"Así que ya no es un cometa"

3I/ATLAS, el ‘fósil’ interestelar que obliga a reescribir lo que sabemos de los cometas

Un nuevo estudio plantea que el tercer objeto interestelar conocido no sería un cometa exótico, sino un fragmento de corteza de un planeta o de una exoluna, preservado durante miles de millones de años en el espacio.
NASA’s Hubble Space Telescope reobserved interstellar comet 3I/ATLAS Nov. 30, with its Wide Field Camera 3 instrument.
NASA, ESA, STScI, D. Jewitt (UCLA), M.-T. Hui (Shanghai Astronomical Observatory). Image Processing: J. DePasquale (STScI)
NASA’s Hubble Space Telescope reobserved interstellar comet 3I/ATLAS Nov. 30, with its Wide Field Camera 3 instrument. NASA, ESA, STScI, D. Jewitt (UCLA), M.-T. Hui (Shanghai Astronomical Observatory). Image Processing: J. DePasquale (STScI)

Desde que fue detectado por el sistema ATLAS en 2024, 3I/ATLAS se convirtió en el tercer objeto interestelar identificado tras 1I/‘Oumuamua y 2I/Borisov. Su órbita es inequívoca: se trata de un cuerpo que llega desde fuera del Sistema Solar y lo atraviesa a gran velocidad, con una trayectoria hiperbólica y un paso fugaz cercano al Sol.

Sin embargo, a diferencia de sus predecesores, este visitante ha permitido una campaña de observación mucho más detallada, combinando telescopios terrestres y espaciales. El resultado es un retrato sorprendente: demasiado denso para ser un cometa clásico, demasiado poco activo para comportarse como los cometas a los que estamos acostumbrados, pero con suficiente expulsión de gas y polvo como para no considerarlo un simple asteroide rocoso.

Esa mezcla ha llevado a un grupo de investigadores a plantear una hipótesis que va mucho más allá de la curiosidad puntual: 3I/ATLAS podría ser un trozo de corteza de un planeta o de una exoluna destruida en otro sistema estelar y expulsada al espacio interestelar hace miles de millones de años.

Un comportamiento que rompe el molde del cometa clásico

A primera vista, 3I/ATLAS fue catalogado como cometa por su coma y sus colas visibles. Pero los números no cuadran con esa etiqueta. La actividad que muestra —jets estrechos, colas múltiples y una anti–cola que parece apuntar hacia el Sol— se alimenta sobre todo de CO₂, y no de grandes cantidades de hielo de agua.

Los modelos de pérdida de masa indican que, en cada paso cercano a una estrella, el objeto apenas erosiona unas pocas decenas de centímetros de su superficie. Esa tasa de desgaste es extremadamente baja para un cometa típico, que suele perder material a gran velocidad y termina desintegrándose tras relativamente pocos acercamientos.

Si se toma en serio esa baja ablación, los astrónomos llegan a una conclusión contundente: 3I/ATLAS puede sobrevivir millones de órbitas estelares sin deshacerse, algo sólo compatible con un cuerpo muy compacto, cohesionado y con una corteza dura, no con un núcleo cometario frágil y poroso.

Las estimaciones actuales sitúan su tamaño en un radio de entre 1 y 3 kilómetros, con una densidad que oscilaría entre 2 y 4 gramos por centímetro cúbico, valores más próximos a rocas y mezclas roca–metal que a un cometa helado.

Una superficie metálica y una corteza sorprendentemente dura

Los datos espectroscópicos han añadido otra pieza clave al rompecabezas. El análisis de las líneas de emisión revela una fuerte presencia de níquel (Ni) frente a un hierro mucho más débil, lo que apunta a una relación Ni/Fe inusualmente alta en la superficie del objeto. En términos sencillos: la “piel” de 3I/ATLAS es, en gran medida, metálica.

Para explicar esas mediciones, los modelos propuestos sugieren que entre un 25 % y un 50 % de la superficie observable estaría cubierta por metal expuesto, mezclado con materiales rocosos. Esta composición encaja mal con la idea de un cometa primitivo y poroso, pero sí es coherente con una corteza planetaria procesada, donde la diferenciación interna y la historia geológica han concentrado metales en determinadas capas.

A ello se suma que la actividad observada no procede de toda la superficie, sino de fracturas localizadas donde pequeños reservorios de CO₂ quedan lo bastante cerca del exterior como para sublimarse cuando el objeto se calienta. En vez de un cuerpo helado que hierve por completo, la imagen que surge es la de un fragmento sólido y duro con “puntos calientes” muy concretos.

Trajectory of 3I/ATLAS with positions of the planets on November 22, 2025. (Credit: NASA/JPL)
Trajectory of 3I/ATLAS with positions of the planets on November 22, 2025. (Credit: NASA/JPL)

¿Exoluna o fragmento de un exoplaneta destruido?

Con este conjunto de datos, los autores del estudio comparan varios escenarios de origen. El clásico —un núcleo cometario helado, poco denso y muy poroso— sale mal parado: cuesta conciliarlo con la densidad estimada, la baja erosión y el enriquecimiento en níquel.

En cambio, dos hipótesis ganan terreno:

  • Fragmento de exoluna diferenciada:
    Un trozo de la corteza de una luna que, como nuestra propia Luna, se calentó lo suficiente como para separar metales y silicatos, e incluso experimentar episodios limitados de agua líquida. Un gran impacto habría arrancado parte de esa corteza y la habría lanzado al espacio interestelar.

  • Fragmento de corteza de un exoplaneta rocoso:
    Un pedazo de la parte más externa de un planeta con procesos geológicos y, potencialmente, ciclos de agua, carbonatos y minerales complejos. Esa corteza, convertida en “esquirla cósmica” tras una colisión catastrófica, habría pasado eones viajando entre estrellas hasta cruzarse con el Sistema Solar.

En ambos casos, 3I/ATLAS se convierte en algo muy distinto a un cometa: una reliquia geológica, un trozo de la “piel” de un mundo que ya no podemos ver, pero del que recibimos, de forma indirecta, un testigo físico.

Un índice para clasificar reliquias interestelares

El estudio va un paso más allá al proponer un marco conceptual para ordenar este tipo de objetos: un índice de “reliquia”, que combina parámetros como la presión interna de los jets, la cantidad de metales expuestos, la densidad, la estabilidad rotacional y el grado de erosión.

La lógica es clara:

  • Índices altos apuntan a cuerpos con cortezas fuertes, poco degradadas y actividad muy localizada: fragmentos de corteza de exoplanetas o exolunas.

  • Índices intermedios encajarían con objetos mixtos del propio Sistema Solar, como ciertos centauros activos.

  • Índices bajos delatarían núcleos cometarios frágiles, ricos en hielo y con gran pérdida de masa.

Aplicado a 3I/ATLAS, ese índice lo sitúa en la parte alta de la escala, reforzando la idea de que se trata de un fragmento denso, resistente y muy antiguo, y no de un cometa convencional.

La NASA hoy publica nuevas imágenes del cometa interestelar 3I/ATLAS
La NASA hoy publica nuevas imágenes del cometa interestelar 3I/ATLAS

Un “fósil astrogeológico” que abre una nueva ventana a otros mundos

Si esta lectura se confirma con observaciones futuras, la implicación es profunda: por primera vez estaríamos estudiando, aunque sea a distancia, la geología superficial de un mundo ajeno al Sol. No un exoplaneta detectado por su tránsito o su firma espectral global, sino un trozo físico de su corteza que ha llegado hasta nosotros convertido en viajero interestelar.

La comunidad científica empieza a referirse a 3I/ATLAS como un “fósil astrogeológico”: un resto sólido que conserva en su estructura metálica, su densidad y su peculiar actividad la memoria de la historia interna de un planeta o una luna de otro sistema estelar.

En términos prácticos, este caso también marca un punto de inflexión en la forma de clasificar pequeños cuerpos: ya no basta con distinguir entre asteroide y cometa; será necesario incorporar categorías que tengan en cuenta el origen geológico —núcleo, manto, corteza— y el grado de procesamiento interno.

Mientras 3I/ATLAS continúa alejándose hacia la oscuridad exterior, su breve paso por nuestro vecindario ha dejado una lección duradera: los exoplanetas no sólo se miden por la sombra que proyectan sobre sus estrellas; a veces, fragmentos de sus propias rocas cruzan el espacio y nos ofrecen, durante unos meses, una ventana única a la geología de otros mundos.

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