María Corina Machado denuncia una “invasión criminal y silenciosa” de Rusia, Irán y grupos terroristas en Venezuela
La líder opositora afirma desde Oslo que el país está bajo el control operativo de redes extranjeras vinculadas a Rusia, Irán, Hezbollah, Hamas, guerrillas colombianas y organizaciones del narcotráfico, con el aval del régimen de Nicolás Maduro.
En un momento crítico para el futuro de Venezuela, María Corina Machado ha lanzado una acusación que va mucho más allá del relato convencional sobre la injerencia extranjera. Durante su intervención en Oslo, la dirigente opositora aseguró que el país no está solo sometido a la presión de potencias como Estados Unidos, sino que se encuentra «invadido» por una compleja red de actores externos con intereses opacos y actividades ilícitas. Según Machado, el territorio venezolano opera hoy bajo la influencia directa de grupos rusos e iraníes, junto a organizaciones como Hezbollah y Hamas, en coordinación con guerrillas colombianas y estructuras del narcotráfico. Una «invasión criminal y silenciosa» que, a su juicio, está desfigurando la soberanía del Estado y agravando la crisis humanitaria.
Un país bajo la sombra de actores externos
En su discurso, Machado evitó eufemismos. Aseguró que Venezuela funciona de facto bajo el control operativo de redes extranjeras que van mucho más allá de alianzas diplomáticas o acuerdos comerciales.
La opositora denunció que el régimen de Nicolás Maduro concede amparo y libertad de acción a:
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Grupos rusos e iraníes,
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organizaciones catalogadas como terroristas, como Hezbollah y Hamas,
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y estructuras vinculadas a guerrillas colombianas y cárteles del narcotráfico.
En este esquema, Venezuela se habría convertido en un epicentro para operaciones ilícitas transnacionales, con impacto directo en la seguridad regional y en el equilibrio político de América Latina.
Soberanía debilitada y crisis humanitaria acelerada
Machado definió este fenómeno como una «invasión criminal y silenciosa», subrayando que no se trata de tanques ni tropas oficiales cruzando fronteras, sino de una ocupación progresiva de espacios estratégicos del Estado por parte de redes externas.
Las consecuencias, según su análisis, son dobles:
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Por un lado, la soberanía nacional se ve erosionada, ya que decisiones clave quedan condicionadas por intereses ajenos a la ciudadanía venezolana.
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Por otro, la crisis humanitaria se agrava, porque el Estado pierde capacidad real para garantizar servicios básicos, seguridad y protección de derechos frente a estructuras clandestinas y armadas.
En este contexto, la debilidad institucional y la ausencia de contrapesos internos permiten que estas redes operen con impunidad creciente.
Cortar los flujos financieros: la batalla invisible
Ante este panorama, Machado insistió en que la prioridad no puede limitarse a los discursos de condena. Planteó la necesidad de cortar los flujos financieros que sostienen tanto al régimen como a las organizaciones extranjeras incrustadas en el país.
Su tesis es clara: financiar no significa únicamente transferir dinero, sino mantener en pie un andamiaje político, militar y logístico que permite que estas estructuras se perpetúen. Por ello, hizo un llamamiento a la comunidad internacional para:
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fortalecer las sanciones y mecanismos de rastreo financiero dirigidos a estas redes,
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y coordinar acciones que dificulten el acceso a recursos, rutas y protección institucional.
Según Machado, solo asfixiando esa base económica será posible empezar a desmontar el entramado que opera dentro de Venezuela.
Una lucha que trasciende la política interna
En su intervención, la líder opositora subrayó que lo que ocurre en Venezuela no es solo una disputa de poder interno, sino una batalla por los derechos humanos y la democracia con repercusiones en toda América Latina.
A su juicio, permitir que este modelo se consolide equivale a normalizar la erosión de libertades fundamentales y abrir la puerta a que otros países se conviertan en plataformas de intereses externos similares.
En este marco, la pregunta que deja en el aire es tan simple como inquietante:
¿cómo puede un país recuperar su autonomía y su futuro cuando su territorio se convierte en escenario de redes extranjeras armadas, criminales y opacas?
Por ahora, la respuesta sigue pendiente. Lo que sí parece claro es que, con denuncias como la de Oslo, Venezuela vuelve al centro del debate internacional, no solo como crisis política y social, sino como caso extremo de cómo la geopolítica, el crimen organizado y el colapso institucional pueden entrelazarse en un mismo territorio.
