Rusia golpea con una oleada de drones la infraestructura ucraniana en plena escalada

EP PUTIN

Un ataque aéreo masivo de Rusia, con más de 600 drones y misiles contra la infraestructura energética ucraniana en los días previos a Navidad, ha dejado a millones de personas sin luz y obligado a Polonia a movilizar su fuerza aérea ante el riesgo de desbordamiento del conflicto. Al mismo tiempo, Estados Unidos concentra una de sus mayores agrupaciones navales frente a Venezuela y China acelera su modernización nuclear y de misiles hipersónicos, dibujando un escenario de rearme global interconectado.

Según los partes oficiales ucranianos, el último ataque ruso ha implicado el lanzamiento de más de 650 drones y misiles sobre una docena de regiones, con especial foco en la red eléctrica y en instalaciones energéticas clave. La ofensiva ha provocado apagones generalizados en pleno invierno y ha vuelto a colocar al flanco oriental de la OTAN en máxima alerta, con Polonia desplegando cazas y sistemas antiaéreos para proteger su espacio aéreo. Al mismo tiempo, el despliegue de una fuerza naval estadounidense sin precedentes recientes en el Caribe y las señales de rearme nuclear y tecnológico en China refuerzan la idea de un tablero geopolítico marcado por la escalada y la desconfianza mutua.

Ataque masivo contra la red energética ucraniana

El lanzamiento coordinado de centenares de drones kamikaze y misiles de crucero contra subestaciones, centrales térmicas y nodos de distribución ha sido descrito por Kiev como uno de los mayores ataques contra la red eléctrica desde el inicio de la invasión a gran escala.

El objetivo inmediato es doble: degradar la capacidad logística y militar ucraniana y castigar a la población civil en pleno invierno, cuando calefacción y suministro eléctrico son literalmente cuestión de supervivencia. Empresas energéticas han informado de cortes masivos, con más de un millón de hogares afectados en el área de Kiev antes de que se iniciaran los trabajos de restablecimiento.

El presidente Volodímir Zelenski ha denunciado que estos ataques forman parte de una estrategia de «terror energético» destinada a quebrar la moral del país justo en fechas simbólicas como la Navidad.

Alerta máxima en Polonia y el flanco oriental de la OTAN

La dimensión regional del ataque se hizo evidente cuando Polonia anunció la movilización de su fuerza aérea y la activación de sistemas de defensa antiaérea y radares en modo de máxima alerta. Varsovia explicó que la medida era preventiva, pero necesaria para garantizar que ningún dron o misil ruso atravesara su espacio aéreo durante la ofensiva contra Ucrania.

El despliegue polaco se enmarca en una pauta ya recurrente: cada gran oleada de ataques rusos sobre el oeste de Ucrania viene acompañada de scrambles de cazas y refuerzo de la vigilancia por parte de Polonia y otros aliados de la OTAN, como Rumanía. Esta dinámica incrementa el riesgo de incidentes por error o desvío de proyectiles, y alimenta el temor a una posible extensión del conflicto más allá de las fronteras ucranianas.

La guerra psicológica y el desgaste social

El profesor de Historia Contemporánea José Luis Orella subraya que este tipo de campañas aéreas no sólo tienen un componente militar, sino también psicológico. «Cada apagón en invierno es una herida abierta en la psique social», apunta, aludiendo al impacto acumulativo de vivir entre sirenas, refugios y cortes de luz.

El objetivo, según Orella, es erosionar la resiliencia colectiva, obligando a millones de ciudadanos a convivir con la incertidumbre sobre si podrán calentar sus hogares, acudir al trabajo o mantener servicios básicos. En esa lógica, la guerra se libra tanto en los frentes como en la resistencia emocional de la población civil.

El analista internacional Carlos Mamani añade otra capa a la ecuación al señalar el carácter híbrido del enfrentamiento: operaciones convencionales, ciberataques, propaganda y posibles acciones encubiertas de servicios de inteligencia occidentales interactúan sobre el mismo terreno, lo que dificulta trazar líneas claras entre lo militar y lo político.

El doctor en Sociología José Antonio Ejido analiza, con mirada crítica, la profunda desconfianza rusa hacia cualquier armisticio y las dificultades para abrir paso a una paz estable, donde intereses cruzados y heridas abiertas hacen casi imposible la reconciliación.

Estados Unidos, Venezuela y el eco de la guerra en América Latina

Mientras Europa lidia con la escalada en Ucrania, la tensión se extiende a América Latina. Estados Unidos ha concentrado en el Caribe y las aguas cercanas a Venezuela una fuerza naval descrita por diversos analistas como la mayor presencia militar estadounidense en la región en décadas, con miles de efectivos y la participación de portaaviones y buques de escolta.

Washington vincula este despliegue a la lucha contra el narcotráfico y al aumento de la presión sobre el régimen de Nicolás Maduro, en un contexto en el que el presidente Donald Trump ha endurecido el tono y ha lanzado ultimátums verbales que subrayan la fragilidad del equilibrio regional.

Para Ejido, este escenario refleja la dificultad de avanzar hacia un armisticio estable en distintos frentes. La desconfianza de Moscú hacia cualquier propuesta de alto el fuego se combina con la reticencia de Washington a renunciar a la presión militar y económica sobre Caracas, creando una red de conflictos donde las concesiones son percibidas como señales de debilidad.

Inteligencia artificial, hipersónicos y la nueva carrera armamentística

En paralelo a estos focos de tensión, el Pentágono avanza en la integración de inteligencia artificial y armas hipersónicas en sus sistemas de combate. Programas específicos buscan dotar a buques y submarinos de capacidades de ataque extremadamente rápidas y difíciles de interceptar, con misiles capaces de alcanzar objetivos a grandes distancias en cuestión de minutos.

La IA no sólo se aplica a la puntería o navegación de misiles, sino también a la gestión de flotas, la planificación táctica y el análisis masivo de datos de inteligencia. Plataformas diseñadas para uso militar permiten ya a buena parte del personal del Departamento de Defensa trabajar con modelos de IA generativa en tareas de simulación, logística y toma de decisiones estratégicas.

Al mismo tiempo, China acelera su propio salto tecnológico y nuclear: informes recientes apuntan a un incremento sostenido de su arsenal de ojivas y a la ampliación de campos de silos para misiles intercontinentales, junto a una panoplia de misiles hipersónicos capaces de amenazar grupos de portaaviones y bases avanzadas.

Un poliedro de conflictos superpuestos

La ofensiva rusa contra la red energética ucraniana, la movilización aérea de Polonia, el buildup naval de EEUU frente a Venezuela y el rearme nuclear y tecnológico chino componen, en palabras de varios analistas, un auténtico poliedro de conflictos superpuestos. Cada cara —Europa del Este, el Caribe, el Indo-Pacífico— refleja tensiones propias, pero todas están conectadas por un denominador común: la erosión de la confianza y la creciente dependencia de la disuasión militar.

Mientras Moscú utiliza la destrucción de infraestructuras como herramienta de presión, Washington y Pekín se preparan para escenarios de alta intensidad en los que la ventaja podría depender de quién integre antes IA, hipersónicos y capacidades espaciales en su aparato militar. En este contexto, observar cada una de esas caras del poliedro no es un ejercicio académico, sino una condición necesaria para intuir hacia dónde se dirige un sistema internacional cada vez más volátil y fragmentado.