El ataque selectivo contra el teniente general Fanil Sarvarov altera las negociaciones sobre Ucrania, condiciona Oriente Próximo y reaviva la Doctrina Monroe sobre Venezuela
El historiador José Miguel Villarroya analiza el atentado contra un mando ruso en Moscú y sus implicaciones en la estrategia del Kremlin, así como las tensiones previstas en Oriente Próximo y Latinoamérica. Un repaso a un escenario global marcado por amenazas, pactos y negociaciones clave.
El reciente atentado contra el teniente general Fanil Sarvarov en Moscú no es un episodio más en la larga lista de violencias asociadas a la guerra de Ucrania. Es, según el historiador José Miguel Villarroya, un golpe quirúrgico dirigido al corazón de la cadena de mando rusa, ejecutado en un momento en el que las negociaciones de paz parecían avanzar —aunque lentamente— en canales discretos.
La lectura es mucho más profunda que un mero ataque personal: el objetivo real es forzar a Moscú a endurecer su postura, tensar el diálogo con Kiev y condicionar también las relaciones con la OTAN.
Al mismo tiempo, en la agenda inmediata aparecen otros dos focos críticos: la reunión prevista entre Benjamín Netanyahu y Donald Trump, que podría definir el futuro de Irán, y el bloqueo naval sobre Venezuela, que Villarroya describe como la reactivación de una Doctrina Monroe “2.0”.
La consecuencia es clara: el atentado de Moscú no sólo hiere a un alto mando militar; recalibra tres tableros geopolíticos a la vez.
Terrorismo selectivo en el corazón del poder ruso
Villarroya define el atentado contra Sarvarov como un caso de “terrorismo selectivo”, cuidadosamente diseñado para enviar un mensaje al núcleo duro del poder ruso. No se trata de un ataque indiscriminado, sino de una operación contra una figura clave, con fuerte proyección interna y relevancia en la coordinación del frente ucraniano.
En este tipo de acciones, explica el historiador, el objetivo no es sólo eliminar a una persona, sino introducir desconfianza en la estructura militar: obligar a revisar protocolos de seguridad, mover mandos, abrir investigaciones internas y, en suma, desgastar la capacidad de mando.
El contexto agrava el impacto. Rusia intenta mantener una imagen de control férreo dentro de su capital, especialmente sobre figuras de alto rango. Que un teniente general sea atacado en Moscú —y en un momento de presunto acercamiento diplomático— golpea la narrativa de fortaleza que el Kremlin trata de proyectar hacia fuera y hacia dentro.
Como sintetiza Villarroya, “no es un atentado contra un hombre, es un aviso contra un sistema de mando”. Y ese matiz cambia por completo la lectura del episodio.
Un mensaje envenenado para las negociaciones de paz en Ucrania
Según el historiador, el objetivo final del atentado es condicionar las negociaciones de paz sobre Ucrania. Moscú ha reforzado en las últimas semanas su compromiso de no atacar a la OTAN, extendiéndolo ahora a un marco jurídico formal, pero lo ha combinado con una advertencia: cualquier provocación será respondida de forma “inmediata y proporcional”.
En paralelo, el Kremlin encara un escenario en el que la pérdida de Donetsk se perfila, en palabras de Villarroya, como “prácticamente irreversible”. En ausencia de un acuerdo de paz, el mapa militar que dibuja el historiador es contundente: una expansión de operaciones hacia Járkov y Odesa a partir de 2026, con el objetivo de consolidar una franja de influencia continua sobre el este y el sur de Ucrania.
Este hecho revela la doble cara de la estrategia rusa: por un lado, un discurso de contención frente a la OTAN; por otro, una clara disposición a reconfigurar por la fuerza el mapa ucraniano si las negociaciones fracasan. El atentado, al tensionar el clima interno en Moscú, puede reforzar a los sectores más duros, justo cuando el momento exigía gestos de distensión.
Sarvarov, la cadena de mando y la reacción del Kremlin
La figura de Fanil Sarvarov se inscribe en la categoría de mandos que articulan el puente entre la doctrina militar y la ejecución sobre el terreno. Su eliminación o neutralización no cambia por sí sola el curso de la guerra, pero sí puede ralentizar la toma de decisiones operativas durante semanas.
Villarroya subraya que, en sistemas tan centralizados como el ruso, la pérdida de perfiles de este nivel obliga a reordenar relevos, acelerar ascensos e introducir nuevos círculos de confianza. Ese proceso, por sí mismo, abre espacios de vulnerabilidad interna, especialmente si coincide con momentos críticos en el frente.
La reacción del Kremlin, hasta ahora, combina el tono clásico —condena, apelación a la unidad nacional, promesa de castigo— con un refuerzo explícito del mensaje hacia la OTAN: “no atacaremos primero, pero responderemos de inmediato”.
Lo más grave, advierte el historiador, es que este mensaje puede interpretarse en Occidente tanto como gesto de contención como aviso de que la línea roja está cada vez más baja, con el riesgo permanente de un error de cálculo.
Netanyahu, Trump e Irán: el otro frente que se decide
Mientras Moscú procesa el impacto del atentado, otro foco de tensión se concentra en Oriente Próximo. Villarroya señala como “crucial” la inminente reunión entre Benjamín Netanyahu y Donald Trump, prevista para los próximos días.
En esa cita, se dirimirá si Israel recibe una luz verde explícita o implícita para lanzar un nuevo ataque contra Irán, al que el gobierno israelí sigue presentando como amenaza existencial. Un apoyo claro de Washington podría desencadenar, según el historiador, una escalada regional de primer orden, afectando a rutas energéticas, precios del crudo y estabilidad de aliados clave de EEUU en la zona.
Lo inquietante es la simultaneidad: mientras en Europa se habla de paz en Ucrania, en Oriente Próximo se baraja el riesgo de abrir un nuevo frente caliente. El atentado de Moscú, por tanto, no se puede leer solo en clave ruso-ucraniana; se inserta en un tablero donde cada gesto militar influye en la postura de las grandes potencias en varios frentes a la vez.
Venezuela y el bloqueo naval: la Doctrina Monroe versión 2.0
El tercer eje del análisis de Villarroya mira hacia Latinoamérica. El bloqueo naval a Venezuela, impulsado por Estados Unidos y respaldado por una coalición de aliados, se interpreta como una actualización de la Doctrina Monroe: un recordatorio de que Washington sigue considerándose árbitro último en el hemisferio occidental.
El bloqueo no es simbólico: implica el control de facto sobre miles de kilómetros cuadrados de rutas marítimas, la monitorización de cargamentos de crudo y la presión directa sobre los ingresos de Caracas. En la práctica, es una asfixia económica con medios militares, destinada a debilitar al régimen y forzar concesiones políticas.
La vulnerabilidad venezolana se agrava si no se materializa un apoyo militar sólido y visible de Rusia o China. En ese sentido, el atentado de Moscú también tiene lectura latinoamericana: una Rusia distraída por la guerra y por tensiones internas tiene menos margen y apetito para proyectar poder efectivo en el Caribe.
El resultado, según Villarroya, es una región en la que la soberanía formal de los Estados queda supeditada a equilibrios estratégicos globales, y en la que la línea entre sanción económica y acto de guerra se difumina.
La Doctrina Monroe y las viejas lógicas que nunca se fueron
Hablar de “Doctrina Monroe” en pleno siglo XXI puede sonar anacrónico, pero Villarroya insiste en que el concepto está más vigente que nunca. Los bloqueos, sanciones y presiones navales no son una reliquia de manual, sino herramientas adaptadas a nuevas circunstancias, con protagonistas distintos pero lógica similar.
En su interpretación, EEUU continúa delimitando “zonas de influencia” donde considera que la presencia de rivales estratégicos —Rusia, China, Irán— es inaceptable. El caso venezolano encaja en ese patrón: energía, proximidad geográfica y vínculos con potencias rivales componen una mezcla que Washington acepta gestionar por la vía de la fuerza económica y militar.
“Lo nuevo no es la doctrina, sino la escala global del tablero”, apunta el historiador. A diferencia del siglo XX, estas dinámicas no se limitan al hemisferio occidental: Europa del Este, Oriente Próximo y América Latina aparecen conectados por decisiones cruzadas de las mismas potencias.
El multipolarismo y la fragilidad de las líneas rojas
El atentado contra Sarvarov, la reunión Netanyahu–Trump y el bloqueo naval a Venezuela son, en apariencia, hechos desconectados. La lectura de Villarroya los integra en un marco más amplio: el fin del mundo unipolar y la consolidación de un sistema multipolar tenso, en el que Rusia, China y Estados Unidos se disputan espacios de influencia sin un marco estable de reglas compartidas.
En ese entorno, las “líneas rojas” son cada vez más difusas. Rusia promete no atacar a la OTAN, pero refuerza su amenaza de respuesta inmediata; EEUU empuja un bloqueo en el Caribe mientras alimenta alianzas en Oriente Próximo; Europa intenta sostener un discurso de paz en Ucrania, pero depende en gran medida de decisiones tomadas en Washington y Moscú.
La consecuencia es un mundo en el que un atentado selectivo en Moscú puede alterar la lectura sobre Irán o Venezuela, y en el que la diplomacia llega sistemáticamente por detrás de la escalada militar.
La advertencia final de Villarroya es sobria pero contundente: “No estamos ante crisis aisladas, sino ante los síntomas de un reajuste profundo del orden internacional. El problema es que se está haciendo con bisturí… y con explosivos”.