Tripolaridad en marcha: India, China y Rusia mueven el centro de gravedad sin jubilar a EE. UU.
El analista geopolítico Alfredo Jalife sostiene que no asistimos a un “nuevo orden” rupturista, sino a la consolidación de un mundo tripolar donde China, India y Rusia aceleran su coordinación mientras Washington conserva palancas decisivas —mercado interno, tecnología y disuasión nuclear—. La gran novedad, dice, es India: el “cisne negro” que complica la estrategia arancelaria de la Casa Blanca y reequilibra Asia desde la Organización de Cooperación de Shanghái.
Jalife empieza por rebajar la hipérbole. Ni entierro de Estados Unidos ni alumbramiento de un orden completamente nuevo. Lo que vemos, explica, es la reforma del tablero con piezas que ya estaban en movimiento desde hace más de dos décadas. La Organización de Cooperación de Shanghái —fundada en 2001— ha pasado de ser un foro securitario a una plataforma de coordinación geopolítica y geoeconómica que dialoga y se solapa con los BRICS. La foto de Putin, Modi y Xi no inventa nada: cristaliza una dinámica que venía de lejos y que hoy gana velocidad.
La clave diferencial, para Jalife, es India. Durante años, Washington intentó separar a Nueva Delhi de Moscú y enfriar su roce con Pekín a golpe de sanciones y tarifas. El tiro puede haber salido por la culata. India, tercer PIB mundial en paridad de poder adquisitivo, potencia espacial con una base tecnológica envidiable y socio histórico de Rusia en materia militar, ha encontrado incentivos para aproximarse a China sin renunciar a su autonomía estratégica. Ese gesto convierte al triángulo RIC en un vector de poder con capacidad de condicionar precios de la energía, cadenas de suministro críticas y estándares tecnológicos.
El giro no implica, sin embargo, que Estados Unidos esté acabado. Jalife recuerda tres palancas que mantienen a Washington en el centro del juego: su condición de superpotencia nuclear con una flota submarina de primer nivel; su mercado de consumo, que sigue siendo el gran amortiguador y atractivo de Asia exportadora; y su liderazgo en tecnologías de propósito general como la inteligencia artificial, donde compite de tú a tú con China. De hecho, advierte que la relación sino-estadounidense se ha deslizado hacia una “destrucción mutua asegurada comercial”: Pekín controla minerales y componentes clave para la industria occidental; EE. UU. conserva ventajas en chips avanzados y ecosistemas de software. Chocar frontalmente perjudica a ambos.
Europa es el eslabón más débil del relato. El analista describe a la UE como un actor atrapado entre la dependencia securitaria de la OTAN, la crisis industrial por el encarecimiento energético y la falta de una estrategia propia en tecnología y finanzas. Alemania sufre el coste de haber perdido el gas barato ruso; Francia navega tensiones políticas y fiscales; Reino Unido no logra convertir el Brexit en ventaja estructural. En ese contexto, España e Italia resisten algo mejor por inercia de demanda interna, pero el conjunto carece de proyecto para la nueva competencia entre bloques.
La energía vuelve a ser palanca y termómetro. El proyecto Siberia 2 —gas ruso hacia China a través de Mongolia— ilustra cómo se reorientan los flujos estratégicos a treinta años vista. Cada metro cúbico que no llega a Europa fortalece el acoplamiento euroasiático y resta margen de maniobra a una UE que paga más por su gas y, por tanto, pierde competitividad manufacturera. No es solo geopolítica: es contabilidad empresarial, inversión y empleo.
En el frente financiero, Jalife pone el dedo en la llaga: la montaña de derivados y pasivos latentes en Occidente contrasta con el bajo endeudamiento soberano ruso. No es una línea roja inmediata, pero sí un riesgo sistémico que limita la capacidad de respuesta política en caso de choque. Si a ello se suma el desgaste del conflicto en Ucrania y la imagen internacional de Estados Unidos por la tragedia en Gaza, el resultado es un deterioro del “soft power” occidental que el eje asiático explota con discurso de “soberanías civilizatorias”.
¿Qué margen queda para la distensión? Más de lo que sugiere la retórica. Jalife recupera el “espíritu de Alaska”: la idea de que Washington y Moscú no están condenados a una ruptura total y pueden negociar reducciones de riesgo, incluso incorporar a China a acuerdos de control de armamento. La incógnita es la India: ¿quién “perdió” a India?, pregunta con ironía. Si Nueva Delhi consolida su pivote hacia un entendimiento operativo con Pekín y Moscú —sin dejar de comerciar con Occidente—, la geometría del poder se volverá aún más favorable al RIC.
Estamos ante una tripolaridad funcional. China marca el paso tecnológico e industrial, Rusia estabiliza el vector militar y energético, e India aporta escala demográfica, mercado y software. Estados Unidos sigue siendo imprescindible y no se irá a ninguna parte, pero ha dejado de ser árbitro único. Europa necesita una doctrina: energía competitiva, autonomía tecnológica real y política industrial que no dependa exclusivamente de subvenciones. Sin eso, su asiento en la mesa grande será cada vez más simbólico