es simple: pausar para pensar. Sus críticos señalan efectos colaterales (acumular órdenes y exacerbar el salto posterior), pero como herramienta de contención han pasado a ser parte del mobiliario del mercado.

¿Se validó el diagnóstico de Reagan sobre la “economía”? Si atendemos a la trayectoria posterior, la respuesta es matizada pero favorable. Aunque 1990-91 trajo una recesión breve en EE. UU., la caída del 87 no se tradujo en desplome del PIB ni en paro masivo inmediato, y los índices bursátiles recuperaron los niveles previos en el ciclo siguiente. La propia historia oficial de la Fed describe 1987 como la “primera crisis financiera global contemporánea” por velocidad y alcance, pero no como el prólogo de una depresión. La diferencia con 1929 es instructiva: entonces, el colapso bursátil fue solo el comienzo; de 1930 a 1932 el Dow siguió hundiéndose hasta perder cerca del 90% desde máximos, con una sucesión de quiebras bancarias y errores de política. En 1987, el cortafuegos institucional funcionó mucho mejor.

Aun así, hay que evitar el espejismo retrospectivo. El hecho de que la macro no colapsara no significa que el mercado cayera “sin razón”. En la primera mitad de 1987 el Dow subió un 44% en apenas siete meses: un ritmo difícil de justificar por fundamentales. El shock fue, en parte, el ajuste brutal de expectativas exuberantes, agravado por innovaciones financieras mal entendidas y riesgos de microestructura. Esa tensión entre valoración y estructura sigue vigente en 2025, solo que hoy los aceleradores son otros: alta frecuencia, apalancamiento en productos estructurados, canales digitales que amplifican el ruido informativo. La lógica, no obstante, es similar a la de 1987: cuando muchas manos siguen la misma regla de venta y los balances de los suministradores de liquidez son finitos, el libro de órdenes se queda sin escalones y el precio cae a plomo.

¿Qué podría enseñarnos el 1987 para el presente? Tres apuntes. Primero, separar el ciclo real del ciclo financiero. Los crashes pueden ser violentos sin que la economía entre en coma; la política monetaria y la red de seguridad importan. Segundo, la ingeniería de mercado nunca es neutral: diseños de cobertura “garantizados” pueden convertirse en amplificadores cuando se comen la liquidez que dicen proteger. Tercero, las reglas de microestructura salvan tiempo para pensar, pero no sustituyen al juicio: el riesgo de “marchar todos por la misma puerta” no se elimina con un botón de pausa.

En retrospectiva, aquella frase de Reagan puede leerse menos como un eslogan y más como una apuesta: si el pánico es de mercado, no de crédito, sosteniendo la liquidez se evita el contagio a la economía real. Ese fue el instinto que guió el comunicado de la Fed del 20 de octubre. Fue, también, el germen de dos debates que no nos abandonan: hasta dónde debe llegar el “put” implícito de la política monetaria, y qué precio se paga —en riesgo moral y valoraciones— por intervenir para frenar una cascada. 1987 fue el momento en que aprendimos que el interruptor existe; cuatro décadas después seguimos discutiendo cuándo, cómo y cuánto conviene activarlo.

October 19, 1987: The Dow crashes 22.6% in one day. Reagan tells reporters: “There is nothing fundamentally wrong with the economy” how do you look back at this moment?
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Fuentes clave: transcripción oficial de Reagan del 19/10/1987; historia y ensayos de la Reserva Federal sobre el crash y la respuesta de Greenspan; informe Brady y trabajos académicos de Carlson (Fed) y Shiller sobre “portfolio insurance”; documentación histórica de la FDIC y artículos técnicos sobre la génesis y evolución de los “circuit breakers”.