La NASA enfría el miedo y calienta el debate científico

NASA revela que el cometa interestelar 3I/Atlas es más antiguo que el Sol

La NASA ha puesto fin al ruido y a las teorías más extremas sobre 3I/ATLAS, el tercer visitante interestelar detectado en nuestro sistema solar. La agencia confirma que se trata de un cometa natural, más antiguo que el propio Sol y, sobre todo, sin ningún riesgo de impacto: su máxima aproximación a la Tierra será de unos 270 millones de kilómetros. Mientras tanto, la comunidad científica se prepara para exprimir este “fósil cósmico” y resolver un debate que ya enfrenta a la agencia con voces críticas como la del astrofísico Avi Loeb.

Imagen del cometa 3I/Atlas captada para estudio por observatorios espaciales<br>                        <br>                        <br>                        <br>
NASA revela que el cometa interestelar 3I/Atlas es más antiguo que el Sol

La nueva posición oficial de la NASA es clara: 3I/ATLAS “se ve, se comporta y se mueve como un cometa”, sin rastro de tecnología ni maniobras artificiales. Así lo han subrayado la responsable de ciencia Nicky Fox y el científico Tom Statler en una reciente comparecencia, en la que han mostrado las últimas imágenes tomadas por una auténtica flota de sondas y telescopios repartidos por todo el sistema solar.

Las cifras ayudan a poner el fenómeno en contexto. El objeto, descubierto en julio por el sistema de alerta ATLAS en Chile, sigue una órbita hiperbólica que confirma su origen exterior al sistema solar. Los datos espectrales apuntan a un cuerpo rico en hielo de agua y compuestos orgánicos cuya edad podría rondar los 7.000 millones de años, es decir, varios miles de millones más que nuestro Sol. Lejos de ser una amenaza, su trayectoria lo mantendrá a no menos de 1,8 unidades astronómicas de la Tierra —unos 270 millones de kilómetros—, distancia suficiente para descartar cualquier escenario catastrófico. 

Lo que sí representa 3I/ATLAS es un premio científico mayor de lo esperado. Un cometa que se formó en un sistema estelar más viejo que el nuestro y que ha vagado durante eones por el espacio interestelar es, como reconoce el propio Statler, una ventana directa al pasado profundo de la galaxia, a una época anterior incluso al nacimiento del Sol y de la Tierra. Analizar de qué están hechos sus hielos y sus polvos es, en la práctica, tocar con los dedos el material de otras “fábricas de planetas” mucho más antiguas.

Por eso la NASA ha desplegado una campaña de observación sin precedentes. Misiones tan distintas como el orbitador Mars Reconnaissance Orbiter, el rover Perseverance, las sondas Psyche y Lucy o los observatorios solares SOHO y STEREO han apuntado sus instrumentos hacia el cometa. A ello se suman los grandes iconos observacionales: el Hubble, el James Webb y el telescopio SPHEREx, que aportan información clave sobre tamaño, composición química y comportamiento de los chorros de gas que salen del núcleo.

En paralelo a esta “operación 360º”, el relato no está exento de polémica. El astrofísico de Harvard Avi Loeb lleva meses cuestionando la prudencia de la NASA y jugando con la posibilidad de que 3I/ATLAS pueda esconder algo más que hielo y roca: desde un objeto “anómalamente masivo” hasta la idea, mucho más especulativa, de una posible minisonda tecnológica. Su postura ha alimentado titulares sobre naves alienígenas y maniobras secretas, impulsados también por el silencio temporal de la agencia durante el último cierre del gobierno estadounidense.

La respuesta del establishment científico ha sido contundente. Portavoces de la NASA y otros astrónomos independientes han desmontado las hipótesis más extremas, recordando que todas las mediciones disponibles —trayectoria, emisión de gas, señales de radio asociadas a radicales de hidroxilo— encajan con el comportamiento de un cometa activo y no con el de una nave. Incluso quienes defienden mantener la mente abierta señalan que “lo extraordinario exige pruebas extraordinarias” y que, de momento, los datos juegan a favor de la explicación más simple: un cometa interestelar muy raro, pero natural.

La verdadera batalla, en el fondo, no es entre NASA y Loeb, sino entre la tentación del titular fácil y el tiempo lento de la ciencia. A corto plazo, lo único seguro es que 3I/ATLAS no representa peligro alguno: el 19 de diciembre alcanzará su mayor acercamiento a la Tierra a una distancia similar a la que nos separa del Sol, lo que permitirá a los telescopios exprimir al máximo su luz antes de que desaparezca rumbo al vacío interestelar. 

A medio plazo, el balance se medirá en papers, no en likes. Si las observaciones confirman que sus hielos son realmente anteriores al Sistema Solar, los modelos de formación planetaria tendrán que integrar, con datos en la mano, el material de otros vecindarios estelares. Si, además, se detectan patrones químicos que no vemos en nuestros propios cometas, 3I/ATLAS obligará a reescribir capítulos completos sobre cómo se mezclan agua, orgánicos y minerales en los primeros instantes de una estrella.

Mientras tanto, el mensaje que llega desde el “visitante más viejo que el Sol” tiene dos partes bien diferenciadas. La primera tranquiliza: no habrá impacto, ni invasión, ni fin del mundo. La segunda es mucho más incómoda y fascinante: somos una civilización joven observando, por primera vez con esta precisión, restos congelados de mundos que empezaron a formarse cuando el nuestro ni siquiera existía. Y, frente a eso, no hay conspiración que compita con el vértigo de la realidad.

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