Christine Lagarde advierte: La inacción amenaza con desencadenar la próxima crisis en Europa
Christine Lagarde, presidenta del BCE, advierte que la próxima crisis en Europa será producto de la inacción política y llama a reformas inmediatas y coordinadas para fortalecer el mercado único y la competitividad europea.
Christine Lagarde volvió a poner el dedo en la llaga desde Fráncfort: Europa no está ante un problema de falta de recursos, sino de falta de decisión. En un momento en el que el mundo se encierra en aranceles, bloques y rivalidades tecnológicas, la presidenta del BCE advierte de que el mayor riesgo para la Unión no es Trump, ni China, ni Rusia… sino la incapacidad europea de completar su integración económica. Su mensaje no es nuevo, pero sí más urgente: la próxima crisis puede nacer del inmovilismo.
Europa se ha acostumbrado a sobrevivir a base de parches. Lo hizo con la crisis financiera, con la deuda soberana, con la pandemia, con la energía. Y, sin embargo, cada episodio deja el mismo saldo: reformas a medias, integración a medias, ambición a medias. Por eso Lagarde habló sin anestesia en el Congreso Bancario Europeo de Fráncfort este 21 de noviembre de 2025: “la inacción es irresponsable”, vino a decirles a los líderes del bloque, porque el coste de no decidir ya supera el coste de decidir mal.
Su tesis es simple, pero incómoda. Europa puede seguir culpando al contexto global —tarifas estadounidenses, cadenas de suministro rotas, competencia china— o puede mirar hacia dentro y reconocer que todavía opera como 27 mercados a medio conectar. Lagarde remarcó que, si la Unión redujera sus barreras internas al nivel de economías especialmente abiertas como Países Bajos, los obstáculos al comercio caerían alrededor de un 8% en bienes y un 9% en servicios. E incluso si solo se lograra una cuarta parte de esa mejora, el impacto económico negativo de aranceles externos podría neutralizarse. En otras palabras: el antídoto a la guerra comercial mundial no es solo negociar fuera, es dejar de ponernos muros dentro.
El diagnóstico duele aún más porque Europa no está faltada de músculo financiero. Lagarde recordó que el ahorro europeo, en vez de alimentar inversión productiva interna, se está yendo en buena parte a Estados Unidos, atraído por mayores rendimientos y por un mercado de capitales unificado. Esa fuga de ahorro es una factura silenciosa: menos inversión aquí significa menos innovación aquí y menos crecimiento aquí. La presidenta del BCE insiste desde hace tiempo en que la unión de mercados de capitales es “el eslabón perdido” de la competitividad europea, pero los avances siguen atrapados en resistencias nacionales.
La advertencia de “la próxima crisis será por inacción”, que Lagarde lleva repitiendo años, cobra otro peso en 2025. No porque Europa esté al borde de un colapso inmediato, sino porque su debilidad es estructural: burocracia fragmentada, regulación desigual, fiscalidad con mil matices, y decisiones estratégicas que requieren unanimidad, lo que en la práctica significa veto permanente. Lagarde incluso abrió la puerta a que la UE use más la mayoría cualificada en cuestiones clave, una idea explosiva políticamente, pero cada vez más inevitable si el bloque quiere reaccionar con velocidad en un mundo que no espera.
Y aquí entra una de sus propuestas más concretas —y más fáciles de entender para el ciudadano de a pie—: una identidad digital única para empresas. Una especie de “pasaporte corporativo europeo” que permita a cualquier compañía operar en toda la UE con un solo perfil, evitando duplicidades legales y trámites que hoy funcionan como aranceles invisibles. La Comisión ya trabaja en el concepto de “European Business Wallet” dentro del marco de identidad digital europea. Lagarde lo elevó a prioridad económica: menos fricción interna significa más productividad, más escala y más atractivo para invertir aquí en lugar de fuera.
El mensaje de fondo es más grande que una medida concreta. Lagarde dibuja una Europa que tiene talento, ahorro, industria, mercado laboral resistente e incluso crecimiento en áreas como la inteligencia artificial y la digitalización, pero que se sabotea sola por falta de integración real. Si no completa la unión bancaria, si no unifica reglas de capitales, si no simplifica su mercado interior, seguirá dependiendo de terceros para energía, tecnología crítica o financiación, justo cuando el mundo se vuelve menos fiable.
Europa no necesita un milagro. Necesita decisión. Lagarde no está pidiendo una revolución instantánea, sino pasos coordinados que eviten el escenario más peligroso para una potencia económica: quedarse quieta mientras el resto corre. Y ahí está la verdadera presión de su discurso. Porque si la próxima crisis llega por inacción, no habrá enemigo externo al que señalar. Solo un espejo.