Fotos inéditas de los años 50 muestran objetos voladores cerca de centrales nucleares: impacto y misterio
¿Y si la historia oficial de los OVNIS se hubiera quedado corta? Mucho antes de la Era Sputnik, cuando el ser humano aún no había lanzado su primer satélite, unos ojos de cristal ya miraban al cielo y lo registraban todo en silencio. Ahora, esas viejas placas astronómicas han vuelto a hablar. Un estudio reciente ha identificado misteriosos destellos en imágenes tomadas entre 1949 y 1957 que podrían adelantar varias décadas el origen de los fenómenos aéreos no identificados tal y como los entendemos hoy.
El escenario de esta historia es el Observatorio Palomar, en California. Sus archivos fotográficos, uno de los grandes tesoros de la astronomía del siglo XX, han sido digitalizados y reanalizados con técnicas modernas. Lo que antes eran simples láminas olvidadas en un archivo físico, hoy son datos de alta resolución susceptibles de ser procesados con algoritmos potentes, comparaciones automáticas y revisiones cruzadas. Y, en ese proceso, han aparecido “cosas” que no encajan del todo en el relato clásico del desarrollo aeroespacial.
La clave está en la cronología. Las placas analizadas fueron tomadas entre 1949 y 1957, es decir, antes del lanzamiento del Sputnik en octubre de 1957, considerado el pistoletazo de salida de la era espacial. Eso significa que los destellos capturados no pueden atribuirse a satélites artificiales ni a la constelación de artefactos humanos que hoy inundan nuestras órbitas. Lo que se ve ahí arriba, en forma de transitorios luminosos, no encaja con ninguna tecnología conocida de aquel momento.
Los investigadores describen estos fenómenos como destellos semejantes a estrellas que aparecen y desaparecen en cuestión de minutos u horas, sin dejar rastro en otras observaciones cercanas en el tiempo. No se comportan como meteoros, no son trazas largas ni bólidos evidentes, y tampoco responden al patrón típico de errores de emulsión o rayones en la placa. Son, en resumen, manchas de luz puntuales y efímeras donde no debería haber nada.
La interpretación más atrevida, pero también la más sugerente, es que podrían tratarse de UAP en órbita terrestre mucho antes de que los humanos empezaran a poblar el cielo con chatarra espacial. Si estos objetos, sean lo que sean, descendieran eventualmente a capas más bajas de la atmósfera, podrían enlazarse con algunos de los avistamientos de ovnis que se multiplicaron décadas después alrededor de bases militares sensibles, especialmente aquellas relacionadas con programas nucleares.
El estudio, publicado el 20 de octubre de 2025 en Scientific Reports, no cae en el sensacionalismo. De hecho, su tono es frío y metódico: se limita a presentar los datos, detallar el proceso de digitalización y confrontar las imágenes con catálogos estelares, órbitas conocidas y explicaciones convencionales. El resultado, de momento, son más preguntas que respuestas. Pero el simple hecho de que estos transitorios resistan las explicaciones de manual ya es suficiente para agitar el avispero científico y mediático.
La posible conexión con la tecnología nuclear añade otra capa inquietante. Muchas de las regiones del cielo donde se han rastreado fenómenos similares coinciden, en tiempo histórico, con periodos de pruebas nucleares intensivas o con instalaciones estratégicas bajo máxima vigilancia. ¿Coincidencia estadística o patrón significativo? La ciencia aún no tiene una respuesta sólida, pero el dato refuerza una hipótesis ya conocida: que los fenómenos anómalos parecen “sentirse atraídos” por la infraestructura nuclear, un vínculo que ha alimentado teorías durante décadas.
Como era de esperar, el escepticismo no ha tardado en aparecer. Críticos del estudio recuerdan que los artefactos ópticos, los defectos en las placas antiguas o incluso errores de alineación podrían generar falsos positivos. También señalan que, en un archivo tan vasto, es razonable que aparezcan anomalías difíciles de catalogar sin que eso implique automáticamente tecnología desconocida o presencia no humana.
Sin embargo, el equipo responsable del trabajo insiste en que la combinación de digitalización avanzada, revisión sistemática y contraste histórico descarta buena parte de las explicaciones simples. No se trata de una única placa rara, sino de un conjunto de eventos que merecen ser investigados a fondo.
Al final, el estudio deja una sensación doble: por un lado, la fascinación de estar mirando literalmente “fantasmas de luz” del pasado; por otro, la certeza de que sabemos menos de lo que creemos sobre lo que se mueve —o se ha movido— en las inmediaciones de nuestro planeta. Entre hipótesis prudentes y especulaciones más audaces, una pregunta flota en el aire: si estos destellos han aparecido ahora en Palomar, ¿qué otras sorpresas nos aguardan en archivos olvidados de otros observatorios?
La frontera entre ciencia y misterio sigue ahí, borrosa pero estimulante. Y estas viejas placas, resucitadas en plena era digital, nos recuerdan que quizá el cielo ha estado hablando desde mucho antes de que supiéramos escucharlo.