Sam Altman aclara por qué OpenAI rechaza ayudas estatales para la inteligencia artificial
Sam Altman, CEO de OpenAI, rechaza la idea de rescates tecnológicos financiados por el gobierno, apoyando en cambio infraestructuras públicas de IA como servicio para todos. Además, proyecta ingresos multimillonarios para su empresa en 2025.
En un escenario donde la inteligencia artificial (IA) domina la agenda global y las tensiones entre política, economía y tecnología crecen día a día, Sam Altman, CEO de OpenAI, ha lanzado un mensaje que sacude los cimientos del sector: su compañía no aceptará apoyo financiero del Estado, ni directa ni indirectamente. En plena era de rescates tecnológicos y fondos públicos para innovación, Altman se desmarca con un discurso que reivindica la autonomía empresarial y la responsabilidad privada como pilares del progreso.
Lejos de pedir ayuda, Altman ha sido tajante: “No es justo que los contribuyentes paguen por los errores del sector tecnológico”. Sus palabras, pronunciadas durante un encuentro con inversores en San Francisco, rompen con una tendencia cada vez más común: la de empresas tecnológicas dependientes de subvenciones o rescates públicos para sostener su crecimiento. Con esta postura, el fundador de OpenAI desafía el statu quo y abre un debate profundo sobre la sostenibilidad del modelo de innovación actual.
El mensaje no puede llegar en un momento más simbólico. Mientras en Estados Unidos se discuten fondos federales para fomentar el desarrollo de la IA y en Europa se impulsan programas públicos de digitalización, Altman propone una visión alternativa: que la infraestructura base de la inteligencia artificial se trate como un bien común, gestionado por los gobiernos, pero sin intervenir directamente en la financiación de las empresas privadas. “Los cimientos deben ser públicos, pero la construcción debe seguir siendo privada”, ha llegado a decir.
Este planteamiento sugiere una redefinición radical del modelo tecnológico global. Altman imagina una red de IA abierta y accesible, parecida a lo que fueron las autopistas o el suministro eléctrico en el siglo XX: un sistema compartido sobre el que las compañías innoven libremente, sin depender de los caprichos del capital estatal o los monopolios corporativos. Se trataría, en esencia, de una infraestructura de conocimiento sobre la que florezcan nuevas aplicaciones y modelos, manteniendo un equilibrio entre libertad de mercado y utilidad pública.
Pero el idealismo de Altman no está exento de realismo financiero. OpenAI, que en apenas unos años ha pasado de ser una startup de investigación a uno de los actores más poderosos del mundo, estima superar los 20.000 millones de dólares en ingresos para 2025. Este dato confirma que el gigante detrás de ChatGPT no solo domina la conversación tecnológica, sino también la del mercado. Su crecimiento vertiginoso ha captado la atención de Wall Street y de los principales fondos de inversión, especialmente después de los acuerdos con Microsoft y el uso masivo de sus modelos de IA en sectores empresariales, educativos y de salud.
Sin embargo, el posicionamiento de Altman deja entrever una preocupación de fondo: la concentración excesiva de poder tecnológico. Si las grandes empresas dependen del Estado, advierte, la independencia de la innovación podría verse comprometida. Y, al mismo tiempo, si los gobiernos dependen exclusivamente de empresas privadas para acceder a la IA, el equilibrio democrático se pone en riesgo. Su propuesta busca un punto medio, donde el progreso tecnológico no esté secuestrado ni por intereses políticos ni por monopolios financieros.
No todos comparten su visión. Algunos analistas señalan que el rechazo a la financiación pública podría ser insostenible a largo plazo en un entorno donde los costes de entrenamiento de modelos superan los mil millones de dólares por versión. Otros, en cambio, lo aplauden como una defensa de la libertad de innovación frente al intervencionismo estatal.
Sea como fuere, Altman vuelve a demostrar por qué es una de las figuras más influyentes —y polarizadoras— del panorama tecnológico. Con su negativa a los rescates públicos y su apuesta por un sistema de IA accesible, OpenAI no solo marca una diferencia empresarial: plantea una nueva filosofía sobre el papel de la tecnología en la sociedad.
Quizás el futuro no dependa tanto de quién tenga la inteligencia artificial más avanzada, sino de quién logre mantenerla verdaderamente libre.