3i ATLAS

El misterioso 3i ATLAS "emite señal potente a 1.6 GHz" y desata alerta entre científicos

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El objeto interestelar 3iATLAS es una entidad espacial que emitió una señal a 1.6 GHz, destacando en el estudio de ondas electromagnéticas extraterrestres. Descubre su impacto en la investigación astronómica. Según "First Radio Signal from 3I/ATLAS: Absorption by Hydroxyl Radicals (OH Molecules)" Avi Loeb

Según Loeb en Medium, la primera señal de radio asociada a 3I/ATLAS no ha sido un “ping” tecnológico ni un destello alienígena, sino algo mucho más prosaico —y, a la vez, decisivo—: la huella de moléculas de hidroxilo (OH) absorbiendo emisión de fondo en dos líneas clásicas de radioastronomía, 1665 y 1667 MHz. Avi Loeb lo cuenta como quien abre un cuaderno de laboratorio ante el público: MeerKAT, el radiotelescopio sudafricano, registró el 24 de octubre esa absorción con desplazamientos Doppler de unos −15.6 km/s y anchos a media altura del orden de 0.9–1.3 km/s. Puede sonar técnico, pero el mensaje es claro: alrededor de este objeto interestelar hay química típica de cometas; y, por tanto, pistas sólidas de hielo de agua sublimándose bajo el Sol. La pieza que faltaba para encajar el rompecabezas de 3I/ATLAS empieza a aparecer en la banda L.

La historia tiene su intriga. MeerKAT ya lo había intentado el 20 y el 28 de septiembre, sin éxito. El 24 de octubre, apenas tres días después de la conjunción solar (21 de octubre), el ángulo de observación fue el adecuado: el vector velocidad de 3I/ATLAS quedaba casi perpendicular a la línea de visión, y la proyección del movimiento relativo (≈98 km/s multiplicado por el seno de ~9°) encajaba con los ~15–16 km/s observados en el corrimiento Doppler de las líneas OH. El ancho de línea, por su parte, encaja con la “anchura térmica” esperable para OH a una temperatura superficial de ~230 K: a esa temperatura, el gas que se desprende de una superficie helada produce anchos de ~0.8 km/s, casi calcados a lo medido. Es, en esencia, la firma de una coma tenue: moléculas nacidas del fotodesprendimiento del agua (H2O → OH + H) que, al interponerse entre nosotros y una fuente de fondo, dejan un mordisco espectral en 1665/1667 MHz.

Que sea absorción y no emisión no le resta mérito; al contrario, la convierte en una sonda limpia del entorno inmediato del objeto. En la radioastronomía cometaria, el par de OH a 18 cm es un clásico para diagnosticar actividad hídrica. De hecho, hace unas semanas se anunció detección de agua asociada a 3I/ATLAS por otros equipos, reforzando la interpretación “cometaria” del visitante, aunque con metodologías distintas. Que MeerKAT —un instrumento de referencia global integrado en el ecosistema del SKA— haya conseguido estas líneas en condiciones geométricas tan desafiantes subraya el salto cualitativo que la nueva generación de radiotelescopios está aportando a la ciencia de objetos interestelares. 

Loeb, además, pone esta detección en el contexto de un relato que él mismo ha empujado a escena desde septiembre: la curiosa coincidencia angular entre la trayectoria de llegada de 3I/ATLAS y la región en la que, en 1977, apareció el célebre “Wow! signal”. No es una prueba de nada, y él mismo insiste en no precipitar conclusiones; pero sí un motivo razonable para activar campañas de escucha coordinadas, de banda baja a banda L. Las preguntas son legítimas y la verificación empírica, imprescindible. Medios generalistas han recogido ese ángulo de historia con pasión —a veces con demasiada épica—, pero la línea científica avanza por carriles verificables: espectros, efemérides, ángulos, velocidades, física de gases. 

¿Por qué importa tanto un par de líneas de OH? Porque, con 1I/ʻOumuamua y 2I/Borisov, aprendimos que cada “I” trae sorpresas. ʻOumuamua obligó a revisar modelos de aceleración no gravitatoria y composición superficial; Borisov nos regaló el primer cometa inequívocamente interestelar, con polvo y gas a raudales. 3I/ATLAS vive, por ahora, entre ambos mundos: ni tan exótico como para desafiar toda intuición, ni tan evidente como para declararlo “cometa típico” sin más. Las líneas de OH son, de momento, el mejor indicador físico-químico de que el Sol está activando hielos; y su anchura y desplazamiento nos dicen cómo se mueve y a qué temperatura respira su coma. A falta de fotometrías sistemáticas y espectros ópticos de alta resolución que confirmen especies secundarias, la radio es el ancla objetiva más robusta.

El calendario añade tensión: el 16 de marzo de 2026, 3I/ATLAS pasará a ~53 millones de kilómetros de Júpiter. Juno, la sonda que estudia la magnetosfera joviana, planea escuchar en frecuencias bajas (50 Hz–40 MHz) en busca de cualquier firma asociada. No es el rango de las líneas de OH, pero sí un dominio donde fenómenos de plasma o emisiones no térmicas —si las hubiese— podrían dejar rastro. Más allá de cualquier especulación, tener a una nave in situ barriendo radiofrecuencia durante un encuentro favorable es un lujo científico. Si algo emite, lo veremos; si no, esa no-detección será otro dato valioso, que acotará fenómenos y modelos.

Quizá el elemento más valioso del texto de Loeb no sea la propia detección, sino la ecología que la rodea: observatorios que reaccionan rápido tras una sugerencia razonada; un telescopio como MeerKAT operando al límite geométrico cerca del Sol; y una comunidad pública —docentes, creadores, curiosos— que escribe correos sinceros pidiendo más ciencia y menos elipsis conspirativa. Hay cartas desde Italia, Ciudad de México, Ciudad del Cabo, Bristol o Nairobi que regresan a lo esencial: la ciencia como acto de transparencia, paciencia y verificación. En tiempos de burbujas virales, que un investigador compile agradecimientos y dudas junto a números de línea, anchos y velocidades, es casi un manifiesto de método.

También hay una lección de templanza. Que la llegada de 3I/ATLAS coincida —a unos grados— con la región celeste del “Wow!” alimenta titulares, sí, pero no sustituye al experimento. La detección de OH no “desmiente” ni “confirma” nada fuera del marco fisicoquímico de una coma activa: nos dice que hay fotodisociación de agua, que el gas tiene la temperatura esperable, que el campo de velocidades concuerda con la cinemática del objeto, y que la geometría de octubre permitió ver por fin lo que septiembre negó. Es exactamente así como progresa el conocimiento: acumulando piezas pequeñas, cuantificables, repetibles.

Figura 2 Pregunta No. 1 cámara de alta resolución de envoltura capturada por el Atlas

Mientras tanto, la infraestructura crece. MeerKAT —64 antenas de 13.5 m en el Karoo sudafricano— es ya un adelantado del futuro SKA-Mid y opera en bandas que cubren de ~0.35 a >1.6 GHz, justo donde viven las líneas de OH “main”. Su sensibilidad y su capacidad de formación de haz hacen posibles estas detecciones de bajo brillo superficial en condiciones de cielo complicadas. Es razonable esperar nuevos pases si la geometría mejora y la actividad de 3I/ATLAS se mantiene o aumenta. Y, si otras redes (JVLA, e-MERLIN, u otros radiotelescopios con receptores L) se suman, podríamos tener curvas de luz en 18 cm que, combinadas con óptico e infrarrojo, dibujen el primer retrato completo de la evolución de una coma interestelar en radio. 

Si algo subyace en la reivindicación de Loeb es la utilidad de mantener abiertas hipótesis potencialmente impopulares mientras haya datos por recoger. A la vez, su propio post funciona como antídoto contra el sensacionalismo: la “primera señal” no es un faro tecnológico, es la sombra —literalmente— de moléculas de OH. No vende camisetas, pero construye ciencia. Igual que la secuencia de anécdotas personales que comparte: una profesora de secundaria que enseña curiosidad, un sanitario en Florida que vuelve a mirar el cielo, un creador sudafricano que ofrece su tiempo para hacer divulgación, un equipo chino que reclama más conversaciones largas. La materia prima de un programa de investigación serio suele ser esta: personas que preguntan bien y telescopios que escuchan mejor.

¿Qué viene ahora? Continuar las campañas de radio y multiespectrales, aprovechar el pase por Júpiter con Juno como “oreja” privilegiada, y tomar estas líneas de OH como lo que son: el primer ladrillo de una cronología espectral. Si el flujo de OH crece, decae o varía con la heliodistancia y la fase, tendremos otro indicador de actividad; si aparecen otras especies (CN, C2 en óptico; tal vez CO en mm), fijaremos mejor la composición; si no suma nada más, la propia ausencia de líneas nuevas será un resultado. En cualquier escenario, 3I/ATLAS ya ha cruzado un umbral: de sospecha noticiosa a objeto medido en la métrica más honesta que conoce la astronomía, la del espectro. Y eso, para quienes creemos que el rigor también emociona, es suficiente para mantenernos mirando —y escuchando— un poco más.

Atlas del objeto interestelar y la posición relativa del orbitador Tianqing-1 Mars