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China y Japón aumentan las tensiones en torno a Taiwán: un delicado juego de poder en Asia-Pacífico

Asia-Pacífico entra en zona de máxima tensión

Mapa ilustrativo de la región Asia-Pacífico mostrando la proximidad de China, Taiwán y Japón con elementos gráficos alusivos a tensiones militares<br>                        <br>                        <br>                        <br>
Región Asia-Pacífico mostrando la proximidad de China, Taiwán y Japón

En pleno auge de las disputas geopolíticas, la tensión en torno a Taiwán ha dejado de ser un “asunto interno” chino para convertirse en el eje de un pulso abierto entre Pekín y Tokio, con Washington como tercer vértice. China incrementa la presión militar sobre la isla, mientras Japón abandona la ambigüedad y avisa de que un ataque contra Taiwán podría ser una amenaza “existencial” para su propia seguridad. El riesgo ya no es sólo regional: está en juego el equilibrio económico y estratégico de toda Asia Oriental.

La raíz del problema es antigua, pero el contexto es nuevo. Taiwán es heredera de la República de China que se refugió en la isla tras la guerra civil, mientras Pekín reivindica desde entonces la “reunificación” bajo la política de “una sola China”. En la práctica, el estrecho ha vivido durante décadas en un frágil status quo: ni independencia formal de Taipéi ni invasión desde la China continental. Pero el ascenso militar y económico de Pekín, sumado a la mayor cercanía política y de seguridad entre Taiwán, Japón y Estados Unidos, ha convertido esa ambigüedad en un terreno cada vez más inestable.

En los últimos años, el Ejército Popular de Liberación ha multiplicado sus maniobras alrededor de la isla, con grandes ejercicios navales y aéreos en 2025 que han simulado bloqueos, ataques de misiles y operaciones de “castigo” en el estrecho de Taiwán. El Ministerio de Defensa taiwanés cifra en más de 3.000 las incursiones de aviones chinos en su zona de identificación aérea sólo en lo que va de año, un salto de más del 30% respecto a 2024. A ello se añade una campaña de presión híbrida —ciberataques, desinformación, guerra psicológica— destinada a erosionar la confianza de la población taiwanesa en sus instituciones.

Japón, mientras tanto, ha dejado atrás su tradicional perfil bajo. Su Estrategia de Seguridad Nacional, actualizada en 2022, establece por primera vez que la paz y la estabilidad en el estrecho de Taiwán son “un elemento indispensable para la seguridad y la prosperidad de la comunidad internacional”, y subraya que cualquier crisis en la isla afectaría directamente a Japón. En 2025, la primera ministra Sanae Takaichi ha ido más allá al afirmar que el uso de la fuerza por parte de China contra Taiwán podría constituir una “situación de amenaza a la supervivencia” para Japón, lo que abriría la puerta a desplegar sus Fuerzas de Autodefensa junto a Estados Unidos.

Pekín ha reaccionado con dureza. Al mismo tiempo que envía buques de guardacostas y milicia marítima a las disputadas islas Senkaku/Diaoyu, ha tildado de “extremadamente peligrosos” los planes japoneses de desplegar misiles en islas a apenas 110 kilómetros de Taiwán. Para China, cualquier “contingencia de Taiwán” en la que intervengan Japón y Estados Unidos es una línea roja. Para Tokio, mirar hacia otro lado dejaría expuestas sus rutas marítimas, su territorio más meridional y, en última instancia, su credibilidad como aliado clave de Washington en la región.

El conflicto, sin embargo, no se juega sólo en términos militares. Taiwán es el corazón de la industria global de semiconductores: TSMC controla ya alrededor del 70% del mercado de fabricación por encargo y concentra los procesos más avanzados utilizados en chips para inteligencia artificial, móviles y centros de datos. Una crisis abierta en el estrecho cortaría de raíz ese suministro, con un impacto inmediato en fábricas de todo el mundo, en las grandes tecnológicas estadounidenses, en la industria automovilística europea y en la estrategia de reindustrialización de Japón, que está atrayendo parte de la producción de TSMC a su territorio.

Por eso, más allá de las declaraciones duras, casi todos los actores repiten el mismo mantra: las diferencias en torno a Taiwán deben resolverse por medios pacíficos. Japón lo recoge negro sobre blanco en su estrategia de seguridad; Estados Unidos mantiene deliberadamente una “ambigüedad estratégica” que combina apoyo militar a Taipéi y contención para evitar un choque directo con China; la Unión Europea, por su parte, insiste en la importancia de la estabilidad del estrecho para unas cadenas de suministro ya tensionadas por guerras y sanciones.

La incógnita es si ese discurso será suficiente freno ante la dinámica de hechos consumados sobre el terreno: más aviones cruzando líneas no oficiales, más buques en aguas disputadas, más misiles en islas intermedias y más declaraciones cruzadas que, poco a poco, normalizan lo que hace unos años se habría considerado una crisis grave. En ese tablero cada vez más cargado, China y Japón miran a Taiwán no sólo como símbolo histórico, sino como pieza central de su seguridad y de su futuro económico. Y el resto del mundo, consciente de lo que está en juego, empieza a entender que en el mapa de Asia-Pacífico no hay ya conflictos “lejanos”: cualquier movimiento en esa franja entre China, Taiwán y Japón puede convertirse en el próximo punto de inflexión de la política internacional del siglo XXI.

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