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Alerta de tsunami y evacuación tras terremoto de 7,6 en la costa noreste de Japón

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Japón

Japón vuelve a mirar al mar con preocupación. Un potente terremoto de magnitud 7,6 sacudió en la noche del lunes la costa noreste del país, desencadenando órdenes de evacuación inmediatas y la activación de una alerta de tsunami para varias prefecturas costeras. Aunque las primeras olas registradas han sido de poca altura, las autoridades insisten en que el riesgo no ha desaparecido por completo y piden a la población mantener la cautela.

El seísmo se produjo a las 11:15 de la noche, hora local, a unos 70 kilómetros mar adentro, según el Servicio Geológico de Estados Unidos (USGS), a una profundidad aproximada de 33 kilómetros. La localización y la magnitud del terremoto hicieron saltar todas las alarmas en un país marcado profundamente por su historial sísmico y por el recuerdo todavía vivo del terremoto y tsunami de 2011.

La Agencia Meteorológica de Japón (JMA) informó de la llegada de pequeñas olas de tsunami en varios puntos de la costa. En el puerto de Kuji, en la prefectura de Iwate, se registró una altura de unos 0,7 metros, mientras que en Aomori y Hokkaido las olas alcanzaron unos 40 centímetros. Aunque estas cifras están lejos de los grandes tsunamis que han golpeado Japón en el pasado, la mera posibilidad de que el fenómeno pueda intensificarse justifica las órdenes de evacuación y las medidas de prevención. Horas después del temblor, la JMA rebajó el nivel inicial de alerta a un simple aviso de tsunami, reflejando que, si bien el peligro inmediato había disminuido, el episodio no estaba completamente cerrado.

Las consecuencias en tierra no tardaron en hacerse visibles. El jefe de gabinete, Minoru Kihara, confirmó en una rueda de prensa a primera hora del martes varios reportes de heridos y la aparición de incendios en la prefectura de Aomori. Además, se registraron cortes de suministro eléctrico tanto en Aomori como en Iwate, afectando a miles de hogares. Las infraestructuras de transporte también se vieron alteradas: el servicio de tren bala (shinkansen) quedó suspendido entre Fukushima y Aomori, y varios tramos de autopistas fueron cerrados por precaución mientras se evaluaban posibles daños en puentes y calzadas.

En Tokio, un equipo de CNN describió temblores intensos y prolongados, de más de 30 segundos, que hicieron vibrar edificios en la capital, distante del epicentro pero igualmente expuesta a los movimientos sísmicos debido a la estructura geológica del país. Para muchos habitantes, la duración del temblor fue un recordatorio inquietante de lo rápido que puede transformarse una noche normal en una emergencia nacional.

Uno de los puntos más sensibles en cualquier terremoto de gran magnitud en Japón es la situación de las centrales nucleares. Kihara señaló que, por el momento, no se han detectado “anomalías” en las plantas de Higashidōri y Onagawa, situadas en la región afectada. No obstante, añadió que otras instalaciones nucleares seguían en proceso de revisión. La combinación de un fuerte seísmo y la memoria del desastre de Fukushima en 2011 hace que cada informe técnico sobre las centrales se siga con máxima atención tanto dentro como fuera del país.

La recién estrenada primera ministra, Sanae Takaichi, afronta así una de sus primeras grandes pruebas de liderazgo desde que asumió el cargo en octubre. En una declaración pública, aseguró que su gobierno trabajará “codo con codo” con las autoridades locales para evaluar daños, coordinar la respuesta de emergencia y garantizar el despliegue de recursos en las zonas más afectadas. Subrayó que el Ejecutivo actuará “como un solo equipo bajo el principio de poner la vida humana en primer lugar”, en un mensaje nítido dirigido a calmar a la población y reforzar la idea de que el Estado está volcado en la protección civil.

El episodio se inscribe en un contexto geológico especialmente complejo. Japón se encuentra sobre el llamado Anillo de Fuego del Pacífico, una vasta zona donde convergen varias placas tectónicas y se concentra una intensa actividad sísmica y volcánica. Los terremotos de magnitud elevada no son extraños, pero cada evento de este tamaño reabre el debate sobre la preparación del país, la resiliencia de sus infraestructuras y la necesidad de seguir invirtiendo en prevención y educación ciudadana.

Imposible hablar de un terremoto de estas características sin recordar el devastador seísmo de magnitud 9,1 de 2011, que desencadenó un tsunami masivo y la crisis nuclear de Fukushima Daiichi. Aquel desastre dejó más de 22.000 muertos y desaparecidos y supuso un antes y un después en la percepción del riesgo en Japón. Desde entonces, se han reforzado diques, actualizado protocolos de evacuación y revisado estándares de seguridad, especialmente en el ámbito nuclear. Sin embargo, la naturaleza impredecible de los grandes terremotos y tsunamis hace que el riesgo nunca desaparezca del todo.

En esta ocasión, la respuesta temprana ha sido clave: las órdenes de evacuación hacia zonas elevadas, la activación de refugios y la rápida interrupción de servicios de transporte y revisión de infraestructuras buscan minimizar daños personales frente a un fenómeno que no puede evitarse, pero sí gestionarse mejor. Las imágenes de trenes detenidos, autopistas cortadas y sirenas de emergencia activadas se han convertido, con los años, en parte del protocolo habitual cuando la tierra tiembla en Japón.

Mientras continúan las evaluaciones de daños y se normaliza progresivamente el servicio eléctrico y de transporte, las autoridades insisten en que la población permanezca atenta a las comunicaciones oficiales. Aunque la alerta de tsunami se haya degradado a simple aviso, la experiencia japonesa demuestra que los riesgos pueden mutar con rapidez, especialmente cuando se combinan réplicas, terreno inestable y una costa densamente poblada.

El terremoto de magnitud 7,6 vuelve a recordar al mundo la vulnerabilidad de las sociedades modernas ante las fuerzas geológicas. Japón, uno de los países mejor preparados del planeta para gestionar desastres naturales, se pone de nuevo a prueba. La prioridad inmediata es salvar vidas y asegurar las infraestructuras críticas; el siguiente paso será, como tantas veces, aprender lecciones para que el próximo gran seísmo encuentre al país aún más preparado.

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