Trump y Zelensky se coordinaron con líderes europeos para impulsar la paz en Ucrania

Trump y Zelenski coordinan con Stubb, Macron, Starmer, Merz, Meloni, Nawrocki, Von der Leyen y Rutte una posición común para una “paz justa y duradera”

Trump y Zelensky en la llamada multilateral con líderes europeos para negociar la paz en Ucrania<br>                        <br>                        <br>                        <br>
Trump y Zelensky en la llamada multilateral con líderes europeos para negociar la paz en Ucrania

La guerra de Ucrania ha entrado en una fase en la que cada gesto diplomático pesa tanto como un movimiento de tropas. Tras días de focos en Mar-a-Lago y en el eje Trump–Zelenski–Putin, una videocumbre de alto nivel ha devuelto a Europa a la primera línea del tablero: en una llamada de alrededor de una hora, el presidente estadounidense y el líder ucraniano se reunieron virtualmente con un grupo reducido pero muy influyente de dirigentes europeos.
Según relató el presidente finlandés Alexander Stubb, la conversación fue “buena”, un adjetivo medido que, en jerga diplomática, suele traducirse como avance sin euforia. La prioridad común quedó clara: articular una paz “justa y duradera” que no se limite a congelar el conflicto ni a legitimar la conquista por la fuerza.
Que Estados Unidos y Ucrania busquen ahora cerrar filas con Europa, después de días en los que la UE parecía relegada a la grada, es algo más que un gesto de cortesía. Es, según coinciden varios analistas, un intento de blindar políticamente el futuro acuerdo y repartir el coste —económico, militar y reputacional— del desenlace que salga de la negociación.

Una hora de llamada con medio continente dentro

El relato oficial arranca en Helsinki. El presidente Alexander Stubb fue el primero en desvelar el alcance de la llamada: además de Trump y Zelenski, en la videoconferencia participaron el francés Emmanuel Macron, el británico Keir Starmer, el alemán Friedrich Merz, la italiana Giorgia Meloni, el polaco Karol Nawrocki, la presidenta de la Comisión Ursula von der Leyen y el secretario general de la OTAN Mark Rutte, entre otros.

En conjunto, los presentes representaban la columna vertebral política y militar de la defensa de Ucrania desde 2022: las principales potencias militares europeas, las instituciones comunitarias y el paraguas atlántico. Stubb habló de más de una hora de intercambio y de “pasos concretos” para acercar el final de la guerra.

La mera composición del grupo envía tres mensajes claros:

  • A Moscú, que Estados Unidos y Europa actúan como bloque en la fase decisiva del plan de paz.

  • A Kiev, que el futuro acuerdo no será solo un entendimiento bilateral con Washington, sino un marco respaldado por quienes financian y arman su resistencia.

  • A la opinión pública europea, que la UE no ha renunciado a ser parte del diseño de la salida del conflicto, pese a su momentánea ausencia de los focos de Mar-a-Lago.

Una paz “justa y duradera”: declaración de intenciones sin margen a la ambigüedad

Todos los comunicados posteriores a la llamada repitieron una fórmula casi calcada: “paz justa y duradera”. Puede sonar a cliché, pero en diplomacia es una forma de acotar el terreno de juego. Justa significa, en boca de la mayoría de líderes europeos, que no se legitimarán anexiones desnudas ni se abandonará la idea de la integridad territorial ucraniana como principio. Duradera implica evitar una simple guerra congelada, al estilo de los acuerdos de Minsk, que solo sirva de pausa antes del siguiente ciclo de violencia.

Según fuentes europeas, la conversación se centró en tres ejes:

  • Cómo encajar el plan de 20 puntos que Trump y Zelenski han venido discutiendo con la exigencia europea de mantener la presión sobre Moscú.

  • Qué garantías de seguridad concretas ofrecer a Kiev, más allá de declaraciones políticas: sistemas de defensa aérea, presencia de tropas, compromisos de reacción.

  • De qué manera coordinar la reconstrucción económica, que podría requerir cifras superiores a los 500.000 millones de euros en una década, según estimaciones de varios institutos.

El diagnóstico compartido es que una paz que solo traslade el conflicto de la línea del frente al terreno político no será aceptable ni para Ucrania ni para una Europa que ya ha asumido más de tres años de coste energético, fiscal y social.

Europa intenta recuperar un protagonismo que nunca debió perder

Tras días de protagonismo estadounidense —con la cumbre de Mar-a-Lago y las llamadas directas entre Trump y Putin—, la videoconferencia supone, en palabras de un diplomático europeo, “el regreso de Europa al cuadro grande”. Durante buena parte de 2024 y 2025, la UE ha sido sobre todo el gran financiador de la resistencia ucraniana y el principal afectado por el impacto económico de la guerra: energía cara, inflación, gasto en defensa, refugiados.

Que ahora Trump y Zelenski dediquen una hora a escuchar —y alinear— a París, Berlín, Londres, Roma, Varsovia y Bruselas persigue dos objetivos:

  • Repartir el coste político de cualquier concesión dolorosa que se incluya en el acuerdo.

  • Asegurar que los cheques de reconstrucción contarán con respaldo parlamentario en las capitales europeas.

Europa, por su parte, intenta demostrar que no es solo un cajero automático ni un socio pasivo. La insistencia en mantener sanciones, en condicionar cualquier relajación al comportamiento ruso y en asegurar el camino de Ucrania hacia la adhesión a la UE forma parte de esta estrategia de reposicionamiento.

EP TRUMP Y ZELENSKY
EP TRUMP Y ZELENSKY

Trump, Zelenski y Putin: contra las “soluciones parche”

La llamada con los europeos llegó poco después de que Trump reconociera públicamente haber mantenido una conversación “buena y muy productiva” con Vladímir Putin antes de recibir a Zelenski en Florida. Según el asesor Yuri Ushakov, ambos líderes coinciden en que un alto el fuego temporal bajo el paraguas de un referéndum en las zonas ocupadas solo “alargaría el conflicto”.

Este rechazo compartido a las “soluciones parche” tiene una lectura ambivalente. Por un lado, alinea, al menos retóricamente, a Washington, Moscú y varias capitales europeas en la idea de que la paz debe ser algo más que una pausa táctica. Por otro, abre la puerta a un tipo de acuerdo en el que:

  • Las decisiones difíciles sobre el Donbass y otras regiones se tomen rápido.

  • Se reduzca al mínimo la supervisión internacional de ciertas etapas, algo que preocupa a parte de la UE.

  • El margen de Ucrania para decir “no” quede muy condicionado por la necesidad urgente de poner fin a los ataques sobre su territorio y reconstruir su economía.

En ese tablero, la llamada multilateral sirve también para que los europeos marquen límites a lo que consideran aceptable y recuerden, de paso, que serán ellos quienes convivan con el resultado en su vecindario inmediato.

Lo que se juega Ucrania: seguridad, soberanía y legitimidad interna

Para Kiev, esta fase de diplomacia frenética es un ejercicio de equilibrio extremo. Por un lado, Zelenski sabe que sin garantías de seguridad tangibles —sistemas antimisiles, compromisos bilaterales, posibles misiones internacionales— cualquier cesión territorial sería políticamente tóxica e inaceptable para amplias capas de la población.

Por otro, el país acumula casi cuatro años de guerra, infraestructuras devastadas y una dependencia muy elevada de la ayuda exterior. En ese contexto, una paz respaldada de forma visible por Estados Unidos y las principales capitales europeas podría darle al presidente ucraniano el argumento de que se ha conseguido “lo máximo posible en condiciones extremas”.

Varios analistas recuerdan, además, que Zelenski ha insinuado la posibilidad de someter ciertas partes del eventual acuerdo a referéndum o ratificación parlamentaria, lo que introduce un factor adicional: cualquier texto deberá ser defendible ante una ciudadanía que ha soportado miles de muertos, destrucción masiva y desplazamientos internos.

La llamada con los líderes europeos refuerza, en ese sentido, el mensaje de que Ucrania no negocia sola y que el resultado final contará con un paraguas occidental amplio. Pero también deja claro que la responsabilidad última de aceptar o rechazar las condiciones recaerá sobre Kiev.

Energía, tipos y reconstrucción: la dimensión económica del giro diplomático

Detrás de cada frase sobre paz “justa y duradera” hay una realidad económica que pesa, y mucho, en las capitales. Para Europa, el conflicto ha significado:

  • Picos de precios del gas y la electricidad que han lastrado la competitividad industrial.

  • Un aumento estructural del gasto en defensa, con varios países camino de superar el 2% del PIB.

  • Presión sobre las cuentas públicas, justo cuando los bancos centrales han mantenido tipos altos para combatir la inflación.

Los mercados leen la videollamada como una señal de que, al menos, las principales potencias están alineadas en intentar un cierre ordenado. Si las negociaciones avanzan, podrían relajarse las primas de riesgo geopolítico sobre energía y materias primas, y ganar tracción los planes de reconstrucción ucranianos, que abrirían oportunidades en infraestructura, energía, transporte y digitalización para empresas europeas y estadounidenses.

Si, por el contrario, el proceso se atasca o desemboca en una guerra congelada sin acuerdo claro, la UE corre el riesgo de quedarse en un limbo: seguir pagando el coste de contención de Rusia sin poder capitalizar plenamente la reconstrucción ni la estabilización del vecindario.

Diplomacia de alta intensidad, resultados aún inciertos

Por ahora, lo único tangible es el cambio de tono: tras semanas en las que la UE parecía un actor de segunda fila frente al eje Trump–Putin, la videoconferencia con Zelenski devuelve a Europa al centro de la escena. La combinación de Estados Unidos como garante de seguridad y Europa como principal socio político y financiero podría, si se gestiona bien, inclinar la balanza hacia un acuerdo que cierre esta fase del conflicto.

Pero la historia reciente aconseja prudencia. Llamadas, cumbres y comunicados no han faltado desde 2022; lo que ha escaseado es la concreción. Quedan por resolver las cuestiones más espinosas —territorio, estatus de las zonas ocupadas, condiciones para levantar sanciones— y, sobre todo, la capacidad de hacer que cualquier papel firmado se traduzca en hechos verificables sobre el terreno.

De momento, el mundo toma nota de una imagen distinta: Trump y Zelenski ya no solo hablan entre ellos y con Putin, sino con un coro europeo que ha decidido volver a la mesa. La pregunta es si esa voz añadida bastará para transformar una diplomacia de gestos en un acuerdo real que, esta vez sí, resista el paso del tiempo.

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