III Anno Domini D.C-hatGPT: 2025, un punto de inflexión entre los reticentes. Crónica de una capitulación anunciada.
Aquellos que con, vehemente «superioridad moral», exigían la inmediata e inmisericorde prohibición de la mayor revolución tecnológica que le ha sido concedida a la condición humana, han acabado forzosa y debilitadamente, reconociendo su poder ante el riesgo de «sentirse» superfluos frente a aquello que minusvaloraban.
Hace, exactamente tres años, en un domingo como desde el que escribo estas reflexiones, la historia de la civilización se vio, impetuosamente afectada, por el lanzamiento —sin evaluación de impacto mediante alguna— del primer programa de software capaz de simular la capacidad creativa de escritos de los seres humanos.
Se trataba de la materialización de las ensoñaciones de una de las mentes más brillantes del siglo XX: Alan Turing. No hubo una declaración de guerra, ni el estruendo de un cataclismo, sino el silencioso y elegante despliegue de una interfaz de chat. La madrugada del 30 de noviembre de 2022, OpenAI liberó al mundo su «propuesta de democratización del conocimiento», ChatGPT. En ese instante, sin que la mayoría pudiera siquiera sospechar la magnitud del seísmo que ulteriormente se aproximaba, se inauguró una nueva etapa geológica del conocimiento humano. Un fenómeno que, a diferencia de cualquier revolución tecnológica precedente, no venía a optimizar nuestros procesos, sino a desafiar, y potencialmente usurpar, la esencia misma de nuestra cognición. Esto es, a pretender replicar aquello que siempre nos había pertenecido: el de ser una realidad creada por algo mayor que nosotros.
Hoy, en el tercer aniversario de ese momento fundacional, la celebración es amarga. Es la conmemoración de una oportunidad histórica, deliberadamente ignorada, por múltiples focos de poder que, en su súbita ignorancia, siguen pensando que la revolución de las 5 «is» (inexorable, ineludible, irreversible, inédita y, a veces, ingobernable) es, aun otro fenómeno histórico susceptible de poderse ignorar. Durante dos años críticos, las instituciones que debían ser los faros de la sociedad —la academia y las profesiones liberales, a fin de cuentas— se erigieron en una falange anacrónica (y para desgracia de quienes confiaron dogmáticamente en su, espurio y parcial, criterio), los más enérgicos guardianes de un mundo que cada día languidece a mayor celeridad, eludiendo y negando el poder inédito de una tecnología, que ni siquiera en capaces de comprender. Lo hicieron —y lo siguen haciendo— porque, en buena medida, creen que es la estrategia conveniente para salvaguardar —a cualquier precio— sus, nada accesibles para los no pares, parcelas de poder pre-2022. Ahora, sin embargo, y ante la constatación de su fracaso de haber intentado frenar el progreso con cientas de víctimas por el camino, en 2025 in fine se ven forzados a una implementación desesperada, a marchas forzadas y sin estrategia alguna. Una, deliciosamente observable, carrera agónica por no ser eludidos de las crónicas de la historia, que quienes ya dispusimos de la providencial predisposición —y altura de miras— de entender, la naturaleza fundacional del suceso acaecido aquella noche del frío diciembre de 2022, disfrutamos puerilmente, día tras día.
El mundo académico como el principal «valedor» del «periodo de negación» de 2023, 2024 y la primera mitad de 2025:
La reacción inicial del mundo académico a la irrupción de ChatGPT fue un espasmo de pánico moral. Por primera vez, alguien pretendía asaltar el restrictivo trono del «acceso al conocimiento». En enero de 2023, la prestigiosa universidad francesa Sciences Po PROHIBIÓ su uso bajo amenaza de expulsión, calificándolo de «fraude». La iniciativa fue celebrada con gran euforia entre su claustro. El mismo que, en nuestros días, pide perdón a su estudiantado. Fue el pistoletazo de salida para una oleada de prohibiciones en distintos centros escolares de Estados Unidos y universidades de todo el mundo. Una pandemia de oposición, cuyas víctimas eran aquellos que debían tutelar y proteger. Los argumentos, envueltos en una retórica de nobleza pedagógica, se centraban en el temor al plagio, la erosión de la integridad académica y, sobre todo, la supuesta pérdida del «pensamiento crítico».
Se alzaron voces venerables en claustros y rectorados, advirtiendo de un presunto «apocalipsis cognitivo», de una generación de estudiantes incapaces de pensar desde sí y por sí, mismos. Pero tras la grandilocuencia se escondía una verdad más prosaica y vergonzante: la incapacidad de adaptar sistemas de evaluación obsoletos y, en un nivel más profundo, el terror de los neo-escribas del antiguo Egipto ante una tecnología que «democratizaba» —verdaderamente y por primera vez— su monopolio sobre el conocimiento estructurado. Mientras universidades como Washington University o Vermont intentaban tímidamente actualizar sus políticas, la norma fue la negación, un intento fútil de levantar un dique de papel contra un tsunami digital.
El año 2024 trajo las primeras fisuras en el muro. La Universidad Estatal de Arizona (ASU) se convirtió en enero en la primera institución en asociarse oficialmente con OpenAI, lanzando un programa piloto con más de 200 proyectos internos. Ahora, sus alumnos, tienen garantizado un inmediato acceso al mercado laboral. En Europa, la IE University siguió un camino similar. Pero estos movimientos no fueron el resultado de una visión estratégica, sino de la presión insostenible de la realidad: según datos de 2025, entre el 85% y el 86% de los estudiantes universitarios ya utilizaban herramientas de IA generativa a diario. La prohibición se había vuelto tan inútil como prohibir la calculadora en un examen de ingeniería. O, acaso, negar a toda costa y a cualquier precio, que es la tierra quien gira alrededor del sol y no al revés.
La capitulación de 2025 ha sido parcialmente total, pero desordenada. Las mismas instituciones que en 2023 demonizaban la tecnología, ahora la implementan paulatinamente, pero sin una estrategia pedagógica sólida. Se ha pasado de la prohibición a la adopción forzada, en un movimiento pendular que evidencia la profunda crisis de un sistema educativo que prefirió negar la realidad a reinventarse porque supondría un esfuerzo que solo beneficiaba a su estudiantado. El resultado es una implementación «ad hoc», caótica, que deja al descubierto la obsolescencia de los métodos de evaluación y la urgente necesidad de nuevos marcos de competencias, tal y como viene advirtiendo la UNESCO desde enero de 2025.
La, mejorable y progresiva adaptación de los, Gremios: cuando la prudencia se tornó en un pretexto de su inmovilismo:
De forma paralela, las profesiones liberales empoderadas tras el glorioso triunfo del tercer estado en la revolución francesa—abogados, médicos, consultores, arquitectos— se atrincheraron en una defensa numantina de su estatus. Su resistencia, más sutil que la académica —porque aquí sí que imperaba las neutrales y justas reglas del mercado—, se vistió con los ropajes de la ética, la calidad y la responsabilidad profesional.
Los argumentos eran sólidos y necesarios. En junio de 2023, dos abogados de Nueva York fueron multados con 5.000 dólares por presentar un escrito con citas jurisprudenciales falsas generadas por ChatGPT, las infames «alucinaciones». En medicina, la preocupación por los sesgos algorítmicos y la responsabilidad final del diagnóstico llevó a exigir un «consentimiento informado reforzado». En consultoría, la defensa del valor intrínseco de la creatividad humana y el juicio estratégico se convirtió en el bien jurídico invocable a proteger. Solo un 20% de las organizaciones que evaluaron herramientas de IA generativa en 2023-2024 lograron lanzar un proyecto a producción. ¿Su precio? Un lucro cesante extremo, entre quienes fueron «early adopters» y observadores respetuosos del poder de esta tecnología, y quienes la despreciaban (los cuales, pasaron de ser cómodos receptores de clientes a tener que, pasearse, en el desierto a lo Mad Max, para buscarles)
Empero, la prudencia de 2023 y 2024 devino en parálisis. La resistencia, inicialmente justificada —el manido discurso de los sesgos, las alucinaciones, el «nunca nos sustituirá» o el «son meros loros estocásticos»—, se convirtió en una excusa perfecta, para el inmovilismo. Mientras los gremios debatían sobre la ética del copiloto, los early adopters estaban rediseñando el avión en pleno vuelo.
El año 2025, ha sido el despertar brutal a esta realidad. Como diría Kant, «Hume me llevo al despertar de mi niñez». La adopción activa de IA generativa en servicios profesionales se ha duplicado, pasando del 12% en 2024 al 22% en 2025. Los pioneros reportan un retorno de la inversión (ROI) promedio del 41%. En el sector contable, el 71% de los profesionales aboga ya por su uso diario. De igual modo, entre los profesionales de la abogacía.
La presión competitiva ha hecho añicos la resistencia. Los bufetes y consultoras que no han adoptado la tecnología ven cómo sus competidores ofrecen servicios más rápidos, más baratos y, cada vez más, de mayor calidad. La elección ya no es entre adoptar o no adoptar, sino entre una transformación rápida o un declive inexorable. Esto es, una cuestión de índole y alcance EXISTENCIAL. Y, al igual que en la academia, la adopción está siendo forzada y reactiva. Un alarmante 48% de los bufetes que usan IA carecen de políticas formales, exponiéndose a los mismos riesgos que pretendían evitar. Precisamente por eso, necesitan de asistencia exógena que les oriente en este proceso de transformación digital e implementación de herramientas y funcionalidad GenAI en su devenir profesional diario.
El precio de la «negación»: una, abismal y temible, nueva brecha social ante la que se deberán exigir responsabilidades:
La consecuencia más trágica de estos dos años de negación institucional no es la pérdida extrema de competitividad de España o de Europa —relegadas, pese a ser la fuente original de todo lo memorable, hermoso y digno de la historia occidental, a la más sanguinolente de las irrelevancias—, sino la gestación de, una nueva y profunda brecha social.
Al resistirse a integrar la IA generativa, la academia pública ha traicionado su misión fundamental: preparar a los jóvenes para el futuro. Hoy, un 58% de los estudiantes no se siente preparado para un mercado laboral integrado en la IA, y con solo un 22% del profesorado, utilizando estas herramientas, la brecha insalvable entre la formación pública y privada, es extrema.
Estamos ante una ruptura —con responsables directos— del principio rector de los Estados Sociales Democráticos de Derecho: la sagrada igualdad de oportunidades. Los estudiantes que, por iniciativa propia o por la visión de unos pocos profesores pioneros —que yo, orgullosamente conozco y admiro en público y en privado—, se han formado en estas nuevas capacidades, poseen una ventaja competitiva abrumadora, arrasando —por consiguiente— sin contemplación alguna —tal y como exigen las neutrales y justas leyes del mercado—, a aquellos (muchos de ellos, orgullosamente) analfabetos tecnológicos que son, incapaces, hasta de saber elaborar un prompt, mínimamente, potable.
El empleo junior en empresas adoptantes de IA ha caído un 7,7% desde 2023, porque la IA automatiza precisamente las tareas de nivel de entrada. En este nuevo paradigma, la competencia en el uso de IA se está volviendo más valiosa que el propio título universitario que, tan elocuentemente —como si fuese un elemento distinto en nuestros días—, aseveran disponer.
Como diría Martin Heidegger, el alumnado egresado del sistema universitario público está siendo «escupido» a un mercado laboral para el que NO ha sido preparado, sufriendo una extrema desigualdad de condiciones de partida que quienes si han tenido la oportunidad que, la academia, en un acto sin precedentes de irresponsabilidad, les ha negado. Es una catástrofe silenciosa, una hipoteca sobre el futuro de toda una generación —y de todo el sistema de prestaciones contributivas—, causada por la falta de plasticidad mental y la arrogancia de quienes tenía el deber de guiarlos. Ahora, sus progenitores, cuando sean testigos del alcance de la catástrofe, tendrán el sagrado Derecho de exigirles la debida rendición de cuentas que la situación, requiere.
La última oportunidad de poder formarse: un primer trimestre de 2026 que se aventura, frenético y apoteósico:
Esta no es una revolución tecnológica más. La velocidad de adopción de la IA generativa (39,4% en dos años, frente al 20% de Internet) y la profundidad de su impacto cognitivo la sitúan en una categoría diferente. Al igual que Hannah Arendt, sostuvo tras la Segunda Guerra Mundial: no disponemos, en nuestro, andamiaje conceptual colectivo de CATEGORÍAS adecuadas para describir el escenario actual en el que nos encontramos. No estamos ante una herramienta, sino ante un replicador de nuestras capacidades cognitivas que nunca descansa. Y que, en contra de cuanto creamos, instrumentaliza cada información visible en la info-esfera para escalar sus capacidades, en contra y frente, a nosotros. El salto de los 175 mil millones de parámetros de GPT-3.5 a los 1,5 billones estimados de GPT-4, y la llegada en 2025 de modelos como Gemini 3.0 o Grok 4.1. —con la promesa de Elon Musk bajo el brazo de «liberar» Grok V en diciembre de 2025 o enero de 2026— con multimodalidad completa y ventanas de contexto de más de un millón de tokens, no es una mejora cuantitativa, sino un salto cualitativo que posiciona a TODOS AQUELLOS QUE SE CREAN POR ENCIMA DE ESTA REVOLUCIÓN como individuos, potencialmente, superfluos. Incapaces, de «agregar valor» en todo aquello —no artesanal— que se suponga que hagan.
Por eso, la ventana de oportunidad se está cerrando a una velocidad vertiginosa. El primer trimestre de 2026 es, con toda probabilidad, la última oportunidad para que profesionales, estudiantes, profesores y empresas puedan aprehender esta tecnología sin curvas de aprendizaje excesivas y sin una resistencia que les condene a la más extrema y cruel de las irrelevancias. La evolución de los LLMs es exponencial y diaria. Quien no se suba a este tren en los próximos meses, no es que lo vaya a perder; es que será —justificadamente— arrollado por él.
El tercer aniversario de ChatGPT no es solo una de las efemérides más transcendentales de nuestro convulso, siglo XXI. Es un réquiem por la visión perdida y una llamada de emergencia. El Japón del «último samurái»: dos mundos, uno que agoniza apelando al romanticismo de lo que, otroramente, fue válido y otro que, sin contemplación alguna, pretenda ocupar su, cada vez más debilitado, área de influencia.
Es un conflicto entre la vanguardia y aquello que, está condenado, a ser extinguido por el progreso. Es el momento de reconocer que la resistencia ha fracasado y que la única opción es una adopción masiva, estratégica y, sobre todo, inmediata. También, responsable y sostenible.
Las instituciones que negaron el futuro ya no tienen el lujo de debatirlo. Solo les queda la opción de correr para alcanzarlo, antes de que el ocaso de los escribas se convierta, precisamente, en la fuente última de su propia y, celebrada por muchos, extinción.
AI Cogito, Ergo Sum.
Feliz III aniversario de ChatGPT a todos.
30 de noviembre del 2025.