Europa se está desangrando sin darse cuenta

UE - UNSPLACH / ALEXEYLARIONOV​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​

La guerra que se libra en Europa no se ve en los mapas ni en los frentes. Es una guerra económica, energética y moral que está vaciando el corazón del continente mientras sus líderes se refugian en discursos huecos sobre “unidad” y “valores comunes”.

Europa atraviesa el momento más delicado de su historia reciente. No se trata solo de inflación o de recesión industrial. Lo que estamos viviendo es una descomposición estructural del proyecto europeo, un proceso silencioso que avanza mientras los ciudadanos siguen escuchando promesas sobre transiciones verdes, fondos de recuperación y supuestas autonomías estratégicas que nunca llegan.

Europa ya no decide: obedece. Y cuando un continente deja de decidir, deja de existir.

La guerra que se oculta

Mientras los europeos miran hacia Ucrania, la verdadera batalla se libra dentro de nuestras fronteras: la guerra económica por la energía, la industria y el poder real.

Estados Unidos reindustrializa su economía; China asegura sus rutas y materias primas; y Europa... se queda sin energía, sin industria y sin rumbo.

Nos dijeron que las sanciones a Rusia serían un golpe al Kremlin. Pero el golpe más duro lo ha recibido el propio corazón productivo de Europa. Alemania, Italia, Austria o Chequia están pagando el precio de haber roto su equilibrio energético y financiero. El resultado es una oleada de cierres industriales, costes desbocados y fuga de inversión hacia Estados Unidos, donde la energía cuesta la mitad y la política industrial es agresiva.

Mientras tanto, Bruselas sigue celebrando cumbres sobre “sostenibilidad”, sin entender que la palabra “autonomía estratégica” se ha convertido en una ironía. Europa habla mucho de independencia, pero actúa siempre con sumisión.

Ucrania: el aviso que nadie quiere escuchar

Ucrania no es solo un conflicto armado: es el espejo de las debilidades europeas. Durante años, el continente delegó su defensa en la OTAN, su energía en Rusia y su tecnología en Asia. Cuando esas tres dependencias colapsaron al mismo tiempo, Europa quedó desnuda.

Apoyar a Ucrania se presentó como una obligación moral, pero nadie explicó a los europeos cuál era el objetivo real ni cuánto costaría. El resultado es una Europa agotada, dividida y sin estrategia, que financia una guerra que no controla mientras sufre una crisis industrial sin precedentes.

El aviso ucraniano no es militar: es estructural. Muestra el precio de haber abandonado la planificación, la soberanía y la visión de largo plazo. Y ese precio se mide en fábricas cerradas, empresas que emigran y ciudadanos que ya no creen en el relato europeo.

Alemania: el gigante herido

El colapso alemán no es una anécdota: es una señal. El motor industrial de Europa se ha gripado. La transición energética mal planificada, el cierre prematuro de la industria pesada y la pérdida de competitividad global han convertido a Alemania en un gigante enfermo.

Berlín apostó por una “energiewende” sin respaldo real y cayó en la trampa: energía cara, deslocalización y recesión. Y sin Alemania fuerte, Europa se desarticula.

Francia no puede ni quiere asumir el liderazgo. Italia y España están hipotecadas por su deuda. Y la Comisión Europea sigue viviendo en un universo paralelo de reglamentos, sanciones y burocracia. El sueño europeo se está quedando sin oxígeno.

La ruina moral del continente

La crisis no es solo económica: es moral y civilizatoria. Europa ha cambiado la soberanía por comodidad, la independencia por subvención y la verdad por propaganda. Nos piden sacrificio “por el clima”, “por la democracia”, “por la paz”… pero tras cada lema se esconde una pérdida más de libertad, de competitividad y de dignidad.

La verdadera enfermedad de Europa no es la inflación: es el olvido de sí misma. De su capacidad para producir, para innovar, para decidir. Hoy importamos energía, tecnología… y hasta valores. Y un continente que no produce ni energía ni ideas se convierte en un museo: hermoso, pero irrelevante.

La salida: volver a ser dueños del propio destino

Europa aún puede reaccionar, pero necesita hacerlo ya. Posee talento, tecnología y recursos para recuperar su lugar, pero debe atreverse a romper los dogmas.

La salida pasa por recuperar la soberanía energética, reindustrializar la economía y redefinir la política monetaria y fiscal. Por dejar de actuar como peón y empezar a pensar como potencia. Por reconstruir un tejido productivo basado en la innovación real, no en las subvenciones ni en las prohibiciones.

Y, sobre todo, por dejar de mirar a Washington en busca de aprobación y a Pekín con miedo. Europa no tiene por qué elegir entre dos imperios: puede ser un poder propio. Pero eso exige valentía y claridad, no discursos vacíos.

La guerra que oculta Europa no se libra con misiles, sino con decisiones. Con presupuestos que se entregan al dogma, con industrias que se deslocalizan y con una ciudadanía que se acostumbra al declive.

Si Europa no despierta, no hará falta que nadie la invada: se derrumbará sola, víctima de su complacencia. Pero si reacciona, si asume su error y su potencial, aún puede escribir un nuevo capítulo.

Porque la historia no la escriben los que se quejan, sino los que reaccionan a tiempo. Y Europa, aunque herida, todavía está a tiempo.

Resumen de la entrevista en negocios TV