Tensión aérea en Europa: Dinamarca enfrenta incursiones de drones y Rusia responde con desmentidos

Moscú rechaza tajantemente ‘especulaciones absurdas’ tras los incidentes con drones en Dinamarca

En los últimos días, varios aeropuertos daneses se vieron alterados por incursiones de drones no identificados que llevaron al cierre temporal de espacios aéreos clave. Ante las sospechas latentes de vinculación con Rusia, la embajada rusa en Copenhague emitió un duro comunicado: rechaza categóricamente cualquier implicación y acusa a “fuerzas que buscan escalar tensiones” de utilizar los hechos como pretexto.

Mientras los medios y gobiernos de Europa Occidental analizan las posibles motivaciones y autores de estas acciones —calificadas por Dinamarca como un “ataque híbrido”— Moscú ha adoptado una estrategia diplomática clara: negar, criticar y contrarrestar la narrativa de acusaciones. La tensión se desplaza ahora al terreno de la percepción y la defensa aérea, en un contexto profundo de confrontación tecnológica, simbólica y estratégica.

Desde Copenhague, la embajada rusa respondió mediante un comunicado en Telegram aludido por Reuters, calificando como “absolutamente absurdas” las especulaciones sobre su implicación en los recientes incidentes con drones cerca de aeropuertos daneses. En su mensaje, la misión diplomática describió las perturbaciones como una “provocación orquestada”, advirtiendo que podrían ser empleadas para aumentar la tensión regional con el objetivo de extender el conflicto ucraniano hacia otros países.

Por su parte, Dinamarca describe los sucesos como parte de un modus operandi sistemático, propio de escenarios de guerra híbrida, aunque hasta ahora se abstiene de atribuir culpas concluyentes. El ministro de Defensa danés, Troels Lund Poulsen, señaló que el despliegue de drones sobre distintos aeropuertos y bases militares —incluyendo Skrydstrup— exhibe características de operación profesional: disparidad de rutas, luces intermitentes, maniobras evasivas y desaparición tras algunas horas.

Tras los incidentes iniciales en Copenhague, la situación se agravó con nuevas detecciones en Aalborg y otros aeródromos del territorio danés. En el caso de Aalborg, la policía restringió su espacio aéreo por varias horas, aunque más tarde los vuelos se reanudaron.

Un elemento clave que refuerza la postura danesa es la ausencia de pruebas públicas que vinculen directamente los drones con Rusia. Investigadores e inteligencia local barajan hipótesis alternativas: lanzamiento desde embarcaciones en aguas próximas, agentes locales o terceros actores que buscan generar desestabilización sin un rastro claro.

En paralelo, expertos europeos interpretan estas incursiones como parte de un patrón más extenso de ataques de baja intensidad en el espacio aéreo europeo. La combinación de ciberataques contra sistemas aeroportuarios —como recientemente ocurridos en Londres, Berlín y Bruselas— junto con incursiones de drones, reviste el aura de una estrategia híbrida destinada a probar límites y generar temor.

La respuesta rusa, más allá del desmentido diplomático, busca subrayar que las acusaciones carecen de fundamento y advertir que estos eventos podrían manipularse para justificar escaladas militares o sanciones adicionales. En la práctica, Moscú proyecta así una narrativa de víctima frente a acusaciones injustas.

Desde una óptica estratégica, el episodio destaca la fragilidad creciente de los sistemas de vigilancia civil ante amenazas no convencionales: drones pequeños que escapan al radar tradicional, métodos híbridos que combinan lo físico y lo digital, y la imposibilidad política de interceptar sin causar daños colaterales. Como lo señalaba Reuters recientemente, los ataques con drones y las intrusiones digitales ponen a prueba la resiliencia de la infraestructura aérea europea.

Para Dinamarca —y para la OTAN— el desafío no es solo descubrir quién está detrás, sino reforzar capacidades defensivas: mejorar sistemas de detección, desarrollar protocolos de neutralización y coordinar con aliados en zonas vulnerables. Analistas sugieren que Europa necesita articular un “muro antidrón” que combine sensores acústicos, caza electrónica y vigilancia marítima para anticiparse a ataques híbridos transversales.

En el terreno diplomático, cada palabra cuenta. Las afirmaciones rusas de “montaje provocativo” intentan restar credibilidad a denuncias, mientras los países europeos endurecen su discurso ante la persistente amenaza de incursiones simbólicas. En última instancia, más allá del rumor o la acusación, la cuestión central es cómo garantizar que los cielos nacionales no se conviertan en terreno de prueba para tácticas de guerra moderna.