Nasdaq desbocado y Dow en modo espera: la burbuja IA acecha
Las valoraciones tecnológicas en Wall Street se acercan a niveles de la puntocom mientras un puñado de valores de inteligencia artificial tira del Nasdaq, el Dow avanza con más cautela y el mercado se pregunta si los beneficios llegarán a tiempo.
El debate ya no es si la inteligencia artificial (IA) cambiará la economía, sino si el precio que hoy paga la Bolsa por esa promesa es sostenible. Las valoraciones de las grandes tecnológicas en Estados Unidos se han estirado hasta zonas que muchos comparan ya con la burbuja puntocom, mientras el Nasdaq encadena subidas de doble dígito y el Dow Jones acompaña, pero a otro ritmo y con otra composición sectorial.
La gran diferencia con el año 2000 es evidente: esta vez la IA ya genera ingresos reales, contratos, alquiler de capacidad en centros de datos y consumo masivo de chips. Pero la pregunta incómoda permanece: ¿será suficiente para justificar el precio que el mercado descuenta hoy?
La historia de Cisco en el 2000 —y el cuarto de siglo que tardó en recuperar sus máximos— actúa como recordatorio incómodo de lo que ocurre cuando la Bolsa corre más deprisa que los beneficios.
Mientras tanto, los seguros de impago de algunas grandes tecnológicas empiezan a repuntar y la curva de tipos apunta a un 2025 delicado. El reloj corre y el mercado ha apostado miles de millones a que la IA no solo será revolución tecnológica, sino también revolución contable.
Un mercado al límite entre la fe y los números
El rally de la IA ha llevado a que varias grandes tecnológicas coticen a múltiplos de más de 30 veces beneficios esperados, en algunos casos muy por encima de su media histórica. El Nasdaq, índice claramente sesgado hacia crecimiento y tecnología, se ha convertido en el termómetro de esa euforia: basta con que Nvidia, un par de fabricantes de chips y los grandes proveedores de nube suban un par de puntos para que el índice marque nuevos máximos.
El Dow Jones Industrial Average, tradicional barómetro de la “vieja economía”, avanza bastante más despacio. Su exposición a sectores defensivos, industriales y financieros actúa como freno y, al mismo tiempo, como recordatorio de que no toda la economía va al ritmo del hype de la IA.
La consecuencia es una fractura interna en Wall Street: por un lado, un Nasdaq que parece descontar ya una década perfecta; por otro, un Dow que refleja las dudas sobre consumo, márgenes industriales y costes financieros. Entre ambos, el S&P 500 se sostiene, pero cada vez con el peso más concentrado en un puñado de nombres.
Lecciones de la puntocom que el mercado finge olvidar
La comparación con la burbuja puntocom no es un recurso fácil; responde a patrones que se repiten. Entonces, la narrativa dominante era que la fibra óptica, los routers y las telecomunicaciones iban a transformar para siempre la economía global. No estaban equivocados en el diagnóstico tecnológico; lo que falló fue el plazo.
Cisco tardó cerca de 25 años en volver a sus máximos del año 2000, no porque fracasara como empresa, sino porque el mercado pagó por adelantado décadas de crecimiento. La capitalización se fue muy por delante de los flujos de caja.
Hoy la historia se parece demasiado: miles de millones invertidos en centros de datos, GPU, cableado, refrigeración y nubes soberanas, bajo la promesa de que la IA generativa multiplicará la productividad a niveles no vistos desde la revolución del PC. El riesgo es que, como entonces, las infraestructuras se construyan antes de que los modelos de negocio que deben sostenerlas estén maduros.
La moraleja es conocida, pero poco atendida: la tecnología suele tener razón… pero la Bolsa suele pasarse de optimista en el precio y en el tiempo.
La concentración extrema en el Nasdaq: pocos ganan, muchos miran
Uno de los rasgos más inquietantes del ciclo actual es la concentración brutal de las ganancias. En el Nasdaq, menos de una decena de valores ligados a IA —chips, nube, software de infraestructura— explican una parte abrumadora de la subida anual. Mientras tanto, la mayoría de compañías del índice se mueve de lado o directamente cae.
Esta estructura crea una ilusión de fortaleza: el índice marca máximos, pero el número de valores acompañando el movimiento se reduce. Es un patrón clásico de fin de ciclo: ancho de mercado estrecho, volatilidad soterrada y dependencia de unos pocos nombres.
Si uno de esos gigantes decepciona —por ejemplo, con una guía de resultados más tibia o un incremento imprevisto de capex— el efecto sobre el índice puede ser devastador. Es la otra cara de la concentración: subidas muy rápidas mientras todos miran en la misma dirección y correcciones igualmente violentas cuando el consenso se rompe.
El Dow Jones como espejo de la economía real
El Dow Jones, con su composición más diversificada y menos dependiente de la nube y los chips, ofrece un contraste revelador. Sus movimientos son más contenidos y, sobre todo, reflejan mejor la salud del consumo, la industria y los servicios tradicionales.
Mientras el Nasdaq descuenta un futuro de eficiencia radical gracias a la IA, el Dow pone sobre la mesa realidades menos glamourosas: márgenes presionados por salarios, tipos de interés todavía elevados, costes de energía y un consumidor que no siempre puede seguir el ritmo de las subidas de precios.
Este contraste es clave para entender el momento actual:
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El Nasdaq cuenta la historia de la promesa tecnológica.
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El Dow recuerda que la macro sigue ahí y que las empresas “de siempre” aún llevan buena parte del peso del PIB.
Si la IA no se traduce en ganancias de productividad visibles en los próximos trimestres, será el Dow el que marque la pauta, y no el relato entusiasta de Silicon Valley.
Ingresos sí, beneficios no siempre: la deuda entra en escena
A diferencia de 1999, muchas compañías de IA ya están facturando miles de millones. Los grandes proveedores de nube venden capacidad de cómputo específica para modelos generativos; los fabricantes de chips encadenan trimestres de demanda récord; las consultoras lanzan divisiones completas para “transformación IA”.
El problema es que, en muchos casos, los beneficios netos no siguen el mismo ritmo. El coste de construir y mantener los centros de datos —terrenos, energía, refrigeración, equipamiento— se financia en gran parte con deuda, en un entorno de tipos que, aunque moderándose, sigue lejos del cero.
Aquí entran en juego los credit default swaps (CDS): los seguros contra impago de la deuda corporativa. Cuando los CDS de grupos como Oracle o de otros actores clave del ecosistema IA empiezan a repuntar, el mensaje es claro: el mercado de crédito ya no compra el relato sin condiciones.
Los acreedores, más que los accionistas, suelen ser los primeros en oler el riesgo. Y si perciben que la fiesta de la inversión en IA no viene acompañada de caja suficiente, cerrarán el grifo antes de que la narrativa rompa en el parqué.
Las primeras grietas: señales que recuerdan a otras crisis
Las burbujas no se anuncian con sirena. Suelen dejar pequeñas pistas: aumento del coste de financiación, ampliaciones de capital inesperadas, ventas masivas de insiders, revisiones a la baja en previsiones mientras el precio sigue subiendo por inercia.
En el ciclo actual, algunas señales empiezan a asomar:
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Proyectos de centros de datos sobredimensionados que se retrasan o se trocean.
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Clientes que prueban soluciones de IA, pero tardan más de lo previsto en desplegarlas a escala.
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Competencia feroz entre proveedores por un mismo conjunto de grandes contratos.
Si a esto se le suma un Dow Jones que no acompaña el ritmo del Nasdaq y ciertos sectores defensivos recuperando terreno, el cuadro se parece demasiado a otros finales de ciclo: dinero muy concentrado en la historia de moda mientras el resto del mercado manda mensajes de cautela.
2025: productividad o pinchazo
La gran cuestión para 2025 puede formularse en una frase:
¿logrará la IA mejorar la productividad y los beneficios al ritmo que el Nasdaq ya descuenta?
Si la respuesta es afirmativa, las valoraciones actuales podrán considerarse agresivas pero razonables: los múltiplos se irán normalizando a medida que el beneficio crezca, como acabó ocurriendo con algunos ganadores de la era puntocom.
Si la respuesta es negativa o simplemente más lenta de lo esperado, el ajuste puede ser doloroso:
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Reasignación de capital desde las tecnológicas más infladas hacia sectores infraponderados del Dow.
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Correcciones de doble dígito en valores estrella de IA cuando fallen las primeras guías.
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Mayor exigencia desde el lado del crédito, limitando nuevos proyectos de inversión.
La diferencia con el año 2000 es que hoy el sistema financiero está, en teoría, mejor capitalizado. Pero la psicología de mercado no ha cambiado: cuando se va la fe, se va muy deprisa.
El inversor minorista ante la euforia de la IA
En esta fotografía, el inversor minorista vuelve a ser protagonista. Muchos han entrado en el mercado atraídos por historias de revalorizaciones del 100% o 200% en pocos meses en valores ligados a IA. La tentación de “no quedarse fuera de la revolución” es comprensible, pero el riesgo de entrar tarde en una narrativa ya muy cara es evidente.
La lección que deja la historia —de Cisco a la burbuja de las FAANG, pasando por las puntocom— es clara:
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No confundir tecnología imparable con precio imparable.
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Diversificar más allá del puñado de nombres que dominan el Nasdaq.
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Mirar también al Dow Jones y a la economía real como ancla, no solo como lastre.
Si la IA cumple su promesa, habrá oportunidades de sobra durante años. Si no lo hace, el coste de haber pagado demasiado pronto puede medirse, como ya ocurrió, en décadas de espera.


