LOEB advierte, 3I/Atlas: los datos científicos no pueden quedar atrapados por intereses políticos
LOEB alerta sobre la politización de la ciencia y sus riesgos, destacando la necesidad de preservar datos científicos libres de interferencias políticas para garantizar decisiones públicas informadas y confiables.
En su reciente intervención para Negocios TV, el astrofísico Avi Loeb lanzó una advertencia que resuena más allá del ámbito académico: “Los datos científicos no pueden ni deben ser rehenes de la política”. Una frase sencilla pero cargada de significado, que pone el foco en una de las tensiones más peligrosas de nuestro tiempo: la manipulación del conocimiento científico con fines ideológicos o partidistas.
A lo largo de la historia, la ciencia ha demostrado ser una herramienta de progreso y transformación social. Sin embargo, su fuerza se debilita cuando se convierte en un instrumento al servicio de intereses políticos. Loeb lo señala con claridad: cuando las evidencias se subordinan a la conveniencia, se erosiona la confianza pública, se frena la innovación y se distorsiona la verdad.
La politización de la ciencia no es un fenómeno nuevo, pero sus consecuencias son hoy más visibles que nunca. En un mundo hiperconectado, donde las narrativas se amplifican y distorsionan en cuestión de segundos, los datos científicos pueden ser reinterpretados o censurados según el discurso dominante. Esto genera desinformación, confusión y un escepticismo creciente hacia las instituciones.
Los ejemplos abundan. Desde el debate sobre el cambio climático, donde la evidencia empírica se ha visto empañada por intereses económicos y partidistas, hasta la gestión de la pandemia, donde las decisiones sanitarias fueron a menudo moldeadas por cálculos políticos más que por criterios técnicos. En ambos casos, el resultado fue el mismo: pérdida de credibilidad y polarización social.
Cómo blindar la independencia científica
Frente a este panorama, Loeb propone recuperar la esencia de la ciencia: el cuestionamiento constante, la revisión crítica y la transparencia metodológica. Para ello, es imprescindible reforzar la autonomía de las instituciones científicas, garantizando que las decisiones sobre investigación, financiación o publicación no dependan de presiones externas.
La educación también juega un papel central. Formar ciudadanos con pensamiento crítico y comprensión del método científico es la mejor vacuna contra la manipulación informativa. Cuando la sociedad entiende cómo se construye el conocimiento, resulta más difícil que caiga en el engaño o en los extremos del negacionismo.
En paralelo, los medios de comunicación tienen la responsabilidad de actuar como puentes, no como filtros. Informar sobre ciencia exige rigor y neutralidad, especialmente en una era en la que las redes sociales han convertido la opinión en una moneda más valiosa que la evidencia.
La cooperación internacional como antídoto
Finalmente, Loeb destaca la importancia del consenso internacional como herramienta para proteger la ciencia de los vaivenes políticos locales. Los grandes avances —desde la exploración espacial hasta la lucha contra el cambio climático— dependen de una visión compartida, basada en datos verificables y no en agendas nacionales.
Solo mediante la colaboración entre países, universidades y comunidades científicas es posible construir un escudo frente a las presiones de corto plazo. La ciencia, recuerda Loeb, no pertenece a ningún partido ni frontera; pertenece al futuro de la humanidad.
Su mensaje, más que una crítica, es una llamada a la responsabilidad colectiva. Si permitimos que la política secuestre la ciencia, perderemos no solo objetividad, sino la brújula que guía nuestro progreso. Blindar su independencia no es una opción moral: es una necesidad para preservar la verdad y el avance de la civilización.
