India se alinea con Moscú y Pekín: el movimiento que reordena el tablero global
En una semana marcada por cumbres, desfiles y símbolos de poder en Asia, Alfredo Jalife sostiene que la gran novedad no está en la sintonía entre Xi y Putin, sino en el giro de Nueva Delhi. La foto de Putin, Modi y Xi de la mano no es un gesto vacío, dice, sino la señal de que el triángulo RIC pisa el acelerador de un orden que se “reforma” más que se “transforma”. Y aunque prevé un papel aún relevante de Estados Unidos, advierte: Europa llega tarde y descoordinada a este cambio de ciclo.
Jalife sitúa el foco donde menos ruido había: en la madurez de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) y, dentro de ella, en el giro de India. Nacida en 2001 para combatir el terrorismo, frenar la balcanización y defender la soberanía, la OCS atraviesa una etapa en la que ya no necesita exhibiciones para demostrar peso. Tianjin, con el desfile pendiente y la expectativa sobre armamento hipersónico, y el foro económico de Vladivostok dibujan el guion de fondo: Rusia y China no buscan demoler el sistema, sino reformarlo desde dentro con palancas nuevas —como un banco de desarrollo de la OCS— que se solapan con instrumentos ya conocidos de los BRICS. La clave, insiste, es India. Durante años, Pekín y Moscú han cultivado una complementariedad estratégica previsible; lo inesperado, lo que convierte al RIC en fuerza gravitatoria real, es la incorporación activa de Nueva Delhi. Medido por paridad de poder adquisitivo, el podio que traza Jalife es claro: China primera, Estados Unidos segundo, India tercera y Rusia cuarta. Ese escalón de India cambia inercias geopolíticas y comerciales. “¿Quién perdió a India?”, plantea con intención, señalando que la presión arancelaria y la miopía geoestratégica de Washington han empujado a Nueva Delhi no solo a reafirmar su vínculo histórico de defensa con Moscú, sino a aproximarse también a Pekín.
No es, subraya, el entierro de Estados Unidos. Sigue siendo una superpotencia nuclear, la mayor economía de consumo y un jugador aventajado en espacio e inteligencia artificial. Con Trump al mando, Jalife anticipa más negociación que escalada: conversaciones de control nuclear con Moscú e incluso un encaje práctico con China antes que un choque frontal. Pero el giro sí pilla a Europa a contrapié. La describe atascada, con Alemania, Reino Unido y Francia lidiando con problemas económicos y políticos, un tejido industrial tensionado por la energía más cara tras el fin del gas ruso barato y un debate interno que erosiona su capacidad de maniobra. España e Italia, reconoce, resisten mejor últimamente en lo macro, aunque sin tracción geopolítica suficiente para arrastrar al conjunto.
En el tablero energético, el gasoducto Siberia II —un acuerdo a 30 años de Rusia con tránsito por Mongolia hacia China— simboliza el redireccionamiento de flujos que antes abastecían a Europa. En el tecnológico, Jalife dibuja un “MAD comercial”: China domina materias primas críticas como las tierras raras; Estados Unidos conserva ventajas en semiconductores que Pekín recorta con avances recientes; ninguno puede romper con el otro sin dañarse. Por eso habla de reforma más que de ruptura. El propio lenguaje de Putin abunda en “reformar” el mundo, no “transformarlo”, y la narrativa china introduce conceptos como “soberanía civilizatoria” y una gobernanza global por etapas. La guerra de Ucrania actúa como punto de inflexión —“derrota tremenda” para Kiev en su lectura—, pero el verdadero acelerador es la sintonía pragmática entre Moscú, Pekín y, ahora, Nueva Delhi.
El analista rescata antecedentes que hoy cobran vigencia: la relación indo-rusa desde Nehru y la familia Gandhi; la formulación del triángulo euroasiático por Primakov en 1997, hoy reivindicada por Lavrov. Y coloca el espejo incómodo para Occidente: ¿quién dejó escapar a India de la órbita anglosajona? Sobre ese telón, advierte de un riesgo sistémico que trasciende la geopolítica: la fragilidad de un mastodonte de derivados financieros en Occidente que podría amplificar cualquier choque. La brújula final es menos apocalíptica que pragmática. Nadie entierra a Estados Unidos —“queda EE. UU. para rato”—, pero Asia marca el ritmo. El RIC opera con frialdad estratégica y símbolos medidos; Europa, si no reordena prioridades económicas, energéticas y de seguridad, seguirá mirando el mundo “desde el hoyo”, como dijo Fico, sin salir a tiempo a la superficie.