Brigitte Bardot, el último adiós al mito que cambió el cine

La actriz francesa muere a los 91 años tras una larga fragilidad de salud y deja un legado dividido entre la revolución sexual en pantalla y la militancia animalista
brigittebardotpage oficial
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Brigitte Bardot ha muerto a los 91 años en el sur de Francia tras varios meses de complicaciones de salud que la habían mantenido entrando y saliendo del hospital. La actriz que encarnó la revolución sexual europea en los años 50 y 60 se apaga así lejos de los focos, rodeada de los animales a los que dedicó las últimas cinco décadas de su vida.
La intérprete de Y Dios creó a la mujer había tenido que desmentir personalmente su fallecimiento en octubre, cuando los rumores se dispararon en redes sociales. Hoy, la noticia es ya oficial y cierra el círculo de una biografía que va del mito cinematográfico a la figura controvertida y combativa.
Entre 1952 y 1973 rodó 47 películas, grabó más de 60 canciones y llegó a ser, según estimaciones de la época, la mujer más fotografiada del mundo.
Después, a los 40 años, se retiró de golpe para convertirse en activista radical por los derechos de los animales.
Su muerte abre inevitablemente el debate sobre su legado: ¿fue Bardot una simple fantasía masculina o una mujer que se apropió de su imagen para romper moldes?

 

Una diva que desmintió su muerte… hasta que ya no pudo

La última etapa de la vida de Bardot estuvo marcada por la fragilidad física y por un cierto desencuentro con el tiempo presente. En 2023 fue hospitalizada por una insuficiencia respiratoria, y el verano de 2025, con temperaturas récord en el sur de Francia, agravó un estado de salud ya delicado. Desde octubre, sus estancias en el hospital Saint-Jean de Tolón se volvieron frecuentes, en medio de un hermetismo médico que alimentó todo tipo de especulaciones.

En octubre pasado, la actriz tuvo que salir ella misma a desmentir en redes sociales los rumores sobre su supuesto fallecimiento. “Estoy bien y no tengo intención de marcharme”, escribió con ironía. Era una frase fiel a su carácter, pero también una pista de su obstinación por controlar su propio relato, incluso frente a la muerte. Sin embargo, quienes la rodeaban admitían que el cuadro clínico era “preocupante”, con complicaciones derivadas de la edad y de episodios respiratorios previos.

Lo más llamativo de esta despedida es el contraste: una mujer que durante décadas ocupó portadas en medio mundo se va en relativa discreción, sin parte médico oficial y con un círculo cercano decidido a preservar su intimidad. La consecuencia es clara: el ruido se desplaza ahora desde los hospitales a los obituarios, donde se librará la verdadera batalla por el sentido de su figura.

De bailarina burguesa a bomba cinematográfica

Brigitte Anne-Marie Bardot nació el 28 de septiembre de 1934 en París, en el seno de una familia burguesa acomodada. Criada entre institutrices y clases de danza, su primer sueño no fue el cine sino el ballet. Estudió en el Conservatorio y se preparaba para una carrera sobre las tablas hasta que, a principios de los años 50, el mundo de la moda y luego el del séptimo arte detectaron en ella un magnetismo difícil de ignorar.

Debutó en el cine en 1952, con pequeños papeles que apenas insinuaban lo que vendría después. La explosión llegó en 1956 con Y Dios creó a la mujer, dirigida por su entonces marido Roger Vadim. Tenía 22 años y el filme escandalizó a la Francia conservadora mientras fascinaba a medio planeta. La imagen de Bardot descalza, desinhibida, bailando y desafiando a la moral católica y burguesa se convirtió en símbolo de algo que todavía no tenía nombre pero que pronto se asociaría a la liberación femenina y a una nueva forma de sensualidad.

Ese impacto no fue sólo estético. Bardot anticipó debates que tardarían décadas en articularse: la autonomía del deseo femenino, el derecho a una vida sentimental y sexual fuera de la norma, el cuestionamiento de la mujer-objeto hecha para complacer. Lo hizo, paradójicamente, desde un cuerpo filmado muchas veces como objeto de consumo. Ahí reside buena parte de la ambigüedad que hoy vuelve a ponerse sobre la mesa.

La estrella europea que rivalizó con Marilyn

Durante casi veinte años, Bardot dominó las pantallas europeas y se convirtió en la respuesta francesa al fenómeno Marilyn Monroe. Mientras Hollywood fabricaba rubias explosivas a escala industrial, Europa encontraba en ella una figura diferente: menos ingenua, más deslenguada, con un punto de impertinencia que seducía tanto como irritaba.

Trabajó con Jean-Luc Godard en El desprecio (1963), considerado uno de los grandes títulos de la Nouvelle Vague. Allí su cuerpo se fragmenta en planos casi clínicos mientras su personaje despliega una frialdad distante que cuestiona, precisamente, el modo en que el cine la había troceado en pedazos de deseo. Su filmografía suma 47 películas y sus incursiones en la música, con más de 60 canciones, ayudaron a fijar el arquetipo de la “chica libre” de los años 60.

Los números acompañan al mito: en algunos años de la década de 1960 llegó a rodar hasta cuatro películas por temporada, sus fotografías se reproducían millones de veces y su estilo —el flequillo, los ojos cargados de eyeliner, los vestidos ajustados— fue copiado por generaciones de jóvenes europeas. Francia exportó con Bardot no sólo una actriz, sino una imagen de país moderno, hedonista y emancipado que contrastaba con la austeridad de posguerra.

El corte radical: adiós al cine a los 40

En 1973, cuando muchas estrellas tratan de prolongar al máximo su brillo, Bardot hizo algo que pocos esperaban: anunció que se retiraba del cine. Tenía apenas 40 años y estaba en la cima de su popularidad. Las razones oficiales fueron el cansancio y la necesidad de empezar una nueva vida, pero con el tiempo ella misma explicó que no soportaba seguir siendo observada sólo como objeto de deseo.

Ese retiro supuso un corte casi quirúrgico. Bardot abandonó los rodajes, redujo sus apariciones públicas al mínimo y empezó a canalizar su energía hacia una causa que la había obsesionado desde joven: la defensa de los animales. En un contexto en el que el ecologismo era aún marginal y la sensibilidad animalista incipiente, la decisión se interpretó como una excentricidad de diva; con los años, se reveló como un giro pionero.

El contraste con otras grandes estrellas de su generación es notable. Mientras muchas luchaban contra la edad y el cambio de gustos del público, ella optó por salirse del mercado, renunciando a contratos millonarios y a una industria que todavía podía exprimir su imagen. Ese gesto le otorgó una extraña libertad pero también la desplazó de la conversación cultural dominante durante décadas.

La Fundación Bardot y la militancia sin filtros

En 1986 nació la Fundación Brigitte Bardot, financiada en parte con la subasta de objetos personales de la actriz. Desde entonces, la organización ha participado en campañas contra la caza de focas, el sacrificio indiscriminado, las granjas de pieles, los circos con animales o el abandono doméstico. Su casa de La Madrague, en Saint-Tropez, se convirtió en refugio de decenas de animales rescatados, hasta el punto de que la actriz decía vivir “rodeada de mis verdaderos amigos”.

Su activismo no estuvo exento de aristas. Bardot nunca esquivó la polémica y en Francia fue varias veces condenada por incitación al odio debido a declaraciones sobre inmigración y religión en artículos y entrevistas. En 2020 publicó Mon BBcédaire, un libro manuscrito en el que reivindicaba “la libertad de ser una misma, incluso cuando eso molesta”. Para unos, era la enésima muestra de su carácter volcánico; para otros, la confirmación de que su discurso se había alejado de la sensibilidad de las nuevas generaciones.

En mayo de 2025 reapareció en televisión por primera vez en 11 años. Confesó que vivía como “una campesina” en una propiedad rural llamada La Garrigue, alejada de La Madrague y del glamour de la Costa Azul. Habló de soledad, de la muerte de amigos como Alain Delon y de la pérdida de su perro ET, con quien viajaba siempre. Aquella entrevista, vista por más de 3 millones de espectadores en Francia, suena hoy a despedida anticipada.

Matrimonios, conflictos familiares y la cara privada del mito

Brigitte Bardot se casó cuatro veces: con el director Roger Vadim, con el actor Jacques Charrier —padre de su único hijo, Nicolas-Jacques—, con el millonario alemán Gunter Sachs y, desde 1992, con Bernard d'Ormale, su último marido, que la acompañó hasta el final. Sus relaciones sentimentales, difundidas y amplificadas por la prensa de la época, contribuyeron tanto como sus películas a alimentar el mito de la mujer indomable.

Su vínculo con la maternidad fue, en cambio, complejo y doloroso. Bardot no ocultó nunca que el embarazo de su hijo la desestabilizó y llegó a confesar que no había vivido la maternidad como algo pleno. “No fui hecha para ser madre”, admitió en más de una ocasión. Aquellas palabras, que en los años 60 y 70 escandalizaron a una sociedad anclada en la idea de la mujer como madre abnegada, hoy se leen también como un cuestionamiento temprano de las expectativas impuestas sobre las mujeres.

Nicolas-Jacques creció en gran medida apartado de la exposición mediática, y la relación entre ambos fue durante años distante, con momentos de reconciliación parcial. Ese desajuste entre la figura pública deseada por millones y la madre incapaz de responder al guion tradicional forma parte del lado menos luminoso de la biografía de Bardot, pero también explica por qué su vida sigue generando debates más allá de la nostalgia.

Entre el mito y la revisión: qué queda de Bardot

¿Qué queda hoy de Brigitte Bardot, más allá de las fotografías en blanco y negro y de los carteles sesenteros? Por un lado, permanece el icono: la mujer que redefinió la sensualidad en Europa, rivalizó en popularidad con Marilyn y abrió la puerta a una representación más libre del cuerpo femenino en pantalla. Su influencia estética, desde el maquillaje hasta la manera de vestir, atraviesa aún campañas de moda y referencias culturales.

Por otro, pesa la revisión crítica: la actriz que se retiró pronto, la activista animalista pionera, pero también la figura que abrazó causas y discursos polémicos, a veces abiertamente reaccionarios. Su legado es, por tanto, profundamente ambivalente, y eso explica que su muerte no se reduzca a una dosis de melancolía, sino que reavive discusiones sobre feminismo, ecología, libertad de expresión y memoria cultural.

Quizá por eso su despedida moviliza sentimientos encontrados. Bardot fue, a la vez, producto y cuestionamiento de su tiempo: un cuerpo convertido en industria que ella misma intentó recuperar para sus propias batallas. Murió donde quiso pasar sus últimos años, en el sur de Francia, lejos de los reflectores pero cerca de los animales que la acompañaron hasta el final. Entre el mito de celuloide y la mujer real queda un espacio gris que seguirá siendo objeto de libros, documentales y controversias durante mucho tiempo.

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