En un momento de consolidación del «Annus horribilis Europaeus», EEUU se erige como el, único y valeroso salvador, del modus vivendi occidental ante el «terror» de que China pueda alcanzar, con relativa brevedad, el único «arca de la alianza» que podría disponer de la capacidad de doblegarnos.

The Genesis Mission: La Casa Blanca oficializa el «Proyecto Manhattan» del siglo XXI.

The Genesis Mission: La Casa Blanca oficializa el «Proyecto Manhattan» del siglo XXI, cuyo horizonte final irreversible es alcanzar (sea cual sea el precio) la «Singularidad Tecnológica»

Noche del 25 de noviembre de 2025:

En un movimiento que resuena con la urgencia histórica de la Segunda Guerra Mundial, la Casa Blanca ha oficializado el inicio de la «Misión Génesis», un esfuerzo nacional titánico sin precedentes destinado a asegurar —se sacrifique lo que se tenga que sacrificar— el dominio de Estados Unidos (y occidente) en la carrera por la inteligencia artificial (IA) y alcanzar así bajo nuestra área de influencia operativa, el horizonte último de la tecnología: la «Singularidad Tecnológica».

Anunciado mediante una Orden Ejecutiva el 24 de noviembre de 2025, el proyecto es una declaración inequívoca de que la competencia por la supremacía en IA contra la República Popular de China ha entrado en una fase decisiva y «existencial» para Occidente.

La iniciativa, comparada explícitamente por la propia administración con el Proyecto Manhattan que entregó al mundo la era atómica, busca replicar aquella mentalidad de movilización total de los recursos científicos, industriales y gubernamentales de la nación.

Si en la década de 1940 la amenaza de que el III Reich obtuviera primero la bomba nuclear obligó a J. Robert Oppenheimer y a una generación de físicos a canalizar la ciencia cuántica hacia un arma disuasoria, hoy Estados Unidos se enfrenta a una disyuntiva similar.

El temor de que un régimen tecnológico totalitario como el de China sea el primero en crear una «conciencia con discrecionalidad y autonomía volitiva» pero más capaz que la summa de todas las legiones de los seres humanos más inteligentes conocidos y conocibles de la historia —una verdadera Inteligencia Artificial General (IAG)— ha forzado una alianza histórica entre el gobierno estadounidense y todos los gigantes de Silicon Valley (otro hecho histórico cuyo único precedente fue el proyecto liderado por el gran Oppenheimer)

«Desde la fundación de nuestra República, el descubrimiento científico y la innovación tecnológica han impulsado el progreso y la prosperidad de Estados Unidos. Hoy, Estados Unidos se encuentra en una carrera por el dominio tecnológico global en el desarrollo de la inteligencia artificial (IA)… Esta orden lanza la ‘Misión Génesis’, un esfuerzo nacional dedicado y coordinado para impulsar una nueva era de innovación y descubrimiento acelerados por la IA, capaz de resolver los problemas más desafiantes de este siglo» —, asevera la executive order

La arquitectura de un «imperio tecnológico» 

El corazón de la «Misión Génesis» es la creación de la Plataforma Estadounidense de Ciencia y Seguridad (American Science and Security Platform), una infraestructura integrada y colosal bajo la dirección del Departamento de Energía (DOE). Esta plataforma unificará los vastos y exclusivos conjuntos de datos científicos federales —acumulados durante décadas— con la potencia de las supercomputadoras más avanzadas del mundo, como Frontier, y los nuevos sistemas enfocados en IA, Discovery y Lux 12.

Esta vez, no será en «los Álamos», sino en Manhattan stricto sensu

El objetivo es doble:

Primero, entrenar modelos de IA fundamentales específicos para dominios científicos críticos.

Segundo, desplegar agentes de IA autónomos capaces de diseñar y ejecutar experimentos, analizar resultados y automatizar flujos de trabajo de investigación a una velocidad sobrehumana.

Las áreas prioritarias definidas en la orden ejecutiva son un mapa de las futuras batallas geopolíticas: fabricación avanzada, biotecnología, materiales críticos, energía de fisión y fusión nuclear, ciencia de la información cuántica y semiconductores (…). Todo lo necesario para vencer un escenario alternativo, donde China se prevalezca de una posible debilidad industrial de Occidente. 

Este esfuerzo monumental, no surge de la nada. Es la culminación de una serie de movimientos estratégicos que han definido el año 2025. El pistoletazo de salida —o su primer prolegómeno— no fue otro que el 21 de enero, cuando desde el Despacho Oval se anunció el Proyecto Stargate, una joint venture de 500.000 millones de dólares entre OpenAI, SoftBank y Oracle para construir la infraestructura física de la próxima generación de IA 4, el día siguiente a la toma de posesión del presidente Trump 

La alianza se consolidó definitivamente en la, ya legendaria, cena del 4 de septiembre en la Casa Blanca. En ella, el presidente Donald Trump selló su pacto con 33 de los líderes más poderosos de Silicon Valley, incluyendo a Mark Zuckerberg (Meta), Tim Cook (Apple), Satya Nadella (Microsoft) y Sam Altman (OpenAI) 5.

Los compromisos de inversión anunciados fueron astronómicos, con Meta prometiendo 600.000 millones de dólares y Amazon hasta 50.000 millones para infraestructura de IA destinada al gobierno federal. La alianza estaba forjada; solo faltaba el anuncio institucional que todos esperaban: la «Misión Génesis», el proyecto Manhattan de nuestra era.

La carrera por el fuego de Prometeo, sin prevenir una posible «ignición atmosférica» urbi et orbi

La urgencia que impregna la «Misión Génesis» se alimenta de una profunda ansiedad estratégica: el vertiginoso avance de China, un régimen totalitario tecnológico total.

Mientras Estados Unidos ha mantenido una ventaja en inversión y hardware, Pekín ha demostrado una capacidad asombrosa para innovar a pesar de las restricciones. El lanzamiento a principios de 2025 de DeepSeek, un modelo de IA chino comparable a los mejores de Occidente, pero desarrollado con una fracción del coste, envió una onda de choque a través de Washington (por no hablar de MANUS)

La competencia ya no es meramente económica; es una carrera por la singularidad tecnológica, ese punto de inflexión hipotético, vaticinado por visionarios como Alan Turing y John von Neumann, en el que una IAG desencadena una explosión de inteligencia que supera de forma irreversible a la humana.

El país que controle esta tecnología no solo dominará la economía y el campo de batalla del siglo XXI, sino que podría redefinir el futuro de la propia humanidad. Su tejido empresarial será más competitivo. Sus ciudadanos estarán mejor fiscalizados y monitoreados 24/7. Sus armas serán, infinitamente, más eficaces. Será, lisa y llanamente, poner a un Dios —creado por los creados— al servicio del hombre.

Expertos como el director general de Nvidia, Jensen Huang, han advertido que China podría ganar esta carrera, apalancada en menores costes energéticos y una regulación más laxa.

Esta percepción de amenaza existencial ha llevado a la administración estadounidense a adoptar una postura de «suma cero», acelerando su propia infraestructura mientras impone un férreo control de exportaciones para frenar a su rival. Es decir, a destinar todos los recursos que sean necesarios, para prevenir que la construcción del ingenio humano más, potencialmente destructiva, de nuestra historia se emulsione —como en su momento las armas nucleares— contra suelo occidental. 

Europa, un continente irrelevante que aspira a que Kant «la salve» de China. 

En este tablero de ajedrez geopolítico, dos actores destacan por su posición única. El primero es, paradójicamente, Elon Musk.

Su notoria ausencia en la cena del 4 de septiembre no fue una casualidad, sino el símbolo de una estrategia deliberadamente independiente. Mientras sus rivales se alineaban con el gobierno, Musk, a través de su empresa xAI, ha decidido perseguir la singularidad por sus propios medios, forzando su propia capacidad económica hasta lo delirante.

Su rivalidad con OpenAI es pública y notoria, pero sus movimientos recientes revelan una estrategia global. Casi simultáneamente al anuncio de la «Misión Génesis», se conoció el acuerdo de xAI con Arabia Saudita para construir un gigantesco centro de datos de 500 MW en el reino. Musk, está buscando recursos y alianzas fuera de la esfera de influencia de Washington, creando un tercer polo en la carrera por la IAG y demostrando que no se supeditará a la agenda nacional.

El segundo actor es una envejecida, desorientada y engreída Europa. Mientras que, Estados Unidos y China invierten cientos de miles de millones en una carrera tecnológica desenfrenada, el viejo continente ha centrado sus esfuerzos en la regulación, con su cuasi-pionera, pero restrictiva Ley de IA (AI Act) que, ahora, entendiendo la amenaza que se aproxima y cediendo ante las presiones de Washington pretende enmendar —ligeramente— con su omnipresente «digital ómnibus» 

Este enfoque, aunque éticamente loable, es visto desde Washington como una distracción irrelevante ante la magnitud del desafío. La «Misión Génesis», con su enfoque en la velocidad y el dominio, subraya la creciente brecha de inversión y capacidad, y alimenta el temor de que Europa, al priorizar el control sobre la innovación, se esté condenando a la dependencia tecnológica y a un estatus de mero consumidor en el nuevo orden mundial (como viene ocurriéndole, desde los años 70)

Como señaló el filósofo Walter Benjamin, el «ángel de la historia» mira hacia atrás, contemplando una catástrofe única que amontona ruina sobre ruina. Hoy, ese ángel se detiene a observar un momento de creación trascendental.

Estados Unidos ha decidido que, al igual que con la bomba atómica, el riesgo de desarrollar el fuego de Prometeo es menor que el riesgo de que caiga en manos de su adversario. La Misión Génesis ha comenzado. La carrera por la singularidad es oficial, y sus consecuencias definirán el destino de la humanidad.

Parafraseando al coro final del gran compositor alemán Wilhelm Richard Wagner, en su gloriosa opera «El ocaso de los dioses» in fine:

Hombres, ser testigos de un gran momento porque los Dioses han decidido que acaezca en vuestra puesta de luz.

-Oppenheimer AI moment.
-Oppenheimer AI moment.
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