Rusia despliega el misil hipersónico Oreshnik, aumentando la tensión en Europa
El misil hipersónico ruso Oreshnik ha sido desplegado en Bielorrusia, lo que representa una amenaza directa para Polonia y Alemania. El presidente Zelenski advierte sobre la necesidad de una respuesta rápida y coordinada de la comunidad internacional para hacer frente a esta nueva realidad bélica.
El Oreshnik en Bielorrusia rompe los equilibrios de seguridad europeos
El despliegue del nuevo misil hipersónico ruso a las puertas de la OTAN obliga a revisar la defensa, la diplomacia y la factura económica de la seguridad en el continente.
La escalada bélica entre Rusia y Ucrania ha dado un salto cualitativo que trasciende el frente del Donbás y agita de nuevo los nervios en toda Europa. El despliegue del misil hipersónico Oreshnik en Bielorrusia, confirmado por Aleksandr Lukashenko, coloca por primera vez un arma nuclear de última generación a muy poca distancia de capitales como Varsovia o Berlín. Desde Kiev, Volodímir Zelenski ha advertido de forma explícita de que este sistema puede alcanzar territorio polaco y alemán en cuestión de minutos, en un contexto en el que Rusia presume de tiempos de impacto de dos a tres minutos sobre Varsovia y Berlín cuando el misil se lanza desde suelo bielorruso. La consecuencia es clara: el tablero estratégico europeo entra en una fase más volátil, con implicaciones directas para los presupuestos de defensa, la política energética y la arquitectura de seguridad de la OTAN.
Qué es realmente el Oreshnik
El Oreshnik es un misil balístico de alcance intermedio de fabricación rusa, diseñado para volar a velocidades de hasta Mach 10 y equipado con una carga de seis ojivas múltiples (MIRV), cada una con submuniciones propias. Puede portar tanto ojivas convencionales como nucleares, lo que le otorga una doble naturaleza: herramienta de ataque táctico de alta precisión y, sobre todo, instrumento de disuasión y presión política.
Rusia utilizó por primera vez el Oreshnik en noviembre de 2024, en un ataque contra instalaciones vinculadas a la industria de misiles en Dnipró, presentado por el Kremlin como una “prueba en condiciones reales de combate”. Tras aquel lanzamiento, la propaganda rusa habló de un arma capaz de eludir los sistemas antimisiles occidentales y de penetrar profundamente estructuras fortificadas. Sin embargo, expertos occidentales han rebajado parte de ese discurso, subrayando que el misil deriva de diseños anteriores y que su “novedad” es limitada, aunque suficiente para complicar seriamente la defensa antimisil europea.
En cualquier caso, el dato clave es otro: se trata de un sistema que rellena el vacío de misiles de alcance intermedio dejado tras la desaparición del tratado INF en 2019, y que vuelve a colocar en el centro del tablero algo que Europa creía enterrado desde la Guerra Fría.
Bielorrusia, plataforma avanzada de Moscú
La elección de Bielorrusia como emplazamiento del Oreshnik no responde solo a la fidelidad política de Lukashenko, sino a una fría lógica militar. Desde territorio bielorruso, el misil cubre un radio de entre 3.000 y 5.500 kilómetros, suficiente para alcanzar no solo Ucrania, sino prácticamente cualquier objetivo estratégico en Europa central y occidental.
Moscú ya había desplegado armas nucleares tácticas en el país desde 2023. El Oreshnik añade una pieza más a esa integración militar, que convierte a Bielorrusia en plataforma adelantada del arsenal ruso y, al mismo tiempo, en objetivo prioritario en cualquier hipotético intercambio militar con la OTAN.
Para Minsk, el movimiento tiene una doble lectura. Por un lado, refuerza la protección bajo el “paraguas nuclear” ruso, tal y como recoge la doctrina actualizada de Moscú, que incluye a Bielorrusia dentro de los supuestos de uso de armas nucleares ante amenazas externas. Por otro, incrementa su dependencia política y económica del Kremlin y multiplica el riesgo de convertirse en campo de batalla de una guerra que no controla.
El desafío para la OTAN y sus escudos
La OTAN se enfrenta ahora a un problema técnico y político. Técnicamente, los sistemas existentes —Patriot, SAMP/T o los escudos Aegis Ashore— fueron diseñados para interceptar misiles balísticos y crucero “clásicos”. El Oreshnik combina alta velocidad, trayectoria balística y capacidades de maniobra en fase terminal, además de múltiples ojivas, lo que satura y complica los algoritmos de interceptación.
Polonia, Alemania y los países bálticos llevan meses pidiendo un refuerzo del paraguas antimisiles y una aceleración de proyectos como el European Sky Shield Initiative, que prevé inversiones de varios miles de millones de euros en nuevos sistemas de defensa aérea de largo alcance. El despliegue del Oreshnik en Bielorrusia aporta un argumento político extra para subir esa factura, en un momento en el que los presupuestos nacionales siguen tensionados por la inflación, el coste energético y el esfuerzo de apoyo militar a Ucrania.
Políticamente, la presencia del Oreshnik abre un debate incómodo: ¿hasta qué punto es viable seguir alojando bases, depósitos de munición y nodos logísticos clave en países situados a menos de 1.000 kilómetros de Bielorrusia, sabiendo que pueden ser alcanzados en minutos? Esa pregunta no afecta solo a la OTAN, sino también a la industria europea de defensa, que ha invertido en clústeres logísticos muy próximos a la frontera oriental.
Impacto económico: más gasto en defensa, menos margen fiscal
La dimensión económica de este movimiento es menos visible, pero crucial. La Comisión Europea y varios gobiernos ya asumen que el esfuerzo en defensa deberá seguir creciendo hasta, como mínimo, el 2% del PIB en la mayoría de socios, con algunos países del Este empujando hacia el 2,5% o incluso el 3%. El Oreshnik se convierte en argumento perfecto para justificar nuevos programas de gasto en misiles de defensa, radares de alerta temprana y capacidad de ataque de largo alcance.
Cada nuevo sistema antimisiles de alta gama puede costar fácilmente entre 1.000 y 2.000 millones de euros por país si se suma adquisición, integración y mantenimiento durante una década. A esto hay que añadir el coste de endurecer infraestructuras críticas —centrales eléctricas, hubs ferroviarios, centros de datos— frente a una amenaza que combina velocidad, precisión y la posibilidad de cargas nucleares.
Todo ello se produce mientras la UE intenta cerrar un paquete de más de 200.000 millones en apoyo financiero y militar a Ucrania, una parte del cual se pretende financiar con los intereses de activos rusos congelados. El resultado es un estrechamiento del margen fiscal europeo: más dinero comprometido en seguridad y menos disponible para política social, transición energética o rebaja de deuda.
Zelenski, entre la advertencia y la presión a los aliados
Zelenski ha aprovechado el anuncio de Lukashenko para reforzar su mensaje a los socios: “Sin una Ucrania independiente, Moscú empujará inevitablemente hacia Europa y vendrá a por Polonia”, advirtió en su reciente visita a Varsovia, donde también pidió sanciones específicas a los fabricantes del Oreshnik.
El presidente ucraniano busca dos objetivos. Primero, mantener el foco sobre la guerra en un momento en que las opiniones públicas europeas muestran signos de fatiga tras casi cuatro años de conflicto. Segundo, convertir el despliegue del Oreshnik en un catalizador para desbloquear decisiones pendientes: uso de activos rusos congelados, nuevos paquetes de ayuda militar y avances en las garantías de seguridad a largo plazo para Kiev.
Ignorar la advertencia es difícil. El misil no solo amenaza a Ucrania; se ha convertido, de facto, en un arma diseñada para condicionar el cálculo de riesgo de las capitales europeas cada vez que se plantea un paso adelante en apoyo militar a Kiev.
¿Arma revolucionaria o chantaje sobredimensionado?
Pese al tono triunfalista del Kremlin, parte de la comunidad de expertos insiste en que el Oreshnik es, en buena medida, una reconfiguración de tecnologías ya existentes. Se trataría, según diversos análisis, de una evolución de misiles rusos previos, con quizá solo un 10% de componentes realmente nuevos. Su precisión también genera dudas: suficiente para un uso nuclear, pero menos adecuada para ataques convencionales de alta exactitud.
Esta lectura más fría sugiere que el misil es tan importante por su valor psicológico y político como por sus capacidades estrictamente militares. Usado contra Ucrania en 2024, fue interpretado por numerosos analistas como un movimiento de “chantaje nuclear” destinado a sembrar el miedo en la opinión pública europea y frenar el apoyo occidental.
Sin embargo, incluso si parte de las prestaciones están sobredimensionadas, el riesgo de error de cálculo es enorme. Un arma con capacidad nuclear, desplegada cerca de fronteras de la OTAN, aumenta el peligro de incidentes, fallos técnicos o interpretaciones erróneas de movimientos militares que puedan desencadenar una escalada no deseada.
Qué puede pasar ahora
El diagnóstico es inequívoco: el despliegue del Oreshnik en Bielorrusia no es un episodio aislado, sino una pieza más de la estrategia rusa de presión escalonada sobre Europa. A corto plazo, es razonable esperar tres movimientos paralelos:
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Refuerzo de la defensa aérea y antimisil en Polonia, Alemania y los bálticos, con nuevos contratos millonarios para la industria armamentística europea y estadounidense.
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Intento de respuesta diplomática coordinada en la UE y la OTAN, probablemente en forma de sanciones dirigidas a la cadena industrial del Oreshnik y nuevas advertencias sobre las “consecuencias” de cualquier uso contra territorio aliado.
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Intensificación de la guerra informativa, con Moscú explotando el miedo al misil para dividir a las sociedades europeas y Kiev tratando de convertir esa amenaza en una razón más para acelerar la ayuda.
El contraste con el periodo posterior a la Guerra Fría resulta demoledor. Entonces, Europa hablaba de “dividendo de paz” y recorte de presupuestos militares; hoy, el continente discute cuántos miles de millones adicionales deberá destinar cada año para protegerse de un arma que, en teoría, puede cubrir su territorio en menos de media hora desde distintos vectores.
En el fondo, el Oreshnik no solo es un misil. Es un recordatorio de que la seguridad europea ya no puede darse por descontada y de que cualquier decisión en Bruselas, Berlín o Varsovia se toma, desde ahora, bajo la sombra alargada de un sistema de armas diseñado tanto para golpear objetivos como para torcer voluntades políticas.