Un análisis desde “Diálogos” con Eduardo Baura y José Vizner que conecta raíces históricas, decisiones políticas y el laberinto actual en Gaza y Cisjordania

La historia incómoda del conflicto israelí-palestino: claves para entender un siglo de choques y un presente sin horizonte

“Diálogos” reúne al historiador y analista Eduardo Baura con José Vizner para repasar, con mirada larga, cómo se forjó el conflicto entre Israel y Palestina: de los orígenes del sionismo a la partición de 1947, de las guerras que redibujaron el mapa a un presente marcado por la guerra en Gaza y el bloqueo de la solución de dos Estados. 

“Para entender el conflicto hay que mirar atrás”, sostiene Eduardo Baura en “Diálogos”. El punto de inflexión moderno arranca con el final del Imperio Otomano y el Mandato Británico, pero su marco jurídico-político se fija el 29 de noviembre de 1947, cuando la Asamblea General de la ONU aprueba la Resolución 181, que proponía dos Estados —árabe y judío— y un régimen internacional especial para Jerusalén. La votación salió adelante por 33 votos a favor, 13 en contra y 10 abstenciones; el plan no se implementó y derivó en guerra civil y, desde el 15 de mayo de 1948, en guerra regional tras la proclamación de Israel. 

A partir de ahí, tres guerras marcan el terreno y la geopolítica: 1948 (guerra de Independencia/Nakba), 1967 (Guerra de los Seis Días), en la que Israel ocupó Sinaí, Gaza, Cisjordania, Jerusalén Este y los Altos del Golán, y 1973 (Guerra de Yom Kippur). Esas victorias militares consolidaron un tablero que sigue en disputa, especialmente en Cisjordania y Jerusalén Este. 

Baura insiste en ordenar conceptos que suelen confundirse en el debate público: israelí (nacionalidad), judío (identidad religiosa y/o étnico-cultural), árabe (cultural/lingüística) y palestino (identidad nacional). Poner apellido a cada término no es academicismo: determina derechos, representación y el alcance de las políticas en disputa —desde ciudadanía hasta asentamientos— y ayuda a entender por qué debates de soberanía se enredan con identidades y creencias.

El sionismo, recuerda el invitado, nace en la Europa oriental de finales del XIX como un proyecto político —más laico que religioso en sus inicios— que buscó un hogar nacional judío; Theodor Herzl cristaliza esa visión y la orienta hacia Palestina. El encaje con la población árabe local, mayoritaria entonces, fue la cuestión crucial no resuelta que estalló en los años 30 y 40 y se reabrió con cada guerra posterior. La literatura académica y de divulgación coincide en esos trazos: la partición de 1947, su rechazo árabe y el posterior conflicto son el origen institucional del problema contemporáneo. 

El presente añade capas. La guerra de Gaza, abierta tras el ataque de Hamás del 7 de octubre de 2023, ha dejado un balance de víctimas y destrucción que mantiene al mundo en vilo y a Israel bajo escrutinio internacional. Estimaciones recientes citadas por medios y organismos sitúan las muertes palestinas en más de 65.000, con decenas de miles de heridos y una crisis humanitaria persistente; el debate sobre la proporción de civiles entre las víctimas se ha intensificado tras investigaciones periodísticas que, con datos de inteligencia israelí filtrados, sitúan ese porcentaje en torno al 83%, extremo que Israel discute, pero que ha disparado la presión sobre su conducción de la guerra. 

En paralelo, Cisjordania se ha convertido en un punto ciego para la solución de dos Estados. Los asentamientos han crecido de forma sostenida y, según informes europeos y recuentos de ONG, a finales de 2024 vivían allí más de 500.000 colonos, a los que se suman más de 230.000 en Jerusalén Este. La proliferación de nuevos “outposts” desde 2023 complica trazar fronteras continuas para un futuro Estado palestino y endurece la política israelí interna. 

¿Queda margen para la solución de dos Estados? Aquí el diagnóstico del podcast encaja con los datos: el apoyo social en ambas sociedades está en mínimos. En 2025, encuestas de Gallup sitúan el respaldo palestino en torno al 33% en Cisjordania y Jerusalén Este, y el Centro Palestino para la Investigación de Políticas y Encuestas (PCPSR) lo mide en el 40% a escala palestina. Entre israelíes, el apoyo también es bajo —en torno al 30%— según series del Israel Democracy Institute. Con ese suelo social, cualquier arquitectura diplomática tiene poco recorrido si antes no cambian incentivos y realidades sobre el terreno. 

En la esfera internacional, el pulso político tampoco ayuda. En la última Asamblea General, Benjamin Netanyahu rechazó de plano los recientes reconocimientos de Estados occidentales a Palestina y descalificó la solución de dos Estados, mientras crece la presión diplomática por el coste humano de la guerra. Sin una convergencia mínima entre Washington, las capitales europeas y los actores regionales —y sin un liderazgo palestino con legitimidad renovada— las ventanas para un alto el fuego estable y un proceso político creíble se estrechan. 

La tesis final de Baura es práctica y, a la vez, incómoda: sin claridad terminológica, sin frenar dinámicas en Cisjordania y sin una agenda internacional que conecte seguridad para Israel, derechos y Estado para Palestina y gobernanza palestina representativa, no habrá avances. La historia —de 1947 a hoy— prueba que cuando los plazos políticos se abren sin garantías, el vacío lo ocupan la violencia y los hechos consumados. Volver al dato, a las fuentes y a la precisión conceptual no resuelve el conflicto, pero sí mejora la conversación pública sobre él, en España y fuera.