Claves del día: De la mantequilla a los tanques: el giro económico que asoma mientras EE. UU. roza el cierre de gobierno
Conviene mirar dos veces la escena política de esta semana en Estados Unidos. El cierre de gobierno es la superficie de un movimiento más profundo: la reasignación estructural de recursos hacia seguridad y defensa. La comparación clásica de “mantequilla versus tanques” vuelve a la sala, pero no como metáfora académica sino como guion presupuestario. Cuando el Ejecutivo y los legisladores discuten partidas, no solo pelean por un techo de gasto; discuten el tamaño del Estado en un mundo donde la disuasión militar, la resiliencia industrial y la autonomía estratégica han dejado de ser capítulos marginales. Y esa lógica no se limita a Washington. En Europa, la misma tensión se traduce en instrumentos nuevos —tasas, contribuciones solidarias, préstamos comunes, incentivos a industrias críticas— que empujan el péndulo desde la eficiencia global hacia la seguridad compartida.
Ahí encaja la señal que llega desde Polonia. Que Donald Tusk pida a los bancos que acepten tipos impositivos más altos para financiar la defensa no es solo una negociación fiscal; es la admisión de que la factura del rearme no se pagará solo con recortes o deuda, sino con una redistribución explícita de cargas entre sectores con rentabilidades extraordinarias y un Estado que prioriza capacidades militares, munición, ciberseguridad y escudos tecnológicos. En la práctica, esto altera el coste del capital, la rentabilidad del crédito y la asignación sectorial de inversión. Un sistema financiero más gravado tenderá a seleccionar con más dureza proyectos y a encarecer el riesgo, a la vez que el Estado actuará como cliente-tractor en defensa, semiconductores, IA soberana, espacio o energía.
El marco estratégico que describe Martin Wolf sirve de mapa. Dos superpotencias “depredadoras” —Estados Unidos y China— compiten por organizar a su alrededor cadenas de valor, materias primas, mercados y normas. Rusia es el proveedor energético de China del mismo modo que la Unión Europea se convierte, cada vez más, en el mercado natural de expansión para la tecnología, la defensa y la energía reconfigurada de Estados Unidos. Esta geometría no es teórica: se percibe en el redireccionamiento del gas natural licuado, en la relocalización de capacidades industriales, en la compra pública de defensa y en la pugna normativa por estándares digitales. La lectura incómoda para Europa es doble. Por un lado, el continente debe financiar su propia seguridad elevando el gasto al 2%–3% del PIB mientras sostiene Estados del bienestar muy exigentes. Por otro, ha de evitar que su base productiva se vacíe hacia polos que ofrecen energía más barata, subsidios más agresivos o mercados más profundos.
Todo ello reordena precios relativos. Energía, logística, capital y trabajo incorporan una prima de seguridad. La inflación deja de ser solo monetaria o de demanda para incorporar capas de “riesgo geopolítico” y “resiliencia” que encarecen inventarios, duplican proveedores y penalizan la hiperoptimización de la última década. No es casual que vuelvan palabras como “capacidad ociosa estratégica”, “stock crítico” o “contratos a largo plazo”. Tampoco lo es que la tecnología dual —la que sirve tanto a usos civiles como militares— concentre ahora la atención inversora: chips de vanguardia, cloud soberano, ciberdefensa, comunicaciones seguras, sensores, drones. La economía de guerra no es solo producción de armamento; es una economía de seguridad que cruza sectores y que, como toda preferencia social, se paga en forma de impuestos, deuda o menor consumo presente.
Para las empresas, el tablero se hace menos homogéneo y más político. Ganarán quienes sepan leer la demanda pública, certificarse rápido, integrar cadenas cortas y blindadas, y traducir I+D en productos con retorno previsible bajo pliegos estatales. Para los hogares, el ajuste será más sutil pero persistente: impuestos específicos, tarifas con recargos de seguridad, subvenciones cruzadas a industrias estratégicas y servicios públicos condicionados por prioridades de defensa. Y para los mercados, la nueva métrica deja de ser solo “crecimiento eficiente” para incorporar “crecimiento seguro”: no basta con producir barato, hay que producir cerca, con redundancia y bajo normas propias.
Ese es el verdadero debate detrás del “shutdown”. No es únicamente si el Tesoro puede pagar la nómina el lunes, sino qué tipo de Estado y de economía está diseñando Occidente para una década en la que la paz dejó de estar presupuestada. Tanques frente a mantequilla ya no es una metáfora; es una elección contable que decidirá quién fija las reglas y quién las acata.