1.000 ojivas chinas en 2030

China acelera su arsenal nuclear y obliga a EE.UU. a reescribir su estrategia

El Pentágono alerta de hasta 1.000 ojivas chinas en 2030 y del riesgo de un choque directo en el Indo-Pacífico con Taiwán como epicentro

Mapa que muestra la ubicación de los silos nucleares DF-31 en la frontera china con Mongolia, destacando la proximidad a Taiwán y puntos estratégicos en Asia-Pacífico.<br>                        <br>                        <br>                        <br>
China acelera su arsenal nuclear y obliga a EE.UU. a reescribir su estrategia

El tablero nuclear mundial entra en una fase inédita: China está multiplicando su capacidad atómica a un ritmo que inquieta seriamente a Washington. Un borrador del Pentágono al que han tenido acceso diversos medios describe el despliegue de más de 100 misiles balísticos intercontinentales DF-31 en silos próximos a la frontera con Mongolia y proyecta que Pekín podría alcanzar las 1.000 ojivas nucleares en 2030. No se trata solo de una cuestión cuantitativa, sino de un cambio de equilibrio en el corazón del Indo-Pacífico.
La acumulación coincide con la cuenta atrás del tratado Nuevo START y con una tensión creciente en torno a Taiwán, donde el Pentágono sitúa posibles escenarios de conflicto hacia 2027.
Este hecho revela un giro de fondo: ya no se habla únicamente de la tradicional rivalidad nuclear entre Estados Unidos y Rusia, sino de una competencia a tres bandas que desborda los marcos regulatorios heredados de la Guerra Fría.
La consecuencia es clara: la estabilidad estratégica que ha contenido grandes guerras durante décadas entra en territorio desconocido, con más actores, más armas y menos reglas.

Una modernización nuclear sin precedentes en Pekín

La expansión del arsenal chino no es un fenómeno aislado, sino la culminación de dos décadas de modernización militar acelerada. Pekín ha pasado de mantener un arsenal relativamente modesto, pensado para la mera disuasión, a dibujar un perfil de potencia nuclear de primer orden. El borrador del Pentágono describe nuevos campos de silos en zonas del norte del país y la consolidación de una tríada nuclear: misiles terrestres, submarinos lanzamisiles y bombarderos de largo alcance.

Los más de 100 DF-31 desplegados cerca de Mongolia son solo la parte visible. A ellos se sumarían vectores de alcance intermedio capaces de cubrir todo el teatro del Indo-Pacífico, así como sistemas móviles que complican la labor de detección y seguimiento. Esta arquitectura refuerza la capacidad china de responder a un primer ataque, pero también reduce los tiempos de decisión y aumenta el riesgo de errores de cálculo.

Oficialmente, China mantiene la doctrina de “no primer uso”, según la cual solo emplearía armas nucleares en respuesta a un ataque previo. Sin embargo, cuando el volumen y la sofisticación del arsenal crecen de forma tan abrupta, la pregunta es inevitable: ¿estamos ante una simple actualización defensiva o ante una apuesta para jugar en la misma liga estratégica que Estados Unidos y Rusia?

El Nuevo START se agota y el marco de control se desmorona

Mientras China acelera, el sistema de control de armamentos que ordenó la era posterior a la Guerra Fría se resquebraja. El Nuevo START, firmado en 2010 entre Washington y Moscú y prorrogado por última vez hasta 2026, limita a 1.550 ojivas estratégicas desplegadas por cada parte. Es el último gran dique jurídico que queda en pie tras la caída de otros acuerdos, como el Tratado INF.

Lo más grave es que China no forma parte de ninguno de estos dispositivos. La arquitectura fue diseñada para gestionar una rivalidad bipolar; hoy, sin embargo, la realidad es tripolar. Cuando el Nuevo START expire, Estados Unidos y Rusia quedarán sin techo legal vinculante, justo en el momento en que Pekín entra con fuerza en el juego. El riesgo es evidente: una nueva carrera armamentística en la que cada paso de uno justifique el siguiente del otro.

La consecuencia es clara: el mundo se encamina hacia un escenario con más armas, menos transparencia y prácticamente sin mecanismos de verificación compartidos. En ese contexto, la presión para incorporar a China a algún tipo de marco plurilateral crecerá, pero la posición de Pekín ha sido hasta ahora de resistencia frontal a cualquier limitación formal.

Taiwán: el punto más frágil del nuevo equilibrio

Más allá de los números, el gran temor del Pentágono está en cómo podría utilizarse este arsenal en un contexto de crisis sobre Taiwán, el principal punto de fricción entre China y Estados Unidos. El borrador sitúa horizontes de riesgo en torno a 2027, fecha que algunos analistas vinculan a las ambiciones del presidente Xi Jinping de consolidar su legado histórico.

Pekín ha incrementado de forma constante las incursiones aéreas y navales alrededor de la isla, combinando presión militar, coerción económica y campañas de desinformación. El refuerzo nuclear añade una capa más: permite a China elevar el nivel de amenaza estratégica frente a Washington y a sus aliados en caso de un choque abierto por Taiwán. No se trata necesariamente de emplear armas atómicas, sino de que su mera existencia condiciona el cálculo de costes de cualquier intervención.

El contraste con etapas anteriores resulta demoledor. Durante décadas, la cuestión taiwanesa se gestionó en una ambigüedad calculada: Pekín insistía en la reunificación, pero sin plazos concretos; Estados Unidos mantenía la defensa de facto de la isla sin reconocerla como Estado. Hoy, esa ambigüedad se ve erosionada por un entorno militar mucho más denso y peligroso.

El Indo-Pacífico, convertido en epicentro de la disuasión

La carrera nuclear china no se entiende sin el contexto del Indo-Pacífico, convertido ya en el eje central de la estrategia de seguridad estadounidense. Desde el estrecho de Malaca hasta el mar de China Meridional, pasando por las bases de Guam o Japón, se dibuja un mosaico de puntos críticos donde cualquier incidente puede escalar con rapidez.

El despliegue de misiles de largo alcance y sistemas antibuque por parte de Pekín busca dificultar la llegada de refuerzos estadounidenses en caso de crisis. A cambio, Washington refuerza su presencia naval, reactiva acuerdos de defensa y despliega capas adicionales de defensa antimisiles en la región. El resultado es un espacio marítimo y aéreo saturado de sensores, plataformas y ejercicios militares.

Este hecho revela un peligro silencioso: cuanto más densos son los dispositivos de disuasión, mayor es también la posibilidad de accidente o malentendido. Un dron que se aproxima demasiado, un radar que interpreta erróneamente una maniobra, un misil de prueba mal notificado… Bastaría un error en la cadena de mando para desencadenar una escalada difícil de desactivar bajo presión política y mediática.

La respuesta de Washington y la red de alianzas

Ante este panorama, Estados Unidos ha intensificado la reconfiguración de sus alianzas en Asia. A la alianza tradicional con Japón y Corea del Sur se suman formatos más recientes como el AUKUS (con Reino Unido y Australia) o el refuerzo del diálogo estratégico con India. El objetivo es claro: tejer una red de contención que haga más costoso para Pekín cualquier intento de alterar el statu quo por la fuerza.

En paralelo, Washington acelera programas de modernización de su propio arsenal nuclear y revisa su postura de despliegue, con especial atención al Pacífico occidental. Se exploran nuevas bases dispersas, capacidades de misiles de alcance intermedio y sistemas de mando más resilientes a ciberataques. Todo ello tiene un precio: la factura de defensa, que ya supera el 3% del PIB estadounidense, seguirá creciendo en los próximos años.

Sin embargo, el diagnóstico es inequívoco: la disuasión por sí sola no basta. Sin canales diplomáticos robustos ni mecanismos de gestión de crisis, incluso el mejor equilibrio militar puede volverse inestable. Washington intenta mantener abiertos canales con Pekín, pero la desconfianza mutua y la creciente rivalidad tecnológica complican cualquier avance sustantivo.

Europa y la comunidad internacional ante el nuevo tablero

Aunque el foco está en Asia, Europa no puede permitirse mirar hacia otro lado. La erosión del régimen de control de armas afecta de lleno a su seguridad: un eventual colapso del Nuevo START o una nueva carrera de misiles de alcance intermedio tendría impacto directo sobre el continente. Al mismo tiempo, la UE intenta equilibrar su relación económica con China —principal socio comercial para varios Estados miembros— con la necesidad de alinearse con Washington en materia de seguridad.

Las organizaciones internacionales, desde la ONU hasta el OIEA, observan con preocupación un escenario en el que cada gran potencia invoca sus propias amenazas para justificar nuevos programas nucleares o misiles hipersónicos. Los foros multilaterales, debilitados tras años de bloqueo diplomático, no han logrado articular una respuesta eficaz ni incorporar a China a un diálogo amplio sobre control de armamentos.

La consecuencia es clara: la iniciativa se desplaza de los espacios multilaterales a los pactos ad hoc entre bloques. Y en ese cambio, los países medianos y pequeños corren el riesgo de convertirse en meros espectadores de decisiones que afectarán de forma directa a su seguridad a medio plazo.

Escenarios hacia 2030: entre la disuasión y el error de cálculo

De aquí a 2030, el mundo podría enfrentarse a un mapa nuclear radicalmente distinto. Si se cumplen las proyecciones del Pentágono y China se aproxima a las 1.000 ojivas, el equilibrio pasará de un duopolio a una triangularidad inestable. Estados Unidos deberá decidir si adapta su propio arsenal para cubrir dos rivales a la vez; Rusia calibrará hasta qué punto le conviene o no acercarse a Pekín en materia estratégica; y las potencias regionales —Japón, Corea del Sur, Australia— revisarán sus propias líneas rojas.

En el mejor de los casos, la competencia se mantendrá en el terreno de la disuasión controlada, con líneas rojas claras y canales de comunicación permanentes. En el peor, una crisis mal gestionada en Taiwán o en el mar de China Meridional podría escalar más rápido de lo que la diplomacia puede reaccionar.

Lo que está en juego no es solo el número de ojivas o la ubicación de los silos, sino la capacidad del sistema internacional para evitar que la rivalidad estratégica derive en catástrofe. Entre la inercia de la carrera armamentística y la posibilidad de un nuevo marco de control global, la ventana para actuar se reduce cada año.

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