De Castro advierte: la guerra en Ucrania se alarga por la cerrazón europea

Putin reafirma el respaldo de Rusia al programa nuclear iraní - E P A / R A M I ​​L S I T D I K O V / P O O L

El exalto cargo de la ONU denuncia que Bruselas ha apostado por la escalada y avisa del riesgo de un choque directo entre la OTAN y Rusia

La guerra de Ucrania se adentra en su tercer año y la retórica oficial insiste en “resistencia” y “unidad europea”. Sin embargo, Juan Antonio de Castro, exfuncionario de Naciones Unidas, rompe el guion. En una entrevista sin ambages, sostiene que la Unión Europea se ha convertido en uno de los principales obstáculos para una salida negociada, mientras Rusia consolida posiciones sobre el terreno.
A su juicio, Europa habla de paz pero organiza su política sobre la prolongación del conflicto, atrapada entre intereses cruzados, falta de consenso interno y una élite política “obsesionada con mostrar fuerza” frente a Moscú.
De Castro va más allá: advierte de que, si nada cambia, la ocupación rusa del Donbass se consolidará de forma irreversible y crecerá el riesgo de un enfrentamiento directo entre la OTAN y Rusia.
“La pregunta ya no es quién gana la guerra, sino cuánto tiempo más vamos a destruir nuestra propia seguridad y legitimidad”, resume.
La consecuencia, dice, es clara: la Unión que nació como proyecto de paz se aproxima peligrosamente a convertirse en uno de los factores de bloqueo.

Lejos del lenguaje calculado que suele acompañar a los antiguos funcionarios internacionales, De Castro opta por un tono directo. En la conversación, rechaza por completo la narrativa dominante que presenta a la UE como mediador prudente entre Kiev y Moscú. Según su diagnóstico, Bruselas ha terminado subordinando su política exterior a una mezcla de presión de socios, intereses económicos y miedo a parecer débil.

El exfuncionario recuerda que, desde 2022, Europa ha aprobado sucesivos paquetes de sanciones y ayuda militar valorada en decenas de miles de millones de euros, mientras la vía diplomática se reducía a declaraciones genéricas. “Se ha confundido apoyo a Ucrania con militarización de la respuesta”, denuncia. El resultado: una Unión atrapada en su propio relato, donde cualquier intento de explorar un alto el fuego se interpreta como rendición.

De Castro no niega la responsabilidad de Rusia en el estallido de la guerra, pero insiste en que una cosa es condenar la invasión y otra renunciar de facto a la diplomacia. Y plantea una paradoja incómoda: cuanto más se alarga el conflicto, más difícil será revertir los cambios territoriales y políticos que Moscú busca consolidar. En su visión, Europa ha pasado de ser sujeto activo de paz a reactor automático de escaladas sucesivas.

La UE como “obstáculo central” para una negociación real

Uno de los puntos más controvertidos de su análisis es la idea de que la propia UE actúa como freno a cualquier intento de negociación seria. De Castro sostiene que, mientras Washington y Moscú han tanteado en distintos momentos canales discretos de diálogo, las principales capitales europeas se han encargado de endurecer el discurso público y de cerrar, al menos de cara al exterior, cualquier resquicio a la palabra “compromiso”.

“Resulta paradójico que quien debería velar por la estabilidad continental sea hoy el actor que más teme pronunciar la palabra ‘alto el fuego’”, afirma. A su juicio, una parte de la dirigencia europea ha hecho de la coherencia bélica una prueba de lealtad al proyecto comunitario: cuestionar la escalada se asocia rápidamente con estar “del lado de Rusia”.

Esta dinámica tiene efectos concretos. En los consejos europeos, explica, los países que plantean explorar fórmulas de neutralidad armada, garantías de seguridad compartidas o procesos de paz por fases se encuentran con una barrera política y mediática difícil de superar. El diagnóstico de De Castro es contundente: Europa ha confundido unidad con unanimidad beligerante, y ese reflejo está asfixiando cualquier debate estratégico de fondo.

Retórica de fuerza, sensación de debilidad

Otro eje central de la crítica es la llamada “necesidad de mostrar fuerza” hacia Rusia. Para De Castro, esta insistencia en exhibir dureza no revela fortaleza, sino una profunda inseguridad política en el interior de la UE. Gobiernos con apoyo social menguante se aferran a un discurso firme hacia el exterior para compensar su fragilidad interna.

El problema, advierte, es que esa retórica encaja a la perfección con la narrativa del Kremlin, que presenta el conflicto como una guerra defensiva frente a una OTAN y una Unión Europea supuestamente agresivas. Cada declaración más beligerante, cada anuncio de nuevas armas de largo alcance, refuerza el relato ruso de amenaza existencial. “El mismo fuego europeo que se pretende usar para contener a Moscú acaba alimentando su máquina propagandística”, resume.

De Castro subraya que, en muchos Estados miembros, más del 40% de la población muestra ya signos de fatiga de guerra en encuestas internas: preocupación por el coste económico, miedo a una escalada nuclear, rechazo a un conflicto sin horizonte claro. Sin embargo, el discurso oficial sigue girando en torno a “aguantar el tiempo que haga falta”, una fórmula que, en su opinión, no sustituye a una estrategia real.

El coste de una guerra interminable

En la entrevista, el exfuncionario pone el foco en las consecuencias de una guerra prolongada más allá de las cifras de víctimas y destrucción, que ya se cuentan por centenares de miles de soldados muertos y heridos y más de diez millones de desplazados. El punto clave es el tiempo. Cuanto más se prolongan los combates, más se consolida la ocupación rusa de facto en el Donbass y otras zonas, y mayor es la dificultad para revertirla incluso si se alcanzara un acuerdo.

De Castro insiste en que, a cada estación de invierno, se afianza una nueva normalidad: infraestructuras adaptadas al control ruso, sistemas administrativos paralelos, dependencia económica de Moscú y una generación entera de ucranianos que crece bajo otras autoridades. En paralelo, las economías europeas encadenan crisis energéticas, inflación y aumento del gasto militar, con presupuestos de defensa que ya superan el 2% del PIB en varios países clave.

“Hemos entrado en un escenario en el que perder es caro para todos, pero seguir como hasta ahora puede salir aún más caro”, advierte. La cuestión no es solo moral o jurídica, sino económica y social: Europa asume el coste de una guerra que no sabe cómo cerrar mientras ve cómo se erosionan su competitividad, su cohesión interna y su modelo social.

El riesgo de un choque OTAN–Rusia

Quizá el punto más alarmante de la reflexión de De Castro es el que se refiere al riesgo de un enfrentamiento directo entre la OTAN y Rusia. Hasta ahora, ambas partes han mantenido líneas rojas más o menos claras: ausencia de tropas de la Alianza en el frente, limitaciones en el tipo de armamento entregado, canales discretos de comunicación militar. Pero el exalto cargo teme que la lógica de la escalada vaya empujando lentamente esos límites.

Cada nuevo sistema de armas de mayor alcance, cada ampliación de la ayuda en calidad y cantidad, aumenta las probabilidades de un incidente que Moscú interprete como participación directa de la OTAN. Un misil que cruce una frontera, un ataque mal atribuido, un error de cálculo en un momento de tensión máxima… La experiencia histórica demuestra que las grandes guerras no siempre estallan por decisión fría, sino por cadenas de errores.

“Estamos jugando en la frontera de un conflicto entre potencias nucleares y el debate público sigue atrapado en eslóganes”, alerta. De Castro cuestiona que Europa esté realmente preparada para afrontar un escenario de choque abierto, tanto desde el punto de vista militar como en términos de opinión pública. En su visión, la política de “ir un poco más lejos cada mes” es la receta perfecta para un accidente estratégico.

Crisis de liderazgo y erosión de legitimidad en Europa

Para De Castro, la guerra de Ucrania ha actuado como un acelerador de una crisis de liderazgo que la UE arrastraba desde hace años. La combinación de decisiones impopulares, comunicación errática y falta de debate real ha ido minando la legitimidad del proyecto europeo. La brecha entre las élites que diseñan la política exterior y las sociedades que soportan su coste se agranda.

El exfuncionario señala tres síntomas: protestas crecientes por el coste de la vida, auge de partidos euroescépticos que capitalizan el cansancio de la guerra y una participación decreciente en elecciones europeas en algunos Estados miembros. Ninguno de estos fenómenos puede atribuirse solo a Ucrania, pero el conflicto actúa como catalizador de un malestar más amplio.

“Cuando las decisiones estratégicas más graves se toman sin un debate honesto sobre sus riesgos y alternativas, el resultado es una lenta desafección”, sostiene. La retórica épica sobre la defensa de valores europeos contrasta con la sensación, cada vez más extendida, de que no se ha explicado qué significa exactamente el éxito en esta guerra, ni qué coste están dispuestos a asumir los gobiernos para alcanzarlo.

¿Qué alternativas plantea De Castro?

Más allá de la denuncia, De Castro esboza una serie de alternativas para salir del bloqueo. No propone una rendición ucraniana ni un reconocimiento automático de las posiciones rusas, sino un cambio de enfoque: pasar de la lógica del “todo o nada” a escenarios de negociación por fases, con alto el fuego supervisado, garantías de seguridad mutua y un marco europeo de seguridad revisado.

El exfuncionario insiste en la necesidad de recuperar el papel de Europa como arquitecto de paz, no solo como brazo financiero y militar. Eso implica, en su opinión, explorar contactos discretos con Moscú y Kiev al margen de la escenografía, abrir debates reales en los parlamentos nacionales y admitir que no hay solución sostenible que ignore por completo los intereses de seguridad rusos, por discutibles que sean.

“La pregunta que debemos hacernos es si queremos ser parte de la solución o solo espectadores armados de un conflicto que puede escapársenos de las manos”, concluye. Su diagnóstico es tan simple como incómodo: si Europa no corrige el rumbo, el precio de la guerra será cada vez más alto y su capacidad de influir en el desenlace, cada vez menor.