San Petersburgo instala cámaras que clasifican a los ciudadanos por raza
La ciudad rusa ha desplegado miles de cámaras de reconocimiento facial capaces de identificar a las personas según sus características raciales. Una medida que las autoridades defienden como refuerzo a la seguridad, pero que organizaciones internacionales consideran un riesgo grave para los derechos humanos.
San Petersburgo vuelve a situarse en el centro del debate tecnológico y político. Las autoridades locales han puesto en marcha un sistema de videovigilancia basado en inteligencia artificial con un rasgo distintivo y polémico: la clasificación de ciudadanos por raza.
El despliegue de miles de cámaras, presentado oficialmente como una medida para reforzar la seguridad pública, llega en un momento de creciente descontento social en la segunda ciudad más importante de Rusia. El gobierno local argumenta que esta tecnología permitirá mejorar la prevención de delitos y el control en espacios públicos.
Sin embargo, el anuncio ha despertado una oleada de críticas tanto dentro como fuera del país. Organizaciones de derechos humanos advierten que este sistema abre la puerta a una mayor discriminación, vulnera la privacidad de los ciudadanos y facilita posibles abusos de poder por parte de las autoridades. La polémica no se centra únicamente en el reconocimiento facial, ya ampliamente usado en ciudades de todo el mundo, sino en el añadido de criterios raciales como elemento de clasificación.
Este precedente genera una fuerte inquietud internacional, ya que combina el auge del control digital con un enfoque que podría institucionalizar la discriminación. El debate, además, trasciende a Rusia: en otras capitales también se discute hasta qué punto la inteligencia artificial debe participar en la vigilancia de la población y cuáles son los límites entre seguridad y libertades civiles.
La medida adoptada por San Petersburgo reaviva un dilema global: ¿hasta dónde pueden llegar los Estados en nombre de la seguridad pública sin sacrificar derechos fundamentales? A medida que la presión internacional aumenta y la opinión pública se polariza, la ciudad rusa se convierte en un laboratorio de un modelo de vigilancia que podría tener repercusiones mucho más allá de sus fronteras.