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Claves del día: De la mantequilla a los tanques: el giro económico que asoma mientras EE. UU. roza el cierre de gobierno

El ruido del posible “shutdown” en Washington tapa el verdadero cambio de fondo: Occidente está pasando de una economía de paz a una economía orientada a la defensa. No es un matiz, es un modelo. Desde Varsovia —con Donald Tusk pidiendo a la banca que acepte más impuestos para financiar el rearme— hasta los análisis de Martin Wolf sobre un mundo con dos superpotencias “depredadoras”, todo apunta a un reordenamiento de prioridades, flujos y precios que ya está reescribiendo la política fiscal, industrial y energética.

Conviene mirar dos veces la escena política de esta semana en Estados Unidos. El cierre de gobierno es la superficie de un movimiento más profundo: la reasignación estructural de recursos hacia seguridad y defensa. La comparación clásica de “mantequilla versus tanques” vuelve a la sala, pero no como metáfora académica sino como guion presupuestario. Cuando el Ejecutivo y los legisladores discuten partidas, no solo pelean por un techo de gasto; discuten el tamaño del Estado en un mundo donde la disuasión militar, la resiliencia industrial y la autonomía estratégica han dejado de ser capítulos marginales. Y esa lógica no se limita a Washington. En Europa, la misma tensión se traduce en instrumentos nuevos —tasas, contribuciones solidarias, préstamos comunes, incentivos a industrias críticas— que empujan el péndulo desde la eficiencia global hacia la seguridad compartida.

Ahí encaja la señal que llega desde Polonia. Que Donald Tusk pida a los bancos que acepten tipos impositivos más altos para financiar la defensa no es solo una negociación fiscal; es la admisión de que la factura del rearme no se pagará solo con recortes o deuda, sino con una redistribución explícita de cargas entre sectores con rentabilidades extraordinarias y un Estado que prioriza capacidades militares, munición, ciberseguridad y escudos tecnológicos. En la práctica, esto altera el coste del capital, la rentabilidad del crédito y la asignación sectorial de inversión. Un sistema financiero más gravado tenderá a seleccionar con más dureza proyectos y a encarecer el riesgo, a la vez que el Estado actuará como cliente-tractor en defensa, semiconductores, IA soberana, espacio o energía.

El marco estratégico que describe Martin Wolf sirve de mapa. Dos superpotencias “depredadoras” —Estados Unidos y China— compiten por organizar a su alrededor cadenas de valor, materias primas, mercados y normas. Rusia es el proveedor energético de China del mismo modo que la Unión Europea se convierte, cada vez más, en el mercado natural de expansión para la tecnología, la defensa y la energía reconfigurada de Estados Unidos. Esta geometría no es teórica: se percibe en el redireccionamiento del gas natural licuado, en la relocalización de capacidades industriales, en la compra pública de defensa y en la pugna normativa por estándares digitales. La lectura incómoda para Europa es doble. Por un lado, el continente debe financiar su propia seguridad elevando el gasto al 2%–3% del PIB mientras sostiene Estados del bienestar muy exigentes. Por otro, ha de evitar que su base productiva se vacíe hacia polos que ofrecen energía más barata, subsidios más agresivos o mercados más profundos.

Todo ello reordena precios relativos. Energía, logística, capital y trabajo incorporan una prima de seguridad. La inflación deja de ser solo monetaria o de demanda para incorporar capas de “riesgo geopolítico” y “resiliencia” que encarecen inventarios, duplican proveedores y penalizan la hiperoptimización de la última década. No es casual que vuelvan palabras como “capacidad ociosa estratégica”, “stock crítico” o “contratos a largo plazo”. Tampoco lo es que la tecnología dual —la que sirve tanto a usos civiles como militares— concentre ahora la atención inversora: chips de vanguardia, cloud soberano, ciberdefensa, comunicaciones seguras, sensores, drones. La economía de guerra no es solo producción de armamento; es una economía de seguridad que cruza sectores y que, como toda preferencia social, se paga en forma de impuestos, deuda o menor consumo presente.

Para las empresas, el tablero se hace menos homogéneo y más político. Ganarán quienes sepan leer la demanda pública, certificarse rápido, integrar cadenas cortas y blindadas, y traducir I+D en productos con retorno previsible bajo pliegos estatales. Para los hogares, el ajuste será más sutil pero persistente: impuestos específicos, tarifas con recargos de seguridad, subvenciones cruzadas a industrias estratégicas y servicios públicos condicionados por prioridades de defensa. Y para los mercados, la nueva métrica deja de ser solo “crecimiento eficiente” para incorporar “crecimiento seguro”: no basta con producir barato, hay que producir cerca, con redundancia y bajo normas propias.

Ese es el verdadero debate detrás del “shutdown”. No es únicamente si el Tesoro puede pagar la nómina el lunes, sino qué tipo de Estado y de economía está diseñando Occidente para una década en la que la paz dejó de estar presupuestada. Tanques frente a mantequilla ya no es una metáfora; es una elección contable que decidirá quién fija las reglas y quién las acata.