Jubilación: el riesgo silencioso que puede arruinarla y cómo actuar a tiempo
El experto de BBVA Asset Management advierte de que una vida 20 años más larga que la de nuestros padres obliga a repensar por completo la forma de ahorrar para el retiro.
La longevidad ya no es una buena noticia sin matices. En España, la esperanza de vida supera ya los 83 años y muchos trabajadores se enfrentarán a jubilaciones de 25 o 30 años con un sistema público tensionado y unos ahorros privados, a menudo, insuficientes. En conversación con Negocios TV, Juan Carlos Hernández, experto de BBVA Asset Management, lanza una alerta incómoda: el gran riesgo del siglo XXI no es no llegar a la jubilación, sino sobrevivir a tu propio dinero.
Durante décadas, el ladrillo actuó como escudo casi único frente a la vejez, pero hoy ese modelo cruje: precios desorbitados, rentabilidades ajustadas y más impuestos cuestionan su papel como salvavidas automático.
La consecuencia es clara: quien quiera una jubilación mínimamente holgada tendrá que combinar vivienda, ahorro financiero y tiempo, mucho tiempo, para que el interés compuesto haga su trabajo. “El gran riesgo ya no es no ahorrar, sino llegar tarde”, resume Hernández. Y el mensaje apunta directamente a una sociedad que todavía vive como si el retiro fuese un problema lejano.
El nuevo riesgo: sobrevivir a tu propio dinero
Hernández pone nombre a un fenómeno que los demógrafos llevan años advirtiendo: riesgo de longevidad. Si un jubilado de hoy puede pasar un tercio de su vida fuera del mercado laboral, confiar solo en la pensión pública y en un piso pagado es, sencillamente, insuficiente. Más aún en un país donde el gasto en pensiones ya roza el 12% del PIB y las reformas apuntan a trabajar más años o cobrar menos.
Lo más grave es que muchos hogares siguen haciendo sus cuentas con esquemas de hace 30 o 40 años, cuando la jubilación media duraba 15 años, no 25. Este hecho revela un desfase peligroso entre la realidad demográfica y la planificación financiera. Cuantos más años vivamos, más tiempo tendrá que soportar la cartera retiradas periódicas, y más letal se vuelve cualquier crisis bursátil, inmobiliaria o de tipo de interés.
“Hay que dejar de pensar en la jubilación como una meta y empezar a verla como una etapa que puede durar tanto como la vida laboral”, insiste el experto. Eso exige cambiar mentalidades y, sobre todo, empezar antes.
Del ladrillo seguro al activo incierto
Durante décadas, el consejo parecía automático: compra una vivienda, y si puedes, dos. El “ladrillo” ofrecía tres promesas simultáneas: techo propio, colchón patrimonial y posible renta de alquiler. En los 90 y los 2000, con revalorizaciones anuales que rondaban el 5%–7%, la estrategia parecía infalible.
Hoy el diagnóstico es muy distinto. Los precios se han disparado muy por encima de los salarios, las rentas de alquiler se comprimen por la regulación y los costes asociados —reformas, impuestos, morosidad— restan atractivo a la ecuación. La vivienda sigue siendo un activo importante, pero ya no es el plan de pensiones encubierto que fue para la generación anterior.
Hernández no entierra el ladrillo, pero lo recoloca en su sitio: un pilar más, no el único. Con una población envejecida y menos jóvenes capaces de comprar, confiar en vender un piso a buen precio dentro de 20 años es una apuesta mucho más arriesgada de lo que muchos creen. La consecuencia es demoledora para quien no haya mirado más allá del metro cuadrado.
Diversificar o fallar: la nueva arquitectura de la jubilación
Frente a ese modelo monolítico, Hernández reivindica la diversificación real como única defensa sensata ante un futuro incierto. Eso implica combinar planes de pensiones, fondos de inversión, ahorro periódico, algo de liquidez y, en su caso, patrimonio inmobiliario, en lugar de depender de una sola fuente de ingresos.
La idea es sencilla, pero poderosa: cuando un activo sufre —por ejemplo, la bolsa en una crisis o la vivienda en una burbuja pinchada— otros pueden amortiguar el golpe. Repartir el riesgo es hoy tan importante como buscar rentabilidad. Además, muchos de estos instrumentos ofrecen ventajas fiscales que, bien aprovechadas, pueden suponer ahorros de varios miles de euros a lo largo de la vida laboral.
“El error típico es confundir seguridad con concentración”, explica Hernández. Tenerlo todo en un activo que conocemos —una vivienda, un depósito— da sensación de control, pero deja el patrimonio expuesto a un único escenario adverso. La diversificación, por el contrario, distribuye las amenazas y aumenta las probabilidades de llegar a la jubilación con una cartera viva.
Renta variable, renta fija y el factor tiempo
La siguiente pieza es el equilibrio entre renta variable y renta fija. Un ahorrador de 30 o 40 años no puede permitirse el lujo de invertir como si se jubilara mañana. Hernández defiende que, en horizontes de 20 o 30 años, la presencia de acciones y deuda corporativa es imprescindible para batir a la inflación y evitar que los ahorros se evaporen lentamente.
No se trata de apostar a ciegas por la bolsa, sino de entender cómo juega el tiempo a favor del inversor: los mercados han atravesado crisis, burbujas y recesiones, pero en plazos largos, las carteras con un porcentaje razonable de renta variable han ofrecido rentabilidades medias superiores al 5% anual. A la vez, la renta fija de calidad y los activos más conservadores aportan estabilidad y permiten reducir riesgo a medida que se acerca la jubilación.
“La clave no es elegir entre bolsa o bonos, sino ajustar la mezcla correcta según la edad y la capacidad de aguantar sustos”, apunta Hernández. La estrategia, por tanto, debe ser dinámica: más agresiva al principio, más defensiva conforme se acorta el horizonte.
El poder del interés compuesto que casi nadie aprovecha
Si hay un concepto que atraviesa toda la reflexión de Hernández es el del interés compuesto. Empezar a ahorrar a los 30 en lugar de a los 45, incluso con cantidades pequeñas —por ejemplo, 100 euros al mes— puede marcar la diferencia entre una jubilación ajustada y una razonablemente desahogada.
Un capital que crece al 4% anual durante 35 años se multiplica por más de cuatro veces, incluso sin grandes aportaciones. Pero esa “magia” solo funciona con un ingrediente que no se compra: el tiempo. Lo más grave, señala el experto, es que una parte importante de la población empieza a preocuparse por la jubilación a menos de 10 años de dejar de trabajar, cuando ya es demasiado tarde para que el efecto compuesto despliegue todo su potencial.
“Nunca es tarde para empezar, pero cuanto antes, mejor”, resume. El ahorro temprano no solo permite acumular más, también enseña disciplina, hábitos de inversión y tolerancia al riesgo, tres factores que marcan la diferencia cuando llegan las inevitables turbulencias de mercado.
España y la asignatura pendiente del ahorro a largo plazo
El análisis de Hernández incluye una autocrítica cultural. España sigue arrastrando una baja tasa de ahorro sistemático respecto a otros países europeos, y una fuerte preferencia por activos tangibles como la vivienda frente a productos financieros de largo plazo. La cultura de “guardar para mañana” compite con salarios ajustados, precariedad y un consumo inmediato que deja poco margen para planificar.
El contraste con países donde los planes de pensiones privados o de empresa superan ya el 100% del PIB resulta demoledor. Aquí, muchos trabajadores confían todavía en que la pensión pública —que hoy roza el 80% del salario medio en algunos casos— se mantendrá intacta dentro de 20 o 30 años. La realidad demográfica y fiscal apunta en sentido contrario.
Para Hernández, la solución no pasa solo por nuevos productos, sino por educación financiera básica desde edades tempranas. Comprender qué es el riesgo, cómo funciona un fondo, por qué diversificar, debería ser tan habitual como saber calcular un interés simple. Sin ese cambio cultural, advierte, la presión sobre las generaciones futuras será difícilmente sostenible.
Lo que propone Hernández: planificación realista, no fórmulas mágicas
El mensaje final del experto de BBVA Asset Management se aleja tanto del alarmismo como de la complacencia. No hay producto milagroso, ni inversión perfecta, ni garantía absoluta frente a un futuro que, por definición, es incierto. Lo que sí existe es la posibilidad de planificar con realismo, con números y con horizonte.
Eso implica, en la práctica, hacer algo que pocos hogares hacen: sentarse a calcular qué ingresos se esperan en la jubilación, cuánto se necesita de verdad para mantener un nivel de vida razonable y qué ahorro mensual debe destinarse desde hoy para cubrir la diferencia. La planificación, subraya Hernández, no es un lujo para patrimonios altos; es una herramienta básica para cualquier trabajador que no quiera depender exclusivamente de decisiones políticas futuras.
“La peor estrategia es no tener ninguna”, resume. Entre la improvisación y el miedo, el camino pasa por combinar vivienda, productos financieros, tiempo y asesoramiento cualificado. El reto, en última instancia, es evitar que la longevidad, que debería ser una buena noticia, se convierta en una trampa financiera para quienes llegan a la jubilación sin un plan.

