La escalera mecánica fallida con Trump en la ONU: ¿el mejor reflejo de una organización que no funciona?
Desde hace décadas, Naciones Unidas ha sido objeto de elogios y críticas a partes iguales: institución indispensable para articular la cooperación multilateral; pero también entidad frecuentemente señalada por su lentitud, su burocracia y la falta de mecanismos reales de ejecución. Este miércoles 23 de septiembre de 2025, los reflectores apuntaron a una falla nada trivial: al paso de los Trump por la Asamblea General, la escalera mecánica dejó de funcionar. Y, al iniciar su discurso, el teleprompter tampoco respondió. En ambos casos, la atención no se quedó en la anécdota: Trump aprovechó para convertir esos percances en una crítica directa a la ONU.
Según el portavoz de Naciones Unidas, la escalera se detuvo porque un camarógrafo de la delegación estadounidense, que caminaba en sentido inverso, activó sin querer un mecanismo de seguridad diseñado para evitar que objetos o personas sean atrapados en el engranaje. Tras analizar los registros de la unidad de control, la ONU concluyó que el paro fue accidental, y el sistema fue reactivado poco después.
Respecto al teleprompter, se informó que no falló por culpa del edificio ni del servicio de la ONU, sino que el equipo del propio Trump operaba ese dispositivo y fue allí donde comenzó la polémica. Muchos medios reseñaron que Trump inició su alocución improvisando durante unos segundos antes de retomar el discurso impreso.
Sin embargo, desde la Casa Blanca se insinuó un relato alternativo: la portavoz Karoline Leavitt sugirió que podría haber habido una acción deliberada para humillarlo, exigiendo investigación y responsabilidades.
Es cierto que fallas ocasionales en instalaciones de gran estructura no son raras. Pero en este caso, ese hecho menor pasaba a convertirse en símbolo: Trump no dejó pasar la oportunidad de usar cada tropiezo como un escenario para denunciar lo que, en su visión, es un organismo obsoleto, lleno de discursos vacíos que no resuelven conflictos.
Desde su tribuna, Trump fustigó a la ONU por no tener efecto real en las crisis mundiales que él reclama haber solucionado o influido. Criticó especialmente a varias naciones europeas por reconocer el Estado de Palestina, que en su opinión recompensa a Hamás. También cuestionó la gestión ambiental, la migración y el supuesto doble rasero de los organismos multilaterales.
Por su parte, la ONU y varios analistas respondieron defendiendo que no todo está estropeado: el organismo ha seguido operando programas, manteniendo diplomacia, mediaciones, misiones humanitarias y asesorías técnicas en múltiples frentes. Pero esos éxitos suelen pasar desapercibidos frente a la narrativa de estancamiento y disfunción.
Otro elemento clave es la crisis financiera interna. Naciones Unidas ha enfrentado recortes presupuestarios, demoras en aportes de países miembros —especialmente de Estados Unidos— y restricciones operativas en infraestructura, incluso con apagones intermitentes en ascensores y escaleras mecánicas por razones de ahorro. Esto no justifica el episodio, pero sí lo contextualiza: más que sabotaje, pudo tratarse de un fallo estructural.
Valorar si la ONU no funciona porque una escalera se paró y un teleprompter dejó de mostrar letras exige matices. Es injusto juzgar toda una institución por fallos aislados. Pero, en política y diplomacia, los símbolos pesan tanto como las acciones. Cuando un líder los convierte en lección, el mensaje cala: la percepción de decadencia y obsolescencia se refuerza.
Para muchos observadores, el episodio ofrece una radiografía: la ONU vive en tensión entre su rol ideal y su realidad limitada, entre la diplomacia alta y la falta de capacidad coercitiva. Además, para Trump y sus partidarios, es una legitimación pública de su discurso contra el multilateralismo.
A ojos del mundo, la escalera que dejó de subir fue más que un incidente técnico: sirvió para escalar críticas y desnudar una de las vulnerabilidades más profundas de la cooperación global, la fragilidad frente a la percepción. En el juego diplomático, las instituciones necesitan infraestructura visible y funcionamiento confiable, pero también consistencia narrativa y respuestas ágiles ante emergencias simbólicas.
La ONU salió de esta jornada con una nueva herida propagandística. Trump, por su parte, reafirmó su estrategia habitual: convertir fallos ajenos en escenario de autoproclamación. Si el símbolo pesa, el mensaje se instaló.