EEUU

EEUU mueve ficha en África para frenar el ascenso de Eurasia como centro global

Juan Antonio Aguilar durante su intervención en Negocios TV, donde analiza la geopolítica en Nigeria y el ascenso de Eurasia.

Juan Antonio Aguilar, del Instituto Español de Geopolítica, desmonta las razones oficiales tras la intervención estadounidense en Nigeria y destaca la verdadera pugna global por África centrada en recursos y poder estratégico, con Eurasia en el foco.

La reciente intervención estadounidense en Nigeria no es un episodio aislado ni un simple operativo contra el terrorismo islámico. Es, según el analista Juan Antonio Aguilar, un movimiento calculado dentro de una estrategia para frenar el avance de Rusia y China en África, el continente llamado a redefinir el equilibrio global en las próximas décadas.

Bajo la retórica de la lucha contra el yihadismo, Washington refuerza su presencia militar en uno de los pocos bastiones africanos que todavía permanecen alineados con Occidente. Nigeria, con más de 220 millones de habitantes y unas reservas probadas de 37.000 millones de barriles de petróleo, se convierte así en pieza crítica de un tablero donde nada es casual.

La clave, advierte Aguilar, está en entender la llamada “geopolítica del caos”: la creación de escenarios controladamente inestables para impedir que otros actores consoliden su influencia. La cuestión ya no es sólo qué busca Estados Unidos en Nigeria, sino qué precio puede acabar pagando África por convertirse en el campo de batalla de esta nueva guerra fría ampliada.

Nigeria, pieza clave del tablero africano

Nigeria no es un país más en el mapa africano. Es la primera economía del continente por PIB nominal, el mayor productor de petróleo de África subsahariana y la nación más poblada al sur del Sáhara. Con una población que podría superar los 300 millones de habitantes antes de 2050, el país concentra un potencial económico, demográfico y militar difícil de igualar en la región.

Este hecho revela por qué cualquier cambio de alineamiento en Abuja tiene efectos en cascada sobre todo el Golfo de Guinea y el África occidental. Si Nigeria se mantiene en la órbita occidental, Washington y Bruselas retendrán un punto de apoyo esencial tras haber perdido peso en países del Sahel como Mali, Burkina Faso o Níger, donde Rusia ha ganado presencia a través de acuerdos militares y compañías de seguridad.

Lo más grave, desde la óptica de las potencias tradicionales, es que una Nigeria escorada hacia Moscú o Pekín no sólo alteraría el equilibrio regional, sino que aceleraría la creación de una masa crítica africana alineada con el eje eurasiático. Por eso, cada movimiento diplomático, cada ejercicio militar conjunto y cada acuerdo energético adquiere una dimensión que trasciende con mucho las fronteras nigerianas.

Del yihadismo a la excusa estratégica

Aguilar desmonta uno de los relatos más extendidos: que la intervención responde ante todo a la amenaza yihadista. “El yihadismo lleva años operando en Nigeria y en toda la franja del Sahel sin que Occidente haya mostrado una preocupación proporcional”, recuerda. Grupos como Boko Haram o las ramas locales del Estado Islámico llevan más de una década sembrando violencia en el norte del país.

Sin embargo, sólo ahora, cuando el mapa de alianzas africanas se desplaza y el espacio de influencia occidental se estrecha, la amenaza terrorista se utiliza como justificación para un refuerzo militar en un socio clave. La consecuencia es clara: la narrativa antiterrorista funciona como paraguas político y mediático para legitimar la presencia sobre el terreno de asesores, drones, fuerzas especiales y activos de inteligencia.

Este patrón no es nuevo. Se observó en Afganistán, en Irak y, en otra escala, en el propio Sahel. La diferencia es que, en el caso nigeriano, la dimensión energética y el riesgo de un giro estratégico hacia Rusia o China hacen que la urgencia occidental sea muy superior. Lo que se presenta como una campaña contra el extremismo islámico es, en buena medida, una operación preventiva para contener a competidores geopolíticos.

El oro negro del Golfo de Guinea

El petróleo sigue siendo el gran imán. Nigeria dispone de algunas de las mayores reservas del continente y ha llegado a producir más de 2 millones de barriles diarios en sus mejores momentos. Aunque la producción ha sufrido altibajos por sabotajes, robos y problemas de gobernanza, el país continúa siendo un proveedor crítico tanto para Europa como para Estados Unidos y Asia.

La ubicación de sus campos petrolíferos en el Golfo de Guinea añade una capa extra de relevancia. Se trata de una zona estratégica para las rutas marítimas, por donde transitan buques cisterna, materias primas y comercio internacional por valor de cientos de miles de millones de dólares al año. Controlar, o al menos influir decisivamente, en este corredor significa asegurar capacidad de presión sobre cadenas de suministro globales.

La competencia por ese “oro negro” no se limita al crudo. Gas natural, minerales críticos y proyectos de infraestructuras asociadas —oleoductos, refinerías, terminales portuarias— forman parte del paquete. En este contexto, la intervención estadounidense puede leerse también como una señal a otros actores: Nigeria no es un espacio disponible para cualquiera, sino un activo que Washington considera demasiado estratégico como para dejarlo caer en manos rivales.

La “geopolítica del caos” como doctrina

Aguilar encuadra lo que sucede en Nigeria en una estrategia más amplia que denomina “geopolítica del caos”. “No se trata sólo de ganar control directo, sino de impedir que otros lo consoliden”, explica. La lógica es sencilla y brutal: si un territorio no puede quedar firmemente bajo influencia occidental, al menos se busca que tampoco pueda ser aprovechado plenamente por potencias rivales.

Esta dinámica se traduce en escenarios de inestabilidad crónica, donde conflictos de baja intensidad, golpes de Estado, tensiones internas y fracturas identitarias dificultan la entrada ordenada de inversiones rusas o chinas. No siempre se trata de provocar el caos desde cero, sino de amplificar y gestionar tensiones preexistentes para hacer el terreno menos fértil a proyectos alternativos.

El diagnóstico es inequívoco: la estabilidad africana deja de ser un fin en sí mismo y se convierte en variable instrumental. Si un país como Nigeria se mantiene relativamente controlado —aunque conflictivo— dentro del perímetro occidental, el objetivo se considera cumplido. El coste humano, institucional y económico para la población local queda relegado a un segundo plano.

Rusia, China y la pugna por el nuevo eje africano

África se ha convertido en uno de los frentes principales de la expansión de Rusia y China. Pekín lleva más de dos décadas desplegando una estrategia de “diplomacia de las infraestructuras”, con carreteras, puertos, presas y líneas ferroviarias financiadas a cambio de acceso preferente a recursos y mercados. Moscú, por su parte, ha aprovechado el vacío de seguridad en países inestables para ofrecer apoyo militar, formación y armamento.

En países del Sahel, esta apuesta se ha traducido en desplazamiento directo de Francia y otros aliados europeos, un precedente que en Washington se observa con preocupación creciente. Nigeria aparece aquí como la pieza que no puede cambiar de bando: su tamaño, su economía y su influencia regional serían un trofeo demasiado suculento para el eje eurasiático.

La consecuencia es una escalada silenciosa: visitas de alto nivel, acuerdos de defensa, compromisos de inversión y operaciones de inteligencia compiten por definir el futuro alineamiento de Abuja. Lo que de cara a la opinión pública se presenta como lucha contra el yihadismo es, en la trastienda, una pugna sin cuartel por asegurarse el principal ancla africana de cada bloque.

África, centro del tablero del siglo XXI

Pensar que África es un escenario periférico es, a estas alturas, una ingenuidad peligrosa. El continente podría concentrar casi el 25% de la población mundial en 2050, con una media de edad que en muchos países no supera los 20 años. Su crecimiento demográfico, su urbanización acelerada y su riqueza en materias primas lo convierten en la reserva estratégica del siglo XXI.

Este hecho revela por qué, detrás de cada conflicto, golpe o misión internacional, se esconde una disputa de largo plazo por influencia política, acceso a recursos y control de corredores logísticos. Desde la presencia de bases militares extranjeras hasta las guerras por minerales estratégicos, pasando por la batalla por las telecomunicaciones y los datos, África se ha convertido en un laboratorio de la nueva competencia sistémica global.

En este contexto, Nigeria representa un microcosmos de las tensiones que atravesarán el continente: fracturas internas, potencial económico inmenso, presiones externas de múltiples bloques y una población joven que busca oportunidades. Convertir ese potencial en desarrollo real o en conflicto prolongado dependerá, en gran medida, de si la lógica de la geopolítica del caos se impone sobre la de la cooperación.

Los riesgos de incendiar el tablero africano

La intervención estadounidense en Nigeria y la respuesta de otros actores no son un juego abstracto. Alimentar tensiones en un país con fuertes divisiones étnicas, religiosas y regionales implica asumir riesgos de desestabilización que pueden extenderse por toda África occidental. El precedente del Sahel, donde la combinación de crisis políticas y presencia externa ha derivado en mayor fragmentación, está demasiado cercano como para ignorarlo.

Lo más grave es que la instrumentalización del yihadismo como excusa estratégica puede terminar reforzando precisamente a los grupos que se pretende combatir. Cada operación mal calibrada, cada daño colateral, cada percepción de injerencia externa, alimenta narrativas antioccidentales que otros actores —estatales o no— pueden explotar con facilidad.

La consecuencia es clara: si Nigeria entra en una espiral de conflicto prolongado, el coste no se medirá sólo en barriles de petróleo o en cuotas de influencia, sino en millones de vidas atrapadas entre intereses cruzados. La geopolítica del caos puede servir para contener a rivales a corto plazo, pero multiplica las posibilidades de incendios difíciles de apagar a medio y largo plazo.

Qué puede pasar ahora en Nigeria y más allá

El escenario que se abre tras la intervención es incierto. Un primer desenlace posible es la consolidación de un mayor anclaje nigeriano al bloque occidental, con acuerdos reforzados de defensa, inversiones en el sector energético y compromisos de apoyo político a cambio de una presencia militar más visible. Este camino no eliminaría el yihadismo, pero permitiría a Washington garantizar sus intereses básicos.

Un segundo escenario pasa por un aumento del rechazo interno a la injerencia externa, que podría ser aprovechado por actores próximos a Rusia o China para ofrecer alternativas “soberanistas”. Un cambio de orientación brusco en Abuja tendría efectos sísmicos en toda la región, acelerando la recomposición del mapa de alianzas africanas.

La tercera opción, y quizá la más probable, es la prolongación de una ambigüedad calculada: Nigeria jugando a varias bandas, aceptando apoyo occidental mientras explora vías de cooperación con Moscú y Pekín. En ese contexto, la geopolítica del caos seguiría operando como marco de referencia: suficiente tensión para que nadie se haga fuerte del todo, pero no tanta como para provocar un colapso inmediato.

Bajo cualquier hipótesis, una cosa parece segura: África ha dejado de ser el decorado y se ha convertido en el escenario principal. Y Nigeria, con su petróleo, su población y su posición, es ahora una de las casillas más disputadas de ese tablero.