Economía 2026: la IA empuja, la inflación acecha y el mundo gira fuera de Wall Street, Dow Jones y Nasdaq
Jay Pelosky avisa de un cambio de ciclo: los recortes fiscales y la inteligencia artificial sostienen el crecimiento, pero los aranceles y un CPI “contaminado” por el shutdown amenazan con desatar una nueva ola inflacionaria mientras emergentes como China y Brasil toman la delantera.
El 2026 se perfila como un año incómodo para quien busque certezas. Sobre el papel, la economía estadounidense sigue apoyada en dos motores potentes: el impulso de la inteligencia artificial y la tracción de los recortes fiscales de la era Trump, todavía presentes en el tejido productivo. Pero, como advierte Jay Pelosky, CEO de TPW Advisory, bajo esa apariencia de solidez se mueven fuerzas menos amables. Entre ellas, una destaca por encima del resto: la inflación descontrolada que podría incubarse a lomos de los aranceles aplicados en los últimos años y de unas estadísticas oficiales distorsionadas por el shutdown federal.
A ello se suma un giro histórico: 2025 es el primer año desde la crisis de 2008 en el que Estados Unidos deja de liderar los mercados globales, abriendo la puerta a un protagonismo creciente de China, Brasil y el bloque emergente.
En este tablero, 2026 se presenta como un ejercicio para abandonar el confort del S&P 500, mirar hacia fuera… y, al mismo tiempo, no perder de vista que los demonios inflacionistas siguen muy vivos.
Un 2026 marcado por la sombra de la inflación
Pelosky resume el dilema con una frase simple: “tenemos crecimiento, pero no sabemos si podemos confiar en los precios”. La economía estadounidense se apoya aún en el impulso de los recortes impositivos implementados hace casi una década, que siguen favoreciendo la inversión y sosteniendo el consumo. A esa base se suma el nuevo vector de productividad que promete la IA generativa, con empresas que ya reportan mejoras de eficiencia de entre un 5% y un 10% en determinados procesos.
Sin embargo, la amenaza no viene por el lado del PIB, sino del nivel general de precios. Tras varios trimestres de desaceleración inflacionaria, el riesgo no es tanto una recesión inmediata como una segunda ola de inflación alimentada por los aranceles que han encarecido cadenas de suministro clave: acero, componentes tecnológicos, bienes intermedios industriales.
Lo más grave es que este repunte podría no ser transitorio. Una inflación instalada en el 3%–4%, por encima del objetivo del 2% de la Reserva Federal, pero sin un desplome del crecimiento, obligaría al banco central a mantener tipos altos durante más tiempo de lo que descuenta el mercado. La consecuencia es clara: coste de capital elevado, presión sobre valoraciones y un entorno de inversión mucho menos complaciente.
Un CPI “benigno” manchado por el shutdown
El último dato del índice de precios al consumidor (CPI) fue recibido por Wall Street como un soplo de aire fresco. Un avance moderado, compatible con la narrativa del “aterrizaje suave”, parecía dar la razón a quienes apuestan por recortes de tipos en 2026. Sin embargo, Pelosky levanta el freno de mano: ese CPI está “contaminado” por el shutdown.
El cierre parcial del Gobierno federal, con oficinas estadísticas operando en modo mínimo, ha afectado a la recogida de datos, retrasado encuestas y obligado a aplicar métodos de estimación de emergencia. El resultado es un índice que parece benigno, pero cuya fiabilidad está en entredicho. Cuando la base de datos está dañada, la señal se vuelve ruido.
Este hecho revela un problema más profundo: la dependencia extrema de los mercados de un dato mensual que puede estar viciado. Operar en base a esa lectura —ajustar carteras, modificar expectativas de tipos, recalcular valoraciones— supone, como advierte Pelosky, “poner todos los huevos en la cesta de una estadística frágil”. En un entorno así, la prudencia manda: más que celebrar un CPI amable, conviene preguntarse si refleja la realidad o solo el efecto óptico de la administración cerrada.
2025, el año en que EEUU dejó de mandar en los mercados
Más allá de la inflación, el dato estructural que marca un antes y un después es otro: 2025 es el primer año desde 2008 en el que Estados Unidos no lidera los mercados globales. La rentabilidad agregada de índices fuera de Wall Street ha superado, aunque sea por un margen estrecho, a la de los grandes selectivos estadounidenses.
Este cambio, que puede parecer anecdótico, tiene una lectura de fondo: el ciclo de sobre-rendimiento absoluto de EEUU frente al resto del mundo, vigente durante casi 15 años, podría estar agotándose. Valoraciones exigentes —con múltiplos que superan en un 30%–40% a la media histórica en algunos sectores— y la concentración extrema en un puñado de valores de mega-capitalización han dejado poco margen para sorpresas positivas.
En paralelo, los beneficios empresariales en muchas regiones emergentes crecen a ritmos del 8%–10% anual, frente al 3%–5% de la media estadounidense. La consecuencia es un diferencial de atractivo que Pelosky considera insoslayable: “por primera vez en mucho tiempo, el riesgo está mejor pagado fuera de casa que en casa”.
China y Brasil: los nuevos polos de atracción
Entre los mercados emergentes, China y Brasil destacan como polos de atracción en el análisis de Pelosky. En el caso chino, la expectativa de un acercamiento diplomático con Estados Unidos abre la puerta a una relajación de tensiones comerciales y tecnológicas que han lastrado las valoraciones durante años. Con un PER promedio notablemente por debajo del de Wall Street y una política monetaria más laxa, cualquier gesto de deshielo puede desencadenar flujos de capital significativos hacia renta variable china.
Brasil, por su parte, combina varios factores difíciles de ignorar: un ciclo de bajadas de tipos ya iniciado, un banco central con credibilidad, un entorno de inflación relativamente controlada y una cartera de oportunidades en energía, petróleo, materias primas agrícolas e infraestructuras. En un mundo que revaloriza la seguridad energética y alimentaria, el país se coloca en la parte alta del radar inversor.
Pelosky ve en ambos casos el ejemplo de un giro de ciclo: las historias de crecimiento sólido y valoración razonable ya no están en el S&P 500, sino en geografías que durante años han sido tratadas como apéndices de cartera. El inversor que no mire más allá de Estados Unidos corre el riesgo de quedarse fuera de la próxima fase del ciclo alcista global.
Materias primas y aranceles: el cóctel inflacionario que viene
Otro pilar del diagnóstico de TPW Advisory es el papel de las materias primas. Pelosky considera que el ciclo alcista de commodities aún no ha dicho su última palabra. La combinación de inversión insuficiente en extracción, transición energética a medio gas y tensiones geopolíticas mantiene contenida la oferta en sectores clave: energía, metales industriales, minerales críticos para baterías.
Aquí entran en juego los aranceles. Lejos de ser una anécdota de la era Trump, las barreras comerciales se han consolidado como herramienta central de política económica. Aranceles sobre acero, aluminio, productos tecnológicos y bienes intermedios impactan directamente en los costes de producción, que tarde o temprano se trasladan a los precios finales. El riesgo es una inflación “de segunda ronda”, menos visible que el golpe energético de 2022, pero igual de persistente.
En este contexto, las materias primas pueden convertirse en ganadoras relativas: no solo como activos que se benefician de precios altos, sino también como cobertura frente a unos índices de inflación que, en el mejor de los casos, costará llevar de vuelta al 2%. La paradoja es clara: el mismo cóctel que alimenta la inflación genera oportunidades puntuales de rentabilidad en el lado real de la economía.
El fin del ‘front-loading’ y la fragilidad de la demanda
Un elemento menos comentado, pero crucial, es el agotamiento del llamado ‘front-loading’: el adelanto masivo de pedidos y consumo que se produjo tras la pandemia. Durante 2021–2023, empresas y hogares anticiparon compras ante la escasez de bienes, los cuellos de botella y el miedo a nuevas interrupciones de suministro. Ese adelanto sostuvo la demanda y maquilló debilidades estructurales.
Ahora, ese efecto se ha esfumado. Con inventarios más normalizados, tipos de interés altos y ahorro acumulado menguante, la economía estadounidense se enfrenta a un consumidor más selectivo y a empresas menos dispuestas a cargar almacenes. Pelosky advierte de que este cambio deja a Estados Unidos “más desnudo” frente a cualquier nueva perturbación: desde una subida extra de los precios del crudo hasta un shock geopolítico o un nuevo episodio de estrés financiero.
El peligro no es tanto un colapso inmediato como la combinación de crecimiento moderado, inflación resiliente y margen de maniobra fiscal muy limitado tras años de déficit elevados. En ese entorno, cualquier error de política económica puede desencadenar oscilaciones bruscas en mercados que, por ahora, siguen confiando en un guion benigno.
Diversificar sin ingenuidad: la hoja de ruta del inversor
¿Qué hacer ante este cuadro? Pelosky, lejos de abrazar el catastrofismo, propone una estrategia clara: rotar parte del riesgo fuera de Estados Unidos, aumentar la exposición a mercados emergentes de calidad —con China y Brasil como referencias— y no perder de vista el potencial de las materias primas y sectores ligados a ellas.
Al mismo tiempo, insiste en que no se trata de abandonar por completo Wall Street, sino de rebajar su peso hegemónico en carteras que, desde 2008, han vivido cómodamente ancladas al S&P 500 y al Nasdaq. La IA y los efectos de los recortes fiscales seguirán siendo motores relevantes, pero no exentos de vulnerabilidades si la inflación vuelve a sorprender al alza y la Reserva Federal se ve obligada a mantener el freno pisado.
El diagnóstico es inequívoco: 2026 no será un año para héroes solitarios del S&P, sino para gestores capaces de leer un mundo más multipolar en lo económico. La ilusión de un CPI amable y de una América eternamente hegemónica ha quedado atrás. El reto, ahora, es combinar el optimismo razonable con dosis saludables de escepticismo y diversificación.