¿Contacto alienigena?

“The Age of Disclosure”: el documental de Amazon que reabre la batalla sobre UAP y secretos de Estado en EE. UU.

El documental The Age of Disclosure ha reavivado el debate en Estados Unidos sobre la existencia de contactos extraterrestres y la posible retención gubernamental de información. Testimonios polémicos, especulaciones sobre desclasificación y reacciones divididas conforman un escenario que desafía tanto a escépticos como a creyentes.

Captura del documental The Age of Disclosure en Amazon Prime Video, donde se discute el posible contacto extraterrestre y la postura del Gobierno estadounidense.<br>                        <br>                        <br>                        <br>
The Age of Disclosure en Amazon Prime Video, donde se discute el posible contacto extraterrestre y la postura del Gobierno estadounidense.

¿Estamos realmente solos? La pregunta vuelve a primera línea, no desde un observatorio astronómico, sino desde el catálogo de Amazon Prime Video. El estreno de The Age of Disclosure, dirigido por Dan Farah, ha devuelto a Estados Unidos al centro del debate sobre los fenómenos aéreos no identificados (UAP) y el supuesto encubrimiento de posibles contactos extraterrestres.

El impacto del documental no reside tanto en pruebas concluyentes —que no aporta— como en su capacidad para activar el imaginario colectivo y reabrir viejas sospechas sobre lo que el Gobierno sabe y no cuenta. Entre testimonios, alusiones a expresidentes y guiños a desclasificaciones futuras, el filme se mueve en una zona gris entre denuncia, especulación y presión política.

Un relato cargado de acusaciones… sin documentos que lo respalden

La tesis central de The Age of Disclosure es clara: el Gobierno estadounidense dispone desde hace décadas de información sensible sobre encuentros con entidades no humanas y fenómenos aéreos imposibles de explicar con tecnología conocida, y ha optado por ocultarla sistemáticamente a la opinión pública.

El problema, subrayan los analistas más prudentes, es que el documental no acompaña estas afirmaciones con evidencia verificable: no hay documentos oficiales desclasificados específicos, ni material técnico contrastable, ni pruebas físicas sometidas a revisión independiente. La columna vertebral del relato son testimonios de personas cercanas a círculos de poder o a antiguos responsables, cuyo grado de credibilidad es difícil de evaluar desde fuera.

Entre los pasajes más llamativos, destaca el testimonio de un supuesto allegado a George H. W. Bush, que asegura que el expresidente habría tenido conocimiento de un contacto en Nuevo México en 1964. También se sugiere que Donald Trump habría intentado abordar públicamente el tema durante su primer mandato, pero que fue disuadido por su entorno.

Para los expertos en desinformación, este tipo de relatos tienen un efecto potente: llenan el vacío que deja la falta de transparencia oficial, pero al mismo tiempo complican la separación entre rumor y hecho comprobable.

Trump, los UAP y la ambivalencia sobre la desclasificación

La figura de Donald Trump actúa como hilo conductor secundario. El documental recuerda que, en 2020, su administración impulsó la publicación de un primer informe oficial sobre UAP, que recogía casos documentados por el Pentágono sin explicación satisfactoria. Sin embargo, el propio Trump se mostró escéptico en varias entrevistas posteriores, restando importancia pública al fenómeno.

Esa ambivalencia alimenta ahora las dudas:

  • ¿Se trató de un gesto político de transparencia limitada para contener la presión?

  • ¿O de un intento real de abrir la puerta a mayores desclasificaciones que nunca llegaron a materializarse?

The Age of Disclosure no resuelve esas preguntas, pero sí contribuye a reforzar la narrativa de que existen luchas internas dentro del Estado sobre hasta dónde se puede o se debe llegar en materia de revelaciones sobre UAP.

Transparencia, conspiración y el fino equilibrio de la opinión pública

El estreno del documental ha generado reacciones encontradas. Por un lado, colectivos que llevan años reclamando transparencia ven en la cinta una herramienta más para presionar a la Casa Blanca y al Congreso: sostienen que, después de reconocerse oficialmente la existencia de UAP y de haberse creado oficinas dedicadas a investigarlos, el siguiente paso lógico es la desclasificación masiva de expedientes.

Por otro lado, expertos en seguridad y académicos más escépticos alertan del riesgo de convertir un tema serio en terreno abonado para la conspiración. Señalan que el peso del filme recae excesivamente en testimonios no corroborados y que la ausencia de datos concretos abre la puerta a interpretaciones delirantes, alejando el foco del trabajo científico riguroso y de los controles parlamentarios reales.

En términos sociales, el documental explota un eje muy sensible:

  • Desconfianza hacia las instituciones,

  • Sensación de que “nos ocultan cosas”,

  • Y un creciente interés por los límites de lo conocido, alimentado por redes sociales y plataformas de vídeo.

La combinación, advierten algunos analistas, es explosiva: puede fortalecer demandas legítimas de transparencia pero también alimentar ecosistemas de desinformación difíciles de reconducir.

¿Un antes y un después o solo más ruido en el debate sobre los UAP?

Desde el punto de vista estrictamente institucional, The Age of Disclosure no aporta elementos nuevos que obliguen a un cambio de postura oficial. No hay filtraciones inéditas ni materiales sometidos a auditoría independiente que puedan forzar la mano del Gobierno. Sin embargo, su valor reside en otra parte: aumenta la presión pública en un momento en que el tema UAP ha dejado de ser tabú en el Congreso y en el Pentágono.

Para algunos observadores, el documental puede actuar como acelerador indirecto de nuevas audiencias, peticiones formales de información y debates parlamentarios. Para otros, corre el riesgo de diluir un asunto serio en el terreno del espectáculo, dificultando que la ciencia y la supervisión democrática avancen sin ruido.

Lo que sí parece claro es que la pregunta de partida —“¿estamos solos?”— ha recuperado impulso, aunque de la mano de una narrativa más emocional que empírica. Y mientras la Casa Blanca sigue sin confirmar ni desmentir posibles desclasificaciones futuras, el espacio entre verdad, secreto y ficción se mantiene tan incómodo como siempre.

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