La anticola gigante de 3I/ATLAS, supera en tamaño la distancia hasta la Luna
El astrofísico de Harvard Avi Loeb ha descrito en un artículo reciente la detección de una llamativa “anticola” en el objeto interestelar 3I/ATLAS, visible en imágenes tomadas los días 14 y 15 de diciembre desde telescopios en Italia y California. Según sus cálculos, esta estructura se prolonga hasta medio millón de kilómetros en dirección al Sol, por encima de los 384.400 kilómetros que separan de media la Tierra de la Luna, y constituye un fenómeno sin precedentes en la observación de cometas. Para alcanzar esa escala en los 45 días posteriores al perihelio, el material de la anticola tendría que moverse al menos a 130 metros por segundo respecto al núcleo del objeto. La naturaleza de este flujo sigue sin estar clara, y Loeb plantea un abanico que va desde procesos físicos extremos hasta una hipótesis más polémica: la posibilidad de un chorro generado por un “propulsor tecnológico”.
Mientras tanto, 3I/ATLAS continúa su tránsito por el sistema solar interior. El 19 de diciembre de 2025 alcanzará su máxima aproximación a la Tierra, a unos 270 millones de kilómetros de distancia, sin riesgo de impacto, pero convirtiéndose en un laboratorio natural clave para entender cómo se comportan los objetos procedentes de otros sistemas estelares.
Una anticola inédita
Las imágenes presentadas por Loeb muestran una estructura verde-azulada que se extiende en sentido sunward —hacia el Sol—, lo contrario de lo que ocurre en los cometas típicos, donde la cola de polvo y gas es empujada en dirección opuesta por el viento solar y la presión de radiación.
En algunos cometas del sistema solar se han observado anticolas aparentes, resultado de efectos de perspectiva cuando la Tierra cruza el plano orbital del cometa. Sin embargo, en el caso de 3I/ATLAS, Loeb recuerda que la estructura ya era visible meses antes y sigue presente ahora que el objeto se aleja del Sol, lo que descarta un simple truco geométrico y apunta a un chorro físico real de material que brilla hacia el Sol.
Si el material ha tenido unos 45 días para extenderse medio millón de kilómetros desde el perihelio, la velocidad mínima requerida —unos 130 m/s— plantea interrogantes: ¿pueden el gas sublimado y el polvo expulsado de bolsas de hielo explicar por sí solos esa dinámica frente al viento solar, o es necesario invocar procesos físicos más inusuales? La respuesta, por ahora, sigue abierta.
Un visitante interestelar excepcional
3I/ATLAS, designado también C/2025 N1, es solo el tercer objeto interestelar confirmado que atraviesa el sistema solar, tras ‘Oumuamua (2017) y 2I/Borisov (2019). Fue descubierto el 1 de julio de 2025 por los telescopios ATLAS en Chile y se mueve en una trayectoria claramente hiperbólica, lo que implica que no está ligado gravitatoriamente al Sol y acabará regresando al espacio interestelar.
Las estimaciones actuales sitúan el tamaño de su núcleo entre 0,6 y 5,6 kilómetros, con una velocidad del orden de 30 km/s (unos 210.000 km/h). Tras su máximo acercamiento a la Tierra, se aproximará mucho más a Júpiter en marzo de 2026, a unos 53 millones de kilómetros, antes de cruzar la órbita del gigante gaseoso y salir definitivamente del vecindario planetario en la próxima década.
Hipótesis en disputa
En su análisis, Loeb plantea que todavía es necesario estudiar si la anticola puede sostenerse mediante mecanismos puramente naturales: sublimación de hielo, expulsión de polvo en la cara del objeto más expuesta al Sol, interacción específica con el viento solar o efectos complejos de la distribución de partículas.
Pero el astrofísico también sugiere una opción más controvertida: que el chorro tenga un origen “tecnológico”, es decir, que estemos observando el efecto de un sistema de propulsión artificial asociado a una sonda interestelar. No es la primera vez que Loeb abre esta puerta; ya lo hizo con ‘Oumuamua, y algunos colegas han criticado abiertamente su tendencia a elevar hipótesis exóticas a partir de datos aún incompletos.
Otros astrofísicos han defendido explicaciones alternativas dentro del marco convencional de la física de cometas, recordando que las imágenes de 3I/ATLAS siguen siendo difíciles de interpretar y que la prioridad debe ser acumular observaciones, desde telescopios terrestres hasta instrumentos como Hubble o sondas espaciales, antes de atribuir el fenómeno a tecnología no humana.
Los límites de lo que vemos
Más allá del caso concreto de 3I/ATLAS, Loeb utiliza esta anticola como ejemplo de los límites de los actuales sistemas de detección. Los grandes sondeos como Pan-STARRS, ATLAS o el futuro observatorio Rubin solo pueden detectar objetos que reflejen suficiente luz solar, lo que en la práctica supone tamaños superiores a los 100 metros a distancias comparables a 1 unidad astronómica. Eso deja fuera una posible población de cuerpos más pequeños —incluidos hipotéticos artefactos tecnológicos— o de objetos que viajen a velocidades muy superiores a las típicas de asteroides y cometas.
Para evaluar si un objeto es realmente “anómalo”, recuerda Loeb, haría falta disponer de una muestra mucho mayor de visitantes interestelares y conocer bien la distribución de sus propiedades: velocidad, composición, actividad, geometría de colas y anticola. En ese contexto enmarca su propia “Loeb Classification Scale”, una propuesta para ordenar el grado de rareza o interés tecnológico potencial de cada caso.
Ciencia, curiosidad y narrativa pública
El texto de Loeb se cierra con una reflexión más humana. El astrofísico reproduce el mensaje de un joven portugués que le escribe para ofrecerse a colaborar en la búsqueda de objetos tecnológicos interestelares, como parte del Galileo Project que él dirige. La anticola de 3I/ATLAS, más larga que la distancia Tierra-Luna, no solo alimenta debates académicos, sino que se ha convertido en un potente catalizador de imaginario colectivo y vocaciones científicas.
Loeb enlaza este entusiasmo con la famosa pregunta de Enrico Fermi —«¿Dónde está todo el mundo?»— para sugerir que, ante la ausencia de respuestas definitivas, la mejor actitud posible es seguir mirando al cielo con instrumentos más sensibles y mente abierta, pero sin renunciar al rigor. En el caso de 3I/ATLAS, los próximos meses de observaciones dirán si la anticola gigante se suma al catálogo de rarezas explicables de la naturaleza… o si se consolida como uno de los enigmas más persistentes del año en la frontera entre la astronomía y la especulación tecnológica.
